Atrevidos

Treinta y Uno

Leticia falleció a las ocho de la noche de ese mismo día, unos minutos después llegaron mis familiares, mamá y papá recibieron el informe de su condición y las causas técnicas de su muerte, adrián se encerró en el mismo y sufrió a su manera, Alessa no viajó al hospital sino que se hospedó en un importante hotel de Chicago. Supimos también que ella había estado internada en Nueva York, allí recibió tratamiento especial para el cáncer pero fue derivada aquí en busca de una mejor opción.

Me encuentro aquí, aun acuclillada en el suelo del pasillo del hospital, junto a su habitación. Lloro a más no poder, como si tuviese un mar dentro y debo dejarlo salir en forma de míseras gotas. Los brazos de Jasper rodean mi cuerpo, no me ha dejado ni un solo momento y su mamá me ha comprado un café, demás está decir que ella también está sufriendo, lleva llorando un buen rato en los brazos de su pareja.

― No lo hagas, no ha sido tu culpa ― elevo mi rostro y lo veo, debo estar desfigurada por el llanto ― Escucha, Leticia no hablo de su enfermedad para poder dejarte la mente despejada para que pudieras terminar tus estudios, conseguir la beca y ser alguien en la vida. No te culpes, ella lo hizo gustosa y por puro amor desinteresado hacia a ti― me sonríe y siento que algo cae de mis hombros, un peso. Estoy aliviada.

― Gracias, por todo, por cuidarla a ella cuando yo no lo hice― sollozo e intento limpiar las lágrimas que aun caen por mis ojos.

―Te ves horrible, pero tus ojos siguen siendo tan hermosos como cuando te conocí ― limpia mi rostro con el puño de su sweater y me sonríe. ― Siempre has sido fuerte, maravillosa, no has necesitado de nadie para darle por el culo al mundo.

Rio. Se siente incorrecto reír ahora pero no puedo evitarlo.

― Hasta me diste a mí, me flechaste y luego me botaste ― ambos reímos.

― Fue tu culpa, te ibas a Rusia y yo no quería una relación a larga distancia ― me encojo de hombros ― Pensé que no te vería de nuevo.

―Pero aquí me ves ― reímos.

Un brazos fuerte se enreda en mi cintura y me jala hacia arriba levantándome apenas unos centímetros del suelo - pues soy casi tan alta como quien me sostiene-, me deposita en el suelo y me giro a verlo con tranquilidad. Debo parecer una bruja horrenda salida de una película de terror pero a estas alturas es lo que menos me importa.

― Yo... ― intento encontrar las palabras adecuadas para una sincera disculpa pero las ganas de llorar otra vez me golpean duro.

Santiago niega con la cabeza, me abraza con cariño y me estrecha contra su cuerpo y yo me dejo perder en su calidez, hundo mi rostro en el hueco entre su cuello y clavícula y me descargo, pero esta vez, en un parsimonioso silencio.

Hemos llegado al hotel, papá insiste en que tome una ducha y me cambie de ropa - suerte que traje mi bolso-, pero no tengo ganas de nada en estos momentos, mi madre se ve algo dolida pero no es lo que esperaba; pensé que lloraría a mares como yo o que mostraría menos entereza después de todo se trata de su hermana. No logro entender bien su comportamiento pero me niego rotundamente a preguntar algo sobre el tema.

― No puedo creerlo, escuchen, sé que Leticia era importante pero no podemos amargarnos de esta manera. La vida sigue ― Alessa nos habla bastante alegre para mi gusto.

Adrián se le queda viendo con el ceño fruncido, los ojos de mi hermano se encuentran totalmente enrojecidos y se pierde un poco el color grisáceo de sus irises. Está dolido pero es duro de demostrar lo que siente, para él mi tía fue un pilar importante a la hora de decidir su futuro y lo que quería ser.

― Bueno, yo quiero ver algo de Chicago antes de irnos ― se encoge de hombros.

― ¿Cómo puedes ser tan perra? ― me pongo de pie ― No puedes hablar así cuando un ser querido ha fallecido ten algo de respeto.

― Querido para ti, no para, esa mujer jamás tuvo algo de afinidad conmigo― chilla.

― ¡Porque eres una maldita zorra trepadora y vividora! ― le grito dispuesta a lanzarme sobre ella y arañar su cara de porcelana.

― ¡Ariadna! ― Mamá se pone de pie furiosa y yo salgo de la sala.

Las horas han pasado, decidimos que su velatorio y entierro seria en Nueva York, su ciudad amada. Solo la gente más cercana vendrá, no quiero amigos de amigos ni extraños, ni gente estúpida diciendo lo buena que era, porque no lo era, era excepcional. Un ser humano especial que dedico su vida a mí, aun cuando yo era niña y vivía en Francia.

La casa sigue igual a como la dejé, pero se siente sola, vacía sin ella aquí. Apenas supe que la ceremonia de despedida sería en la gran manzana viajé junto a Santi, quería un tiempo a solas con mi casa, mis cosas, sus cosas, nuestras cosas. Paso la mirada a lo largo y ancho de la que era su habitación, sonrío al recordar las noches de desvelo viendo series y películas de terror, las noches en las que ella me ayudo a prepararme para los exámenes finales y mi audición para conseguir la beca. Un sollozo escapa de mi boca y la cubro con mis manos, camino hasta la modesta ventana y me siento en ella, la helada brisa que entra seca las lágrimas que amenazan con salir; veo el cielo gris, al parecer el clima me acompaña en la congoja.

― Llora todo lo que tengas que llorar mi cielo ― Santi me obliga a sentarme en su regazo y apoyar la cabeza en su hombro. ― Pronto dolerá menos, será más llevadero y podrás sonreír de nuevo.




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