La desesperación y el dolor, emociones relativas y difíciles de ver en las personas. Sin saber el crecimiento de desastres o la propia venganza que alguien podría tener, ¿Acaso es tan importante tener cuidado con lo que dices o haces?
No ofendas, no engañes y ten cuidado.
No. Debería ser: elegir a quien ofender, a quien engañar y con quien tener cuidado.
¿No es así? Alison del Aguila.
°°°
Era sábado, el día después de la fiesta. Alison Del Águila permanecía tumbada en la cama, los ojos fijos en la pantalla de su laptop mientras las noticias llenaban el silencio: “Alumna del Colegio Perla Santa atacada en fiesta”. Las palabras parecían golpearla una y otra vez. Su celular vibraba insistentemente, mostrando llamadas de un único contacto: "Padre".
— Déjame en paz —susurró furiosa, apago el teléfono y lo escondió bajo las sábanas.
Su cabeza latía con fuerza, fruto de la resaca emocional y el estrés. Recordó las cartas de renuncia apiladas sobre su escritorio, las quejas furibundas de los padres y las demandas al equipo de seguridad. Todo apuntaba a una única verdad: alguien estaba destruyendo el colegio.
SU COLEGIO.
Encerrada en sus propios pensamientos, se asustó cuando la puerta de su habitación se abrió. Alejandro Del Águila, fundador del colegio, apareció. Vestido con su impecable traje, irradiaba autoridad. Sin decir una palabra, lanzó un documento sobre la cama.
— No necesito tu ayuda — susurró la mujer, viendo de reojo hacia la arrugas de su padre— ya tengo un plan.
Alejandro revisó las facciones de su hija, una larga monotonía de un par de ojos cansados.
— Antonia va a firmar — explicó. Volteando a la sorpresa de su padre — Escucha. No hay un solo registro de ese criminal, solo las cámaras de seguridad del día que destruyó el salón de profesores y el testimonio de un oficial — continuó con tanta firmeza en su voz como su ceño fruncido — pero mis abogados saben que Antonia ha estado interfiriendo con la clausura de los padres de familia.
— Oh … Vas a culparla.
Alison asintió, una sonrisa cínica cruzando sus labios. Desde otra habitación, Aidan escuchaba todo a través de una aplicación espía instalada en el teléfono de su madre.
«¿Por qué siempre ese estúpido colegio?», pensó, ocultando su asco. Sabía que su madre prefería la escuela a él. Lo odiaba.
—Siempre ataca a la escuela o a los alumnos, es una base sólida —dijo Alejandro.
Aidan se congeló. ¿"Atacar"? La palabra resonó en su mente, mientras una sonrisa maliciosa se dibujaba en su rostro. Una idea comenzaba a tomar forma.
Conoce con quién estás tratando y conoce a quien has escogido como rival … Porque, después de todo. No todos van a reaccionar igual a tus estrategias.
Era pleno día en un restaurante chino. Cuatro personas sentadas alrededor de una mesa jugaban poker dos contra dos, con una bolsa de dinero en el medio.
Una pareja irradiaba ambición, confiados en su victoria frente a una adolescente de un joven de brazos tatuados y un par de ojos verdes de expresión imperturbable. Ella giró un anillo de plata reflejante.
Con calma, Kayle dejó sus cartas sobre la mesa: una escalera con dos diamantes.
—Ganamos —declaró, levantándose con firmeza y sonriente como si hubiera hecho una travesura— Practiquen más y dejen de tocarse bajo la mesa. Vámonos, Leo.
Leo recogió la bolsa con agilidad y la siguió. Apenas salieron, ambos corrieron hacia un paradero de autobuses, sus respiraciones entrecortadas por la carrera, lograron hablar:
—¿En qué momento hiciste trampa? —preguntó Leo, guardando el dinero mientras el autobús se acercaba.
—No sé jugar veintiuno —respondió Kayle con fastidio.
—Era póker —corrigió él, suspiro—. ¿Y en la escuela?
—Ellos siguen con lo del “fantasma”. Es útil —explicó kayle— solo espero que no descubran porque estoy ahí.
Kayle subió al autobús con una sonrisa astuta. Mientras las puertas del bus se cerraban frente al chico.
Al día siguiente, los ventanales de la cafetería aparecieron cubiertos de caras amarillas garabateadas. Los estudiantes se sacaban selfies frente a los dibujos, mientras los conserjes luchaban por limpiarlos.
—Otra vez... —murmuró Jack, dejándose caer en su silla frente a sus amigos, observando a los trabajadores con cansancio—. ¿Por qué odia tanto el colegio?
Miró hacia Corni, que hablaba en voz baja con Ana.
—Oye, Corni, te estoy hablando.
—Déjame en paz —respondió ella con desgana, regresando a su conversación— ¿En serio tienes que usar las vendas una semana más?
—Estoy bien, no te preocupes —Ana forzó una sonrisa—. ¿Vendrán todos a la tutoría en mi casa hoy?
—Sí —contestaron los chicos al unísono.
Corni cayó en silencio, incapaz de ignorar la incomodidad que la atrapaba. La culpa la aplastaba: sabía que Ana era víctima de algo que no se atrevía a nombrar.
Theo, por su parte, miraba los graffitis, escudriñando el entorno con las manos temblorosas.
« Maldito fantasma » gruñó para sí mismo. Sentía una mezcla de frustración y miedo, como si una bomba estuviera a punto de explotar.
— Sandoval.
La voz a sus espaldas le erizó la piel. Era Aidan. Theo giró, fingiendo seriedad mientras escondía sus manos.
—Hay videos en YouTube —dijo Aidan con calma—. En uno apareces entre la multitud.
Theo sonrió, esforzándose por mostrar su enojo.
—No sé de qué hablas. Adiós.
Se alejó con una sonrisa forzada que creció al saber que dejaba a Aidan solo. Pero su paso se detuvo al cruzar miradas con Kayle hablando con Nicolás.
Parecía una conversación profunda. Aunque ninguno hablo, desde el pasadizo y escaleras. Solo cuando llegaron a la oficina del consejero, Kayle volteo. Con aquellos ojos inocentes que ocultaban más de lo que podría explicar