Theo no pudo responder, no sin romper las reglas que su padre había impuesto. Si hacía una tontería, si lo golpeaba, si confesaba o si cambiaba de tema; no importaba, si es que su padre se enteraba, no solo perdería su puesto, sino también su libertad.
— Perdón, perdón — continuó Esteban, con una sonrisa burlona — no debería haberlo dicho en voz alta, pero tú no tienes voz, ¿verdad? TITERE DE PAPI.
Eso fue suficiente. Con rapidez, Theo dio un paso hacia Esteban, lo sujetó por la ropa y lo acercó a su rostro. El ceño fruncido mostraba lo que no había dicho en palabras.
—¿Miento? ¡Dímelo! ¡Todos queremos saberlo! —exclamó con una sonrisa que mostraba sus dientes y pliegues sobre sus mejillas y ojos. Podría asustar pero solo ocasionó molestia en Theo.
— Escucha — susurró Theo, su voz llena de furia — No entiendo a...
Antes de que pudiera terminar, Esteban lo golpeó con un puño en el abdomen, obligándolo a retroceder. El aire se le escapó, pero no perdió el equilibrio por mucho tiempo. La ira crecía en sus venas.
— No me toques, titere de papi — gruñó Esteban, mientras retrocedía, satisfecho.
El odio ardía en los ojos de Theo mientras se enderezaba, decidido a no dejarse vencer. Sin pensarlo, contraatacó. Un golpe limpio a la mandíbula de Esteban lo envió al suelo con un gruñido.
El impacto fue fuerte, y el chico tambaleó, sus lentes cayeron. Asi como el celular del pelirrojo al flotar de regreso a sus pies.
Con sus ojos sobre su celular, pudo sentir como el último hilo de cordura se rompió. Se abalanzó contra él, los golpes llovían con furia mientras los demás jugadores se acercaban, grabando la pelea con sus teléfonos.
— ¡Theo! — gritó uno de los jugadores, levantando el pulgar hacia él.
— ¡Vamos, Esteban! ¡Dale! — vociferó otro, animando a su compañero.
Theo ya no pensaba. Ya no había estrategia, solo pura furia. Esteban logró golpearlo en la cara, pero Theo devolvió el golpe con más fuerza. La pelea se prolongó, hasta que los gritos de los compañeros y el silbido del entrenador cortaron el aire.
— ¡Basta! — ordenó el entrenador, su voz llena de autoridad.
Todos se detuvieron, y Theo, con el rostro ensangrentado y las manos temblorosas, miró a Esteban. La ira seguía ardiendo en su pecho, pero algo dentro de él empezó a calmarse cuando vio que la pelea había terminado.
El entrenador jalo su ropa, alejándose uno del otro.
— Ambos vienen conmigo.
Mientras tanto, en la oficina de dirección, Alison hojeaba los currículums de nuevos docentes, con la mirada fija en los papeles.
— Gracias, subdirector Antonio — dijo, volviendo la vista hacia él con una ligera sonrisa. — Siempre trabajas rápido.
Antonio, visiblemente agotado, asintió, pasando otro documento a la mesa. Sus ojos cansados mostraban el esfuerzo de un día largo.
— Este será el nuevo profesor de historia. Tiene mucha experiencia y, lo mejor de todo, no pide mucho dinero. También aceptó dar talleres extracurriculares de arte — explicó, viendo cómo ella se interesaba en el documento.
La mujer asintió, placida entre documentos.
La puerta se cerró tras Antonio, Alison suspiró y abrió la última carpeta. Sin embargo, cuando vio la imagen del curriculum, palideció.
“Oscar Zapata”, sus ojos se encendieron de furia y antes de poder reaccionar, dos golpes en la puerta la interrumpieron; el sub director volvió a entrar.
— Dos chicos se pelearon — informó el subdirector, visiblemente preocupado.
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En un rincón oscuro, el aire denso se mezclaba con el eco de respiraciones entrecortadas. El olor salado del mar se entrelaza con el metal oxidado, creando una atmósfera opresiva que se incrementó cuando un movimiento brusco, arrebato la bolsa negra de la cara de Kayle.
Atrapada, su respiración era fuerte, sentía el duro roce de sogas en contra de sus muñecas amarradas a una silla. Se tardó solo unos segundos en poder ver a dos desconocidos. Uno pintando sus uñas, el otro de pie con una expresión burlona. Mientras tanto, Leo, a un metro de distancia, sin cuerdas.
Con una triste mueca por su amiga.
— ¿Cuándo vendrá su jefe? — preguntó al fin Leo.
— Ocupada — respondió el más joven, sin levantar la vista de sus uñas.
Kayle revisó la falda del uniforme intacta, revolvió sus pies.
— Entonces, ¿puedo ir al baño? — empezó Kayle, desde su asiento. Evito cualquier contacto con ellos — Es una urgencia femenina.
— Rick, llévala — ordenó el más fornido.
En segundos, el joven afeminado empujó a Kayle por un oscuro pasadizo. Ella no protestó, solo miraba su alrededor cuando Rick abrio una puerta y la empujó con brusquedad, cerrando la puerta en su cara.
— ¡No hagas nada raro! — gritó, dando un azote a la puerta al cerrarla.
Al fin sola. Su respiración se quebró, al igual que su calma. Paralizada por el miedo, sus manos subieron a sus labios. Encorvada, las manos temblorosas subieron a sus labios, tratando de ahogar el llanto que amenazaba. Sin lágrimas, sólo desesperación. Sus ojos recorrieron las cuatro paredes de cemento, buscando un escape que no existía. Golpeó su cabeza contra la pared, como si pudiera sacar una idea de allí.
Terminó por golpear su cabeza, como si estuviera buscando una idea. No era ella, no era lo que su madre le había enseñado de niña.
«Kayle, la torre se mueve en línea recta. Así que, debes tener peones que te protejan. O si no, te comerán. Como … ¡Ahora! — exclamó su madre con una dulce sonrisa al llevarse su última pieza. »
«Ah … ¡No es justo! — se quejó, haciendo un puchero que solo enterneció el rostro de su madre, quien le acaricio su cabello.»
«Por eso te dije. Para no lavar la sangre de otros, debes adelantarte a los problemas»
«Mamá. Deja de decir cosas que no entiendo»
«Lo harás, eres inteligente y eres mi pequeña» — fueron sus palabras de su madre en un largo abrazo.