Atrevidos

Treinta y Tres

Santiago.

La veo descansar sobre la cama que alguna vez le perteneció a su tía, por la hinchazón en sus ojos puedo dilucidar que ha estado llorando hasta quedar dormida por el cansancio. Suspiro, quisiera poder evitarle estas cosas pero no puedo, son situaciones que tarde o temprano debemos pasar y nos dejan una marca en el corazón y el alma.

Tal vez no puedo evitar que llore pero puedo hacer algo lindo por ella, que calme su alborotado mundo y que le dé paz por unos segundos aunque sea. Me encamino a la cocina, rebusco en las alacenas y la nevera, encuentro y reúno todo lo que necesito y me dispongo a cocinar; si mal recuerdo mi madre me ha enseñado a preparar varios platillos para un buen desayuno y sobretodo, colorido.

Enciendo la estufa, coloco la mantequilla a derretir mientras bato algunos huevos, no estoy seguro de cómo le gustarían sus tostadas por lo que las prepararé como suelo hacerlo para mí – ya que si no llegase a gustarle al menos me las comeré yo, ¿Lo ven? Pienso en todo-, tomo varias frutas que a mi parecer deben ser comidas ahora o de lo contrario terminaran pasándose de su punto.

¿Ves? El amor te ha puesto pendejo.

Amor...

Mi móvil suena interrumpiendo mi conversación con mí supuesta consciencia, Alessa me envía algunos mensajes intentando disculparse conmigo y pidiendo que por favor nos reunamos a platicar pero ni siquiera me digno a verlos, directamente los envío a la papelera. Adrián también se ha comunicado conmigo, pregunta donde estoy y con quien, el muy desgraciado sabe que tengo algo con su hermana o por lo menos lo sospecha, pero, para ser sinceros no sé qué es lo que hay entre Ariadna y yo, nos besamos y pasamos algunos momentos juntos – ya que por fuerzas de causa mayor tuvimos que irnos de París y ella sufre una pérdida- pero no ha sucedido nada más que eso y luego viene este mequetrefe de su ex a ser el héroe y me da por la jodida mierda y...

Ya. Te calmas. Ya me has desesperado con esos histeriqueos.

Pero, ¿De qué te quejas si tú también estas histérico? Te recuerdo que somos uno. Es más, dejare de hablar contigo. Ya parezco un loco.

― ¡Puta madre! ― farfullo al quemarme los dedos, carajo, soy un desastre.

― ¡Esa boca! ― escucho gritar a la menor de los Castillo tras una sonora carcajada.

Sonrío, me encanta escucharla reír aun cuando es a costa mía, no puedo evitar imaginarnos en un futuro así, felices, tranquilos, viviendo juntos, ¿Casados? Mierda, es muy serio, pero no se oye mal. No, nada mal.

Tomo la bandeja que he estado preparando, subo con cuidado a paso de tortuga las escaleras – en mi humilde opinión no deberían estar aquí, apenas son unos siete u ocho escalones pero como joden la vida -, llego al fin hasta la entrada de la habitación y la veo viendo a través de la ventana desde la cama; aún no se ha movida de ella y se ve preciosa, así, al natural y con esa melena revuelta.

― Buenos días pequeña bailarina ― le sonrío y me ve asombrada.

― Buenos días señor de las palabrotas ― ríe.

― Pequeño incidente en la estufa, nada grave, creo que no tendré que amputar yo mismo el dedo ― dejo la bandeja sobre la mesita de noche.

― ¿Es para mí? ― Sus ojos se iluminan ― No creí que estuvieras de ánimos después de lo de anoche.

― Escucha pequeña, entiendo todo lo que dijiste ― tomo asiento frente a ella ― Sé que puede cuidarte sola, que eres capaz de llevarte el mundo por delante si quisieras pero eso no quiere decir que el mundo no pueda llevarte a ti por delante alguna vez y quiero estar allí cuando eso suceda, como ahora. Quiero ser tu apoyo, que me cuentes lo que te ocurre y si no puedo darte una solución al menos me dejes acompañarte. No me excluyas Ariadna, quiero cuidar de ti y eso no te hará menos mujer, menos valiente o menos tú asique como no lo hará conmigo.

― Lo sé ― susurra bajando la mirada. ― Lo lamento.

― Descuida, ahora comamos. ― comienzo a tomar las tostadas ― No sabía cómo te gustan realmente pero tengo toda la vida para descubrirlo.

Tras charlar sobre mi épica quemadura recibimos llamadas de su padre, al parecer luego del funeral volverán a Francia y solo deberá volver un tiempo después Ariadna para firmar algunos papeles referidos al testamento de su tía. Al parecer la pequeña casita de la mujer quedo a nombre de mi castaña al igual que su automóvil, no puedo evitar pensar que Leticia tenía todo planeado desde hace meses e incluso más tiempo, siempre supo cómo acabaría todo pero se encargó de que Ari no lo supiera, dejo todo arreglado para que ella pudiera afrontar la vida aquí en Nueva York y eso me deja un sabor amargo en la boca pues significaría que ella volviera a vivir en la gran manzana, lejos de su familia, de sus amigos y... de mí.

Ariadna.

Jamás comí un desayuno como este, si bien los de Leti eran majestuosos y sabrosos este tiene algo que los suyos no, quizás sea la persona que lo preparo. Me sonrojo de solo pensar que pueden haber más desayunos así en un futuro y sonrío al verme al espejo, siento una pequeña astilla clavada en el corazón pero tarde o temprano saldrá de ahí, tengo quienes me llenen de amor y sé que mi tía está conmigo




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