Atte. El fantasma

CAPÍTULO 4: Ser capaz

Era una tarde tranquila. Alison Del Águila descansaba en un elegante sillón de cuero en su oficina en casa. La mente abrumada por pensamientos sobre el criminal y las tensiones escolares.

— Mierda.

Estuvo a punto de golpear la mesa cuando dos golpes en la puerta la hicieron enderezarse. Su hijo, Aidan Del Águila, irrumpió en la habitación. El joven de cabello castaño ondulado y lentes le dirigió una mirada seria.

—Regresaste temprano de la academia. Tu almuerzo está listo y dejé unos libros de matemáticas en tu cuarto —anunció, con un tono más autoritario que amable.

Sus palabras sonaron a una orden que a una simple declaración, a pesar de estar delante de su propio hijo.

— Bien —pauso en un corto suspiro que buscaba fuerza para seguir hablando— mamá, debo pagar la mensualidad del karate. ¿Me das dinero?

Alison suspiró y masajeó el puente de su nariz.

— Aidan —siseo ella— en los últimos exámenes tuviste el segundo puesto. Deberías estudiar más.

— Entiendo — susurró el adolescente— Y ... ¿pensaste sobre la feria luces que te dije? Podemos ir en la mañana. En la noche es una fiesta para universitarios

— Aidan —Alison lo detuvo, con más fuerza— Este bimestre tienes que ser el primero.

Aidan ni siquiera se quejó; solo asintió en un largo suspiro.

— Sí, mamá.

Cuando salió de la oficina, cerró la puerta con fuerza. Su chamarra se deslizó, revelando una herida en su muñeca, un eco silencioso de su frustración.

----

Por otro lado, Theo término contra el muro del pasadizo, con un rojo en su mejilla y el odio impregnado en sus ojos al verlo de reojo. Javier Sandoval, con la misma expresión autoritaria que conocía desde niño; el mentón alzado y desdén en los ojos.

Acarició el ardor en su mejilla, mientras las lágrimas luchaban por salir. No podía permitir que su padre viera su debilidad.

— Yo — balbuceó el pelirrojo, alzó la cabeza hacia su padre— Yo no hice eso.

— Ya lo sé. No eres capaz de armar una polea —se jactó su padre.

Tomó el brazo del muchacho, con tanta fuerza que seguro acabaría con un moretón. Theo forcejeó, buscando desesperadamente a su madre en el otro extremo del pasadizo, pero sabía que ella no se movería. No porque no quisiera, sino por el antiguo moretón en su espalda, un recordatorio de la violencia de su esposo.

— ¡¿ERES IDIOTA?! Tu metida de pata es malo para mí. ¡Eres mi hijo, debes ser perfecto!

Empujó a su hijo contra el suelo del vestidor, tan violento como arrasador. Theo quiso levantarse, pero Javier cerró la puerta en su cara; ignorando los golpes de su hijo, en ese pequeño espacio.

El rostro de Theo se volvió tan rojo como su cabello, golpeó la puerta, su corazón latió con fuerza y la desesperación lo consumió. Convirtiendo la rabia en llanto, cerró los ojos, sus manos se volvieron a su cabello, permitiendo sentir suaves golpes. Un ciclo interminable de miedo.

"No eres capaz, no eres capaz, no eres capaz".

"No te metas en problemas."

Golpeó la puerta. Harto y gruñendo, terminó arrodillado en el suelo; su puño dolió pero en su mente tenía una sola palabra.

« El fantasma ».

Mientras tanto, Amelia dejó de prestar atención a su hijo, consciente de su encierro, pero incapaz de cambiar la actitud de su esposo. Limpió los teclados de su piano cuando vio a Javier salir con un saco.

— Debo regresar al trabajo.

No dijo nada más, no hubo beso de despedida, ni siquiera intercambio de miradas. Solo el cierre de la puerta del departamento y Amelia apretando sus labios.

Arrugó el trapo y lo lanzó al suelo. Respiró lentamente, no era la primera vez que él abandonaba la casa en la noche, especialmente con un perfume diferente al que usaba para el trabajo.

— Ya no más — susurro y saco su celular.

----

A unas horas de la apertura del colegio del Viernes, el nuevo equipo de seguridad corrió bajo la densa neblina. Pitidos resonaron y pisadas de zapatos golpearón el concreto.

— ¡Oye! ¡DETENTE!.

Un guardia gritó con fuerza, persiguiendo a un desconocido. Este, ágil incluso con una mochila en la espalda, se movía como una sombra entre los pasillos oscuros, realizando acrobacias por la torre administrativa hasta llegar a los jardines junto al estadio.

El fugitivo estaba cerca de las rejas de los clubes deportivos, su posible escape. Sin embargo, un policía apareció frente a él, sosteniendo una linterna y una pistola. Bajo la luz tenue, el hombre vio al enmascarado: una figura de buzo negro, cuya sonrisa filosa erizó sus sentidos.

—O-oye... —balbuceó el oficial, con voz entrecortada—. Será mejor que te detengas.

El enmascarado solo murmuró un ominoso "Oh...". Su voz resonó como un eco en la penumbra.

El policía permaneció inmóvil, atrapado entre el miedo y la incertidumbre, mientras el intruso se agachaba, listo para correr. Y así lo hizo: con un salto ágil, esquivó al hombre. El oficial apenas pudo cubrirse, arrodillándose mientras lo sentía pasar a su lado como un torbellino. Un instante después, el enmascarado estaba sobre las rejas, desapareciendo en la noche.

—Estoy muerto… —susurró, mirando la reja vacía.

Se acerco un poco, con lentitud y preocupacion. Hacia algo colgado como una bandera, flotaba una camiseta de fútbol empapada por la neblina: Dávila.

— ¿Quién es Dávila?

------

Solo pasaron un par de horas, en el inicio de clases, mientras varios ingresaban en un carro negro, talia volteo a su padre.

— De nuevo, lo siento papá —gimoteo ella. Sus ojos vibraron en la tristeza— pero el pequeño junior fue parte de mi experimento, necesito comprar otro conejillo antes de la feria. O no tendré puntos.

Su padre rasco su cabeza con fuerza, exhalo tan fuerte que asustó a su hija, pero finalmente, endulzó su expresión.

— Por favor, no hagas otra tontería. Pero sigues castigada, tienes que volver a casa antes de las seis.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.