Atrevidos

Treinta y Cinco

Despierto ya entrada las nueve de la mañana, me desperezo en la cama notando que estoy sola en la misma, anoche Santiago y yo platicamos lo que papá me conto pero no pasamos de allí pues no era lo adecuado. Volteo entre las sabanas hasta que me incorporo para empezar mi día, lo que primero llama mi atención es el cartel escrito a mano con un bolígrafo en la pared frente a mi lecho; abro la boca indignada, sorprendida, feliz, todo junto, ¡Ese maldito hombre! ¿Acaso no podía escribir en una hoja de papel?

"Espero que hayas dormido bien, te veré luego, te quiero."

Releo el mensaje una y otra vez, mi sonrisa no se esfuma y procedo a vestirme, mientras tarareo una canción y reviso los mensajes del móvil escucho pasos en el pasillo hasta que la puerta es tocada con una característica forma, la de Adrián. Como alma que lleva el viento me dispongo a correr la estantería de mis libros para poder cubrir el mensaje de Santi.

― Ariadna ― mi hermano entra en el momento en que termino de mover todo.

― ¿No podías esperar? ― ruedo los ojos.

― No ― cierra la puerta ― ¿Qué hacía Santiago aquí anoche?

― No lo sé― suelto con tranquilidad.

― ¿A qué están jugando? ¿Crees que no sé que viene a verte a ti? ― eleva una ceja. ― Escucha, quiero a mi amigo pero va a hacerte daño y no deseo verte llorar.

― ¿¡Por qué crees que va a hacerme daño?! ― farfullo molesta. ― Lo quiero Adrián, siempre ha sido así.

― Entonces déjalo antes de que lo ames y ya sea tarde ― responde tajante.

Nos sostenemos la mirada, ninguno dice nada al respecto y mi hermano decide salir de mi cuarto. Las cosas están tensas con él, Alessa me ignora como si no existiera, mi madre no parece reparar en que sus hijos tienen conflictos entre ellos y mi padre tiene una empresa que dirigir por lo que no deseo traerle más inconvenientes.

Bajo las escaleras ensimismada en mi mundo, entro en la cocina en busca de mi desayuno cuando me topo de lleno con el rostro de cierto muchacho neoyorkino, ladeo la cabeza incrédula y sonrío al final.

― Hola extraña ― Jasper me sonríe.

― Hola extraño, ¿Qué haces aquí?― pregunto acercándome.

― Quería verte ― me sonríe ― Saber si estabas bien, te fuiste casi de inmediato luego de lo de Leticia y no pude siquiera pasar un tiempo contigo, me preocupé por ti, no te veías nada bien.

― Ya veo ― me siento junto a él ― Admito que pensé que mi vida estaba vacía cuando ella murió, sentí que me había dejado sola pero la realidad es, que tengo amigos y familia que me ayudaron a superar el momento.

― Me da tranquilidad oírlo ― bebe su café.

― ¿Cómo llegaste aquí? ¿Quién te dejó entrar? ― busco en la gaveta de los cereales.

― Tu hermana, Alessa, me dio la dirección cuando fuimos al funeral. Dijo que podría visitarte cuando pudiera ― habla animado y yo volteo a verlo ― Tu papá se portó muy amable conmigo también, les debo esto.

Me extraña la actitud que describe Jasper de mi hermana mayor, no es algo típico ni normal que tenga un buen gesto hacia alguien que no sea ella pero supongo que todos pueden tener su primera vez.

― Entonces ella te dejo entrar ― llego a la conclusión.

― Yo lo hice, me pareció descortés dejarlo fuera mientras tu terminabas de engullir todo lo que hay en la alacena ― Adrián entra en toda su gloria. ― Eres como un monstruo devorador.

― Calla, no soy un monstruo. ― le lanzo cereales los cuales él atrapa con la mano divertido.

La puerta de entrada es tocada, los tacones de mi hermana por la planta superior se hacen notar e incluso cuando baja las escaleras podemos oír el molesto sonido, supongo que ha recibido a alguien, me centro en la plática con Jasper hasta que el rostro de Santiago aparece en el umbral de la cocina.

― Buenos días ― mi hermano palmea su espalda.

― ¿Qué tal? ― mi ex novio lo saluda seguido de un asentimiento de cabeza y los ojos del heredero DiSanto se clavan en él como dagas.

― ¿Tu eres...? ― eleva una ceja fingiendo que no lo conoce.

― Jasper Hale ― extiende su mano para saludar pero no es correspondido.

― Ya veo ― desvía la mirada y la posa en mi hermana. ― ¿Querías hablar conmigo?

― Sí― Lessa asiente ― Tuve una conversación con mi padre, le propuse aprender sobre el oficio familiar y trabajar para la empresa a cambio de un sueldo como todos, respondió afirmativamente y creo que hasta entusiasmado con ello ― sonríe, se la ve feliz ciertamente ― Por lo que le propuse que tú me enseñes todo lo que hay que saber, aceptó a mi idea.

Los ojos de Santiago se abren enormemente, su quijada se tensa, puedo ver las venas de su cuello marcarse y es más que obvio que no le agrada en lo absoluto tener que pasar tiempo con ella; he llegado a pensar que algo más ha sucedido entre ellos, esa rivalidad y odio no nace de la nada de un día para el otro, ¿Será quizás producto de la separación?

― Podrías haber pedido a tu hermano, facilitar todo ― responde tajante.

― Mi hermano tiene sus preocupaciones y ocupaciones por tomar el nuevo emprendimiento, a diferencia de ti que lo tienes todo bajo control pensé que sería lo más justo, en todo caso puedes quejarte con mi padre o el tuyo ― sonríe a lo gato en el país de las maravillas y sale de la cocina meneando las caderas.




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