Atrevidos

Veintidos

Hace aproximadamente media hora que escucho a Alessa gritar y protestar en su habitación, mamá le hace compañía ya que la mayor parte de dicho tiempo ha estado llorando y balanceando cosas sin sentido. 
Por otro lado, me siento tan confundida y tan mal, ¿Todo esto es mi culpa? ¡Jamás pensé que Santiago terminaría su compromiso tan abruptamente! ¡Y por mí!
Me siento responsable de esto, debí detenerme, debí alejarme de él apenas supe que iban a casarse, debí dejarlo ir hace mucho tiempo...

Pero no puedes, no podrás dejarlo ir nunca...

Muy a mi pesar, es cierto. Lo he querido toda mi infancia, parte de mi adolescencia y cuando lo creí olvidado resultó estar archivado en mi más profundo ser, esperando para salir y hacer desastres en mí cuando fuera el momento indicado pero, ¿Lo es? ¿Es el momento? ¿Acaso no he destruido una pareja? ¿No ocasionará que la empresa de papá tenga problemas? ¿Los Castillo y los DiSanto tendrán consecuencias por mi estupidez de niña? 
Así me siento, como una tonta puberta que no sabe qué hacer con lo que le ocurre, que no puede tomar una decisión adulta por miedo a no verlo más.

-No lo entiendo - solloza mi hermana mientras me asomo a su cuarto- Estaba tan seguro, tan feliz con nuestro matrimonio...

Suspiro lentamente, escuchar aquello sólo provoca que me sienta peor.

Vamos, no has hecho nada, no lo obligaste a acabar su relación ni a posponer nada.

Mis ojos vuelven a mi hermana mayor y es cuando me doy cuenta que se me ha quedado viendo, le sostengo la mirada sin comprender bien la suya y ella se pone de pie -mamá también lo hace dejando la cama en un total desorden-.

-Santiago estaba bien... Hasta que tú llegaste - habla juntando las cejas en un acto de claro pensamiento -Todo marchaba de maravilla hasta que volviste a París, ¡Tú! ¡Todo es culpa tuya!- siento sus manos sobre mis hombros y es cuando caigo en la cuenta que me está haciendo daño -¡Qué hiciste!

-¡Nada! ¡Yo no he hecho nada!- grito y la empujo lejos de mi.

-¡Maldita! ¡Tanto deseabas tenerlo y lo conseguiste!- brama furiosa.

-¡Alessa! ¡Es tu hermana! ¡Deja de decir estupideces!- mamá se interpone entre ambas.

-Si no puedes retener a tu novio es toda culpa tuya, no quieras hacernos responsables a los demás - musito molesta.

Acto seguido me veo en el suelo, con la mejilla ardiendo -evidentemente me ha abofeteado- y a Lessa parada frente a mi respirando como si la vida se le fuera en ello, la observo con dolor e ira, ya no quiero que ella me haga sentir así, que me haga menos a su lado y que me culpe por no poder ser la mujer que Santiago desea. Quisiera brincar sobre ella, gritarle tantas cosas, decirle lo mucho que la desprecio y arañarle la cara pero... ¿Eso solucionaría algo? No, claro que no. Al menos yo soy algo más madura y acepto cuando debo retirarme, no por cobardía sino por sensatez, no seré quien comience una disputa en la familia pero si voy a terminar con este litigio nuestro - el cual se originó en nuestra niñez/adolescencia y el que parece aún estar presente, por lo menos del lado de Alessa-.

-¿Qué mierda ocurre?- Adrián entra en la habitación y nos observa a todas.

-Necesito que me lleves- anuncio poniéndome de pie.

-¿Qué? ¿A dónde?- mi hermano luce tan confundido que hasta me da pena por él.

-¡No oses irte Ariadna!- escucho a la rubia gritar pero no me importa.

Entro en mi cuarto rápidamente, tomo mi bolso de danza -ese que papá me compró cuando era niña para mis primeras clases de balet- y salgo a toda prisa. Adrián me sigue a paso veloz, al salir de casa -aún escuchando los gritos de Alessa y a mi madre discutir con ella- me monto en el automóvil de mi hermano; él sube sin chistar y arranca el vehículo, emprendemos la "huida" por así decirle y por largos minutos el silencio reina entre ambos.

-Adna, ¿Qué ocurrió? - suspira.

Adrián me llamaba así cuando tenía seis años de edad, solía hablarme así al haber hecho una travesura y no querer confesar.

Irónico, ¿No crees?

-Santiago rompió su compromiso, aparentemente está confundido - susurro.

-Ese tarado... - mueve la cabeza en una negativa. -¿Qué tienes que ver tú?

-Nada- respondo tajante -No hice nada. Ella asumió que es por mí.

-No sería extraño Ariadna, Santi te ha querido durante mucho tiempo y me atrevo a decir que el muy desgraciado solía sentir cosas por ti pero eras seis años menor que él. Se sentía mal por gustarle una niña- se encoge de hombros y yo lo veo asombrada - Cuando te fuiste, Alessa intentó por todos los medios y durante mucho tiempo llamar su atención, pero mi amigo parecía no verla hasta que un día sucedió, y su historia de "amor" comenzó.

Debí quedarme en Nueva York- farfullo.

Tomo el móvil y le marco a tía Leticia, necesito volver pronto. Sé que ella puede conseguirme un pasaje de avión a la gran manzana y me urge salir de aquí. 
El teléfono marca pero nadie contesta, pruebo dos veces más y el buzón me asalta. Mascullo algunos improperios y me remuevo en el asiento, le doy indicaciones a mi hermano de dónde queda la casa de Mery; en estos momentos es la única persona que me recibirá con los brazos abiertos, que no me juzgará y que me dará la contención que necesito.




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