Atrevidos

Cincuenta y Cuatro

Me coloco un vestido rosa palo, algo sencillo y cómodo a la vez, unas sandalias a juego y recojo mi cabello en una coleta alta; Jasper me observa desde la cama, no pierde detalle de mis movimientos y río mientras lo veo por el reflejo del espejo en que me veo.

― ¿Qué ves tanto? – volteo a verlo ― ¿Me veo mal?

― Pensaba lo hermosa que eres y lo afortunado que soy de que seas mi esposa – se pone de pie.

― Tu también eres hermoso, soy yo la que ha tenido suerte si tenemos en cuenta mis desastrosos antecedentes ― río volviendo a verme en el espejo, me encanta como soy, ahora puedo decir que no necesito –ni quiero- ser como nadie más.

― Bueno, en tus antecedentes estoy también – eleva una ceja divertido ― No esta tan mal.

― Lo sé – le guiño un ojo ― ¿Seguro que no quieres venir a cenar conmigo y Santiago?

― Seguro, tienen cosas de que hablar y no quiero ser el que les impida hablar con franqueza, además si te soy sincero su presencia me desagrada bastante – se encoge de hombros.

― ¿Acaso estas celoso? – lo pico con el dedo en el hombro.

― ¿Yo? ¡Ja! – se echa a reír mientras me abraza por la cintura ― ¿Quién se casó contigo?

― Tú ― susurro.

― Ya tienes la respuesta – me toma en brazos ― Ahora esposa mía, vamos a la cama.

― ¡Acabo de terminar de prepararme para la cena! – río a carcajadas.

― Yo te puedo quitar las ganas de ir ― me ve pícaro.

― Pero prefiero que me esperes a la vuelta, solo, despierto y sin ropa aquí mismo – beso su nariz mientras él traga duro.

Salgo de la habitación escuchando sus reproches divertidos y me dirijo a la salida de la casa, una vez pongo un pie fuera busco con la mirada el auto y me encuentro con la motocicleta del pelirrojo; sonrío, busco las llaves en los bolsillos de su abrigo y salgo nuevamente para montarme en el vehículo. Acomodo mi vestido para que no se vea nada y una vez puesto el casco salgo disparada en la moto, me encanta el aire revolviendo mi cabello o en este caso mi coleta pero a Jasper no le agrada, dice que es peligroso para mí y que debo ir despacio o usar el auto que compramos ambos por lo que cuando él está distraído me voy en lo que me gusta más.

Aparco frente al popular restaurante de comidas, tomo el casco en mi mano derecha y me encamino a la entrada; una vez dentro no me cuesta encontrar a Santiago y la pequeña Luciana sentada en una sillita especial para que ella pueda alcanzar la mesa, sonrío, se ven tan bien juntos, una hermosa postal de padre e hija.

Mientras me acerco aprovecho para verlo mejor, parece estar leyendo la carta y hace algunos gestos graciosos, vaya uno a saber que comida es la que no lo convence. Se ve mayor, su cabello esta algo más largo de lo que recuerdo y un tono más oscuro según veo, también ha dejado de ser delgado y luce más musculoso pero sus ojos, siguen siendo los mismos, cafés y expresivos, sinceros y amorosos.

― Hola – digo viendo a Luciana tirar de los rizos de su padre.

― Llegaste al fin, estoy siendo atacado por unas manitas pequeñas – me sonríe.

― Hola hermosa ― beso los bracitos regordetes de mi sobrina y esta ríe, es lo más bello que he visto.

― Bueno, si no te importa yo ya pedí la cena – me sonríe ― Asique creo que podemos empezar nuestra charla.

― Claro – asiento acomodándome.

― Cuando Alessa falleció fui a su casa a buscar todo lo que era de Luciana, tras rebuscar en el armario la ropa de mi hija encontré algunas cosas que ella guardaba y atesoraba ― me muestra una caja blanca – Creo que debes tenerlo, son algunas fotos de cuando eran niños pero, en todas estas tú con ella y solo algunas son de Adrián.

Abro los ojos sorprendida, tomo las fotografías en mis manos y las ojeo, debemos tener unos siete u ocho años o al menos yo los tenía, sonreímos en casi todas y me llama la atención lo unidas que éramos, ¿Qué ocurrió entonces?

― Ella sí me quería en ese momento – sonrío algo triste.

― Ella te ha querido toda la vida, desde el momento en que llegaste al mundo – me sonríe ― Solía hablarnos de ti y presumía a sus amigos que tenía una hermanita de bonitos ojos verdes.

― Pero nos distanciamos cuando cumplí quince años, no supe porque ― susurro viendo la foto de ambas disfrazadas de hadas.

― Creo que Alessa estaba enamorada de mí como lo estabas tú, ambos teníamos la misma edad y supuso que no podía enamorarme de una niña pequeña – frunce el ceño ― Cuando cumpliste quince dejaste de ser una niña, ya eras una señorita y eras terriblemente hermosa, al menos para mí, tal vez no pude disimular tan bien y ella lo notó.

― Me veía como a una competencia – lo veo a los ojos ― Pero nunca dijo algo sobre quererte de otra forma.

― Porque ella ya sabía que tú me adorabas desde que tenías memoria y es que no había nada que tú y yo no hiciéramos juntos y cuando ya pudiste caminar sola e independizarte un poco del cuidado de tus papás hasta te llevaba a la academia – sonríe ― Tú y yo estábamos siempre en sintonía, aunque no lo supiéramos.




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