Atrevidos

Cincuenta y Tres

Camino rápidamente por el centro de Nueva York, tengo que encontrar zapatillas de ballet pronto pues en unas horas tengo una importante presentación en la que tengo protagonismo, no pensé que tanto ensayo haría polvo mis mejores zapatillas y ahora me veo en un importante problema.

― Vamos, vamos – susurro pasando por varias tiendas y observando con detenimiento todo. ― Dios...

Me detengo frente a una pequeña tienda, allí hay de todo y por de todo me refiero a lo más hermoso y variado en cuanto a accesorios, bolsos, maquillajes y demás chucherías que a nosotras las mujeres nos encantan; sonrío y no pierdo más tiempo, me adentro en el local y mis ojos están a punto de salirse por tanta belleza, voy a endeudarme aquí pero no me importa.

Noto que también hay ropa interior y lencería erótica, observo todo con detalle y me sorprendo de todo lo que mi mente quiere comprar, dios mío, soy un desastre a la hora de contener mis impulsos de compra.

― ¿Ariadna? – una voz me hace voltear, la verdad no la reconozco y veo con curiosidad al hombre frente a mí.

― ¿Si? ― elevo una ceja, ¿Será alguien que me ha visto bailar en el teatro?

― No te acuerdas de mí... – baja la cabeza mientras sonríe. ― Yo me acuerdo de todo lo que hemos vivido Ari.

Tan solo escuchar el diminutivo de mi nombre en sus labios llega a mí la idea, lo observo de nuevo, de pies a cabeza y en cuanto nuestros ojos se encuentran puedo ver el brillo en los suyos; no ha perdido ese toque al mirar, suspiro lentamente mientras pienso que decir, Dios mío, jamás pensé que vería a Santiago de nuevo y menos aquí en la gran manzana.

― Hola Santiago – sonrío al fin, no encuentro mi voz, mierda, ¿Qué pasa? ― ¿Cómo has estado?

― Pues bien, ahora de vacaciones con mi familia – se acerca a mi ― Quería felicitarte por tu sueño, lo lograste, he visto todas las marquesinas con tu foto y las obras que protagonizaste. En verdad, me alegra tanto saber que has cumplido tu sueño.

― Gracias, costó pero lo alcance – río ― ¿Y tú?

― Oh, pues... ― ríe pero algo nos interrumpe.

― Hay una pequeña niña en la sección de Lencería, está lanzando al aire toda la ropa femenina – una de las muchachas que atiende el local ríe al pasar.

― Mierda, Luciana... – Santiago sale disparado detrás de la vendedora y no puedo evitar seguirlo.

Cuando logro alcanzarlo lo veo pedir disculpas a las dueñas del local, en sus brazos lleva una hermosa beba, tal vez de un año y medio aproximadamente; lleva dos coletas pequeñas y castañas y enormes ojos verdes y no deja de reír.

― Ella es mi hija – me sonríe el moreno al verme nuevamente.

― Es hermosa ― beso la mejilla regordeta de la niña – Mi sobrina...

No pensé que fuese tan bella, no pensé que sentiría tanto cariño hacia ella al verla la primera vez pero aquí estoy y no hay vuelta atrás.

Para ser sincera no supe cuando nació la niña, ni el nombre que eligieron ni siquiera si tuvo un bautismo como es costumbre. Alessa me aisló de todo lo que tuviera que ver con su hija y Santiago, mi hermano se ha mudado con Mery y no tiene contacto alguno con la familia pues tuvo una fuerte pelea con la rubia –la cual no quiso decirme- y por ello tampoco sabe mucho para contarme.

― ¿Cómo está Alessa? – sonrío mientras tomo en brazos a la niña.

― ¿Nadie te dijo? – me ve entristecido ― Ari, Alessa falleció hace un año.

Me ha caído un balde de agua fría, no comprendo cómo es que nadie me ha dicho algo al respecto, como es que no me he enterado de eso.

― ¿Qué? ― susurro.

― Tuvo una infección urinaria muy grande, debido a que estaba amamantando aún no tomó los medicamentos que debía y eso empeoró, se dispersó a otras zonas y fue hospitalizada – suspira ― No estuvo muchos días, realmente apenas llegó a la media semana allí, fue algo fulminante.

― ¿Por qué nadie me dijo? ¿Mi padre o Adrián...? – siento que me falta el aire.

― Adrián tampoco sabe, se fue de Paris y no hemos podido contactarnos con él, al parecer Lessa y Mery tuvieron una grave pelea y él defendió a su mujer. Eso ocasionó que nadie volviera a verlo en tu casa. ― caminamos a la salida – Tu padre sigue viviendo con Marina pero no sé nada al respecto de lo que piensa hacer o decir.

― Dios mío... – susurro viendo a la niña ― ¿Ella...?

― Vive conmigo obvio, Marina insistió en que Luciana debía quedarse con ella pero evidentemente no lo permití y hasta tuvimos que aclarar la situación frente a un tribunal de familia porque exigía la custodia total de mi hija ― suspira ― No ha sido fácil, me ha costado mucho llegar a donde estoy y he cambiado tanto que a veces al verme al espejo no me reconozco, sin embargo, me gusta lo que veo.

― Estoy muy feliz por ti y por Luciana, me gustaría, con tu permiso claro – río ― Poder tener más contacto con ella, después de todo es parte de mi familia.

― Claro, no veo problema en que la veas – hace un gesto con la mano restándole importancia.




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