Escondido entre las sombras de callejones estrechos y paredes grafiteadas, Leo fue lanzado brutalmente contra un montón de bolsas de basura. El golpe lo dejó aturdido, el hedor agrio mezclándose con el dolor que palpitaba en su cabeza.
Un hombre fornido, vestido de negro, se acercó con pasos firmes. Su mirada helada era más intimidante que su fuerza. Sin previo aviso, lo sujetó del cabello y lo alzó con violencia.
— ¡Ya no soy parte de eso! No tengo clientes —balbuceó Leo, entre quejidos.
El hombre no respondió; solo lo estrelló contra el muro de la heladería.
— Asegúrate de llevar a la niña al bus de la playa —susurró con veneno— o tu hermana y su bebé no vivirán para ver otro día.
En ese momento, recibió otro golpe que lo dejó aturdido y gimoteando de dolor mientras el otro desaparecía de su vista. Sin poder moverse y noqueado.
Por otro lado, en la biblioteca del colegio, la frente de theo sintio el frio de la mesa, sus parpados apretados con fuerza despues de recordar una noche de busqueda de su celular y mentiras hacia a su padre, su celular seguía desaparecido, y la humillación de haberlo perdido se sumaba al enojo de no poder contarle a su padre. No era solo un celular; era admitir un error ante su padre.
Dos golpes secos en la madera lo hicieron alzar la cabeza de golpe. Esteban estaba frente a él, su rostro imperturbable, casi aburrido.
— ¿Por qué no le pides a tu viejo otro teléfono? —dijo, cargando las palabras con una fina burla bien oculta.
— No —siseó Theo, un poco apenado — Tal vez alguien me lo robó…
Esteban esbozó una sonrisa fugaz.
— Como sea. Nos cambiaron el horario, hoy tendremos entrenamiento, mañana le toca a los de fútbol.
Sin más, se dio la vuelta y se fue. Theo resopló, el peso del miedo recorriendo su espalda.
— Él te odia —comentó Andrew desde su asiento, sin molestarse en disimular.
— No como nosotros —agregó Arthur con una risa contenida— Lo nuestro es más como... asco.
Theo los ignoró con un suspiro cansado.
— Gracias —murmuró irónico, alejándose.
— Hoy iremos a la bodega —susurró Arthur tras él, sus palabras repletas de intención.
Despues de unas horas, el aire era denso en la bodega. Aún con ventanas abiertas, el leve aroma a madera vieja que ahogaba al grupo de adolescentes. Los chicos estaban dispersos, y los gemelos, Andrew y Arthur, no dejaban de sostener sus celulares con sonrisas burlonas.
— Más les vale que esa idea de no involucrar a la policía o a nuestros padres funcione —advirtió Corni, cruzada de brazos y mirando a todos con severidad— Y no se demoren, tengo clases particulares.
— ¿En serio, te crees tan importante? —espetó Bruno desde una esquina, su tono apenas un susurro pero lo suficientemente claro.
Corni se levantó de un salto, sus ojos chispeando furia.
— ¡Dímelo en la cara, escarabajo cobarde!
Theo, apoyado contra la pared, se pasó una mano por el cabello, agotado. Su pie golpeo el suelo con insistencia mientras mordía su labio, mirando a cada uno. La discusión escalaba, y su frustración crecía.
— Kayle —soltó, dirigiéndose a la chica que leía un libro con aparente tranquilidad—. ¿Alguna idea?
Kayle alzó la vista con una expresión neutral.
— Ninguna.
— Eres el primer puesto. ¿No eres inteligente? —refutó Arthur.
— Qué grosero —respondió ella y suspiró. Cruzo sus piernas, llevando su cerquillo hacia atras— Pero … no entiendo porque ataco a Ana. El fantasma nos atacó a nosotros, aun cuando no tenemos nada en comun. Esa vez en el retiro solo parece una coincidencia, ¿no?
Su pregunta fue suelta, volteo a cada uno y ninguno supo cómo responder. La tensión no disminuyó, pero Theo suspiró, agotado.
— ¡Esto es molesto! —llamó la atencion de los demás— ¿De verdad nadie quiere que este imbécil deje de arruinarnos el día?
El silencio fue su única respuesta. Finalmente, cruzó los brazos, su tono firme:
— Hagamos un trato. Sigamos buscando cómo hablar con él. Yo tengo entrenamiento.
Sin esperar respuesta, salió de la bodega. Corni frunció el ceño.
— ¿Y este quién se cree?
Cuando se dispersaron, Talia descendió por las escaleras. En el segundo piso, Kayle la detuvo. Se alarmó por solo verla, un par de jades filosos a punto de cortar la piel de cualquiera. Talia se agarró del barandal.
— ¿Podemos hablar? —preguntó con su tono calmado.
Talia asintió.
— Escucha, Tom no es alguien confiable. Ten cuidado.
La chica de trenzas inclinó su cabeza. Sus ojos grises oscuros brillando con una mezcla de incertidumbre y enojo.
— No lo sé... Él ha sido amable conmigo. Es bueno y
— ¿Hablamos del mismo tom? — Kayle ocultó su burla — Él cree que todo lo que pasa en su vida se lo merece. Es un oportunista y cree que puede controlar todo.
Talia apretó sus puños y volteó con fuerza a Kayle.
— Kayle, tú… —Su voz tembló, pero sus ojos brillaron con una mezcla de desafío y temor—. No sé qué te hizo pensar así de él, pero Tom… él ha sido amable. Es el único que no me trata como una basura por no tener dinero o una beca. No es como los demás.
Kayle la observó con una ligera sonrisa de resignación.
— Bien — susurró— solo cuídate.
Mientras Talia bajaba las escaleras con el corazón agitado, susurros se giltraron desde el interior de los baños. Allí, lejos de las miradas curiosas, Esteban tamborileaba sus dedos en el celular de Theo. Encerrado en los cubiculos, sonrio cuando lo desbloqueo.
Reviso los mensajes, algunos grupales del colegio y otro con el nombre “Padre”. Entró apurado y en segundos, su sonrisa se ancho de oreja a oreja.
«Ya hablé con tu entrenador. Debes tener más cuidado» y « Deja de hacer tonterias, eres mi hijo recuerdalo. »
— Al fin … — Esteban se mordio el labio— al fin una prueba, capitán. Títere de papi.
Fuera del colegio, un hombre alto y musculoso esperaba apoyado en un coche gris, sus lentes oscuros cubriendo sus ojos, pero sin perder detalle del entorno. Al ver llegar a los gemelos, abrió la puerta con un gesto preciso. Era su guardaespaldas.