Atrevidos

Cuarenta y Ocho

Llegué más rápido de lo que pensé a mi precioso Nueva York, incluso el aire que se respira es distinto al de Francia y verdaderamente me reconforta.

Mi casa me esperaba como siempre, apenas entre en ella los recuerdos golpearon mi mente con fuerza pero no lloré sino que sonreí, ahora cada palabra que ella había dicho tomaba otra dimensión, mi madre me daba consejos todo el tiempo, estaba ahí para mí y no supe darme cuenta.

He cambiado de lugar los muebles, llené la despensa y la nevera, abrí las ventanas y dejé que la luz del sol y el aire entraran en la casa e incluso cambié las blancas cortinas por unas color rosa; me mudé de habitación, preparé la que solía ser de mi mamá y la dejé lista para que fuera plenamente mía, colgué nuestras fotos en el pasillo y la que era habitación la remodelé para que fuese mi estudio de baile y recreación.

Me llevó unos dos o tres días darme cuenta que estaba algo sola, una mañana salí a dar una caminata por el parque y cuando llegué a él encontré la solución a mi soledad momentánea; una anciana regalaba perritos allí, me acerqué a verlos y mis ojos quedaron enamorados del más pequeño. No hace falta decir más, volví a casa con él, lo bañé, cepillé y le coloqué el collar que compré en la veterinaria; lo nombre Juls.

― Vamos pequeño, aún quedan unos tres días antes de que inicie con el programa de la beca por lo que tenemos ese tiempo para mejorar el jardín – dije saliendo al patio trasero con algunas bolsas de tierra y semillas ― ¡A trabajar!

Trabajar la tierra no es fácil, debo admitir que tengo mucho que aprender al respecto pero pongo mi mayor esfuerzo para que mi jardín se vea bien cuando pase el invierno –por cierto ya estamos comenzando el otoño- y pueda salir a tomar algo fresco las noches de calor.

He quitado las hierbas dañinas, coloqué abono y esparcí algunas semillas en el terreno. Juls se pasa parte del tiempo quitándome las cosas que voy a usar y me obliga a perseguirlo por todo el patio sin mencionar que se ha tragado –literalmente- mis zapatos.

― No puedo más – me lanzo al sofá cuando la noche ha llegado.

El silencio de la sala me da confort, ya se cumplirán dos semanas desde que volví, dos semanas desde que me alejé de todo lo que me hacía daño y dos semanas desde que no supe nada más de Santiago.

Mery me llama todos los días y viceversa, no ha mencionado nada sobre él y me alegra mucho, he dejado de llorar y de extrañarlo por las noches pero a veces sueño con él y los momentos que pasamos juntos, ¿Qué puedo decir? No es fácil olvidar, tampoco puedo odiarlo por lo que ocurrió solo... debo soltarlo.

También visité a mi madre en el cementerio, lloré mucho frente a su lápida pero también pude contarle como me siento, las verdades que ahora conozco y agradecerle por todo lo que sacrificó por mí éstos años; no he olvidado la promesa que le hice, sonreír para ella siempre que vea el cielo, lo hago, o por lo menos intento que así sea.

― Buenas noches – canturrea una voz familiar desde la ventana.

― ¡Jasper! – salto del sofá asustada ― Vas a matarme – ruedo los ojos.

― Ya abre, me congelo aquí afuera ― ríe.

Me dirijo a la entrada, abro la puerta y el pelirrojo ingresa cerrando detrás de mí para abalanzarse sobre mi cuerpo y reclamar mis labios, es lo que me gusta de él.

― Adoro esto – susurro sobre sus labios.

― No más que yo – me empuja hacia el sofá.

Caemos riendo entre los almohadones, Juls salta a nuestro alrededor y comienza a jalar el pantalón de mi invitado, río cuando Jasper farfulla improperios al can y este le responde con varios ladridos; a veces creo que hay una pelea de celos en mi cara. A fin el cachorro nos deja solos, Jas se posiciona sobre mí y volvemos a besarnos, sus manos se deslizan por mis caderas con lentitud sacándome suspiros; lo tomo de la nuca profundizando el beso y lo escucho gruñir en respuesta –lo cual me encanta en verdad-. Toma el borde de mi camiseta y la sube hasta quitármela para poder besar mi cuello a su gusto, mis manos bajan a su pecho para desabotonar la camisa azul que trae, amo ese color.

― ¿Te ayudo? – me sonríe.

― No, puedo hacerlo ― sigo besándolo.

Presiona sus caderas contra las mías y yo lo sigo hasta que cierto perro celoso sube sobre el sofá y comienza a intentar morder a Jasper mientras yo río a carcajadas.

― ¿Qué le pasa a este perro? – Jas comienza a jugar con el animalito ― Eres muy malo, no me dejas amar a tu dueña como debe ser.

― Vaya, ¿Ahora me amas? – ruedo los ojos divertida mientras me coloco la camiseta.

― Siempre ― me sonríe con cariño y no puedo hacer más que abrazarlo.

― ¿Vemos películas? – pregunto sonriente.

― Claro, a menos que la bola de pelos intente sentarse junto a ti mientras vemos Top Gun – ironiza.

― ¿Esa película de nuevo? – busco bebidas en la cocina.

― ¡No veré de nuevo la saga Crepúsculo y tus babas por Edward y Jacob!― se queja.




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