Atrevidos

Cuarenta y Dos

Santiago.

Llevo dos o tres horas confinado a mi despacho, bebiendo algo de vez en cuando y no puedo dejar de pensar en lo mucho que mi bailarina está sufriendo en estos momentos y en que voy a ser padre en unos meses. Mierda, eso es lo que más me molesta, no quiero tener hijos con Alessa y menos si sé que los utilizara para tenerme cerca de ella –porque de ella espero cualquier cosa a estas alturas-.

¿Y sabes si realmente es tuyo ese niño?

He pensado mucho en esa posibilidad pero las fechas que Alessa me ha dado cuadran a la perfección con la situación, ¿Está mal querer no ser el padre? ¿Me hace mala persona eso? Seguro que sí, pero no puedo evitarlo, yo no quiero.

Suspiro y revuelvo mi cabeza, si no lo quería debería haber hecho las cosas como se debe y no a lo loco, pero ya es tarde para pensar en lo que tendría que haber hecho y lo que hice.

Me pongo de pie y salgo de la habitación, me dirijo a la salida de la casa. Tomo el casco y las llaves, monto sobre la motocicleta que lleva meses sin ser usada pero que esta lista siempre para mí y emprendo el camino.

Necesito verla, necesito que llore conmigo si es necesario pero no puedo dejarla sola en un momento como este; quiero que sepa que soy su apoyo y que las mentiras de su familia no pueden destrozarla, no pueden hacer que su espíritu caiga, que no puede permitirles dejarlos ganar con sus acciones sucias.

Llueve torrencialmente lo que me hace bajar la velocidad de mi vehículo o terminare internado en una urgencia de hospital y con la cabeza abierta de par en par.

Aparco frente a la casa de Mery ya que no tengo la menor idea de donde puede estar Ariadna, recuerdo haberla escuchado decir que pasaría la noche con el babotas de su ex novio pero no creo que sea capaz, bueno, tal vez sí lo es.

― ¿Santiago? ¿Qué haces en mi casa? ― La morena me ve con ojos adormilados envuelta en su bata rosa.

― Necesito ver a Ariadna, debo saber dónde está ― hablo serio.

― Chico, no se encuentra aquí ― se encoge de hombros.

― Escucha sé que sabes todo lo que ha ocurrido en el restaurante y en su casa, eres su mejor amiga, tienes que haber hablado al respecto ― suspiro ― Necesito saber que ocurre con ella.

― Mira, estuve con ella hasta hace dos horas, está en casa de Jasper, pero no voy a decirte donde vive ― niega ― Déjala, necesita dormir, ha llorado tanto que creo que va a deshidratarse ― se me estruja el corazón ― Habla con ella por la mañana.

― No ― farfullo ― Estoy desesperado por verla, necesito verla Mery, por favor.

― De acuerdo, pero evita los escándalos y las escenitas estúpidas ― me señala con el dedo― Después de todo tú te has buscado lo que te ha sucedido y en el medio la dejaste a mi amiga solo porque estaba ilusionada con algo que no valía la pena.

Auch.

Eso dolió, pero supongo que me lo tengo merecido.

― Ya ― levanto la mano para que deje de hablar ― Vine aquí a escuchar de tu boca donde se encuentra tu mejor amiga no ha que tú me digas cuales han sido mis errores y cuáles no.

Rueda los ojos y saca su móvil, toma un pedacito de papel y escribe en él parsimoniosamente y yo creo que voy a quedarte sin páncreas de los nervios.

Me tiende el papel, apenas lo tengo entre mis dedos mis ojos ya buscan la dirección y escucho la puerta de la casa cerrarse de un golpe, he llegado a la conclusión de que he dejado de caerle bien a Mery.

Vuelvo a montarme en mi motocicleta, me coloco el casco y emprendo otra vez la carrera; ahora sé dónde se encuentra y siento la sangre hervir, ¿Por qué con él? ¿Por qué no conmigo? ¿Acaso soy una especie de pasatiempo? ¿No puede hablar conmigo sobre lo que le ocurre? ¿Acaso no soy una persona que quiera escucharla? Yo le daría el mundo entero con tal de verla sonreír de nuevo.

En menos de lo que esperaba ya estoy aparcando frente al condómino de departamentos, bajo llevando el casco bajo el brazo y me adentro en el edificio, subo por ascensor –y Dios sabe cuánto odio estos aparatos- y llego al cuarto piso; justo frente a mis ojos, aquel que comienzo a odiar se encuentra frente a la puerta del departamento intentando abrir la misma mientras carga varios paquetes del supermercado, idiota.

― ¿Te ayudo? ― digo acercándome a él.

Me observa con evidente desconfianza, la postura, la forma de mirarme e incluso de mover sus manos me deja saber que me cree de todo menos una buena persona.

― Busco a Ariadna, soy Santiago ― me va a sacar canas verdes.

― Ah ― se relaja pero la desconfianza sigue ahí ― ¿Qué quieres?

― ¿Disculpa? ― elevo una ceja.

― Ariadna está descansando, ha llorado hasta hace una hora y no necesita tus problemas, tienes los suyos propios ― responde viéndome serio.

― Es por ello que quiero verla, no quiero que este sola ― respondo.

― No está sola, yo me he ocupado de ella, al igual que Mery – aprieto los puños.

― ¿Jasper? – La voz de la castaña me hace voltear, camina descalza hacia nosotros, con los ojos rojos de tanto llorar y con una camiseta larga que pertenece al imbécil –y que cubre apenas más allá de sus muslos-. ― ¿Santiago? ¿Qué haces aquí?

― ¿Qué? ¿No puedo venir a verte? – intento acercarme pero me detengo, no es mi casa.




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