Atrevidos

Treinta y Ocho

Me encuentro aquí, en el estudio de papá como es de costumbre y me mantengo quieta con la mirada en el espejo frente a mí. Esta mañana temprano he recibido una llamada del prestigioso instituto en el que he obtenido una beca, como todos los años realizaran un evento de bienvenida para todos sus alumnos, maestros, padres y quienes deseen asistir, ¿Lo mejor de todo? Están invitados representantes de las más prestigiosas e importantes compañías de danza de Estados Unidos y Rusia, ¡Los mejores! Por ello cada alumno –que desee probar lo que vale–presenta una coreografía de su autoría, música a elección y vestuario ese día. Claro que me sorprendió que me dieran la noticia, pues eso significa que me consideran una potencial estudiante y realmente es un alago pero... No tengo idea de qué hacer. Tengo exactamente un mes para prepararme, lo curioso es que en un mes también terminan mis vacaciones aquí en París y mi obvio regreso a Nueva York.

No se lo he dicho a nadie.

La única razón de que este aquí ha sido el capricho del destino y... Santiago.

Suspiro, veo mi móvil, precisamente las canciones que suelo escuchar y trato de darme una idea, algo así como un borrador de mi coreografía cuando escucho a Adrián y Alessa en la sala de estar, sus voces se oyen algo subidas de tono, abro la puerta y asomo la cabeza, están discutiendo.

― No estoy de acuerdo con esto, saldrá mal y perderemos lo único que tenemos ― mi hermano se oye realmente preocupado.

― ¿Perder? ¡Soy yo la que se encuentra en aprietos! ― responde Alessa.

― Y pretendes solucionarlo así, es estúpido. Ve y dile la verdad antes de que sea tarde ― estoy asomada en la barandilla de la escalera, no pueden verme ― Si ocasionas que esto lastime a la familia juro que voy a patear tu trasero refinado lejos de esta casa, ¿Me escuchaste Alessa? ― Realmente está molesto.

― Calma, diré lo que tenga que decir a su debido tiempo, aun no ― se echa en el sofá.

― ¿Qué esperas realmente? ― Lo mismo quiero saber.

― El momento indicado ― se echa hacia atrás y yo me escondo.

Vuelvo al despacho y cierro la puerta con cuidado, no he entendido nada de nada y me da mala espina, ¿Qué tal si mi hermana está metida en asuntos de droga o proxenetas? ¿Y si ha hecho algo que perjudique a papá? ¿Y si ha usado mal el dinero de la empresa o el de la familia? ¿Y si...? ¿Y si qué? Ya no se me ocurren más malos escenarios, que poca imaginación tengo para esto.

― ¿Ariadna? Ya llegó papá, debemos irnos a casa de los DiSanto ― Adrián habla con total normalidad, como si no hubiese pasado nada.

― Voy ― suelto sin ser consciente.

Tomo mi móvil y salgo de la habitación, subimos al auto –yo me voy con mi padre pues ni de loca subo con mis hermanos–y comenzamos el viaje. Anoche mientras cenábamos papá comentó que hoy cenaríamos pizza con los DiSanto, es algo muy común que cada semana una vez compartamos la cena o el almuerzo con ellos –esto es desde que tengo memoria, ustedes imaginen como era mi vida de niña, yo con cuatro años y tres monigotes con ocho y nueve años–.

Durante el trayecto me he dedicado a pensar sobre lo que escuche, no estoy segura si decirle a mi padre, si hablar primero con mamá o encarar de primera a Alessa y exigirle que me explique, tal vez yo puedo ayudarla en algo. Me preocupa su seguridad, aun así no me atrevo, seguro ella sabrá decirlo cuando lo crea conveniente aunque eso no me deja nada tranquila.

Pretendo decirle a Santiago, al menos él podrá hablar con Adrián sobre el tema o quizás ya está enterado y no ha podido darme la noticia.

Llegamos al lugar, pintoresco y sencillo, típico de papá. Veo que la entrada de la jovial casa de comida tiene como adorno floreros con margaritas, sonrío, eran las favoritas de Leticia –entre otras–. Mi madre tuerce los ojos, no lleva cara de buenos amigos y es evidente que el lugar no le parece adecuado pero qué puedo decir, ella como Alessa comparten esa estúpida vida e ideología de "rico imbécil".

― ¿Aquí? ― Adrián escoge un lugar cerca de la ventana, cual niño, lo sé.

― Me gusta ― me siento junto a él y comienza a picarme el rostro con la punta de la servilleta.

― Ya madura ― río.

― Veo que llegamos tarde de nuevo ― Santiago aparece ante mis ojos junto a sus papás, me muero por darle un beso pero me limito a saludarlo con la mano.

― Siempre es por tu madre ― su padre suspira de manera fingida.

― ¿Qué?― ella lo golpea en el hombro ― Soy una mujer que disfrutar de verse bien y debo tomar cierto tiempo para consentirme.

― Además, una siempre se ve bien pero no está demás hacerlos sufrir un poco con el tiempo ― agrego y la mujer –hermosa a mi parecer–me guiña el ojo cómplice y coqueta.

― Veo que tienes una cómplice ― Santi achina los ojos divertido.

― Lo sé, ni que fuera mi nuera ― ríe y yo la imito viendo a mi moreno algo sorprendido, pero pronto sonríe, sé que le ha gustado esa alusión.

La mesera pronto toma la orden, yo disfruto de comer una pizza mozzarella tradicional pero mi hermana y mi madre aman el ananá y azúcar negro en dicho plato –me parece una asquerosidad–, papá y Adrián piden piza fogazza y los DiSanto piden una mitad con tomate y rúcula y la otra parte común; la pobre chica que nos atiende debe estar mascullando improperios por estas familias tan desiguales.




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