Atte. El fantasma

CAPÍTULO 30: La familia

Esa tarde, Corni entrelezo sus dedos sobre sus rodillas. Con sus ojos atentos sobre su abuela, padres y tres hombres en traje, abogados con portafolio y mirada aguda. Peleaba para mantener su espalda recta y rostro serio.

— Ahora dilo — ordenó su padre.

Corni resoplo, balbuceo unos segundos antes de volver a suspirar y con una vaga expresión, todos sus músculos se relajaron, sus ojos firmes ante los hombres.

— Cuando entré, la profesora ya estaba en el suelo. Y ellos se veían amenazantes. Me asuste cuando Jack se acerco a mi — argumento, triste.

— De acuerdo, solo debes decir eso delante del jurado, no hables con esos niños — habló su padre y acarició la mano de su hija para luego levantarse — mamá, hay que pedir comida.

Mientras la abuela Susan tomaba la mano de su hijo, Corni mantuvo su cabeza gacha. Avergonzada.

« Mierda. Nunca debí ser amiga de ellos. Pero, si hablan sobre la venganza de los gemelos » pensó ella, al apretar sus puños y quedarse sola en la mesa del comedor.

« No, debo protegerlos » Era una promesa silenciosa que había grabado.

— ¿Qué harás con el viaje? — escucho de su abuela. Volteo su mirada, tratando de escuchar con atención— Yo puedo hacerme cargo de Corni.

— Gracias —susurro él— pero, aún podremos estar en el primer tribunal.

Por otro lado, en la isla de una pequeña cocina, los ojos Kayle buscaban con frenesí aquel foro web de preguntas antiguo, Su pregunta aún no tenía respuesta y sus piernas se movían con insistencia. Hasta que una ligera risa la interrumpio.

Vio a sus dos padres ocupados cocinando, ella cerro su laptop, sumergiendose a la atmósfera familiar, sus pies empezaron a juguetear, buscando consuelo en una sensacion infantil de seguridad.

— Kayle —anunció su padre adoptivo, Santiago. rompiendo su ensimismamiento— es raro que salgas un día de vacaciones. ¿A dónde fuiste?

La pregunta resonó en ella, los pies de Kayle se detuvieron, y forzó una sonrisa en sus labios.

— Estoy en un círculo de estudio, papá. —mintió, su tono era calmado, pero sus ojos captaron el disgusto en el rostro de su padre biológico, Santiago— No te preocupes, sé cómo manejarme. Mamá me enseñó muy bien.

—Y eso es lo que más me preocupa. Tu madre fue demasiado libre —respondió Santiago, con una nota de advertencia en su voz. Aaron, el otro padre, se acercó con una bolsa de malvaviscos—. Creo que Kayle debería ser más responsable como persona.

— Creo que Kayle debería ser menos engreída. — intervino Aaron.

—Creo que se están quejando de la educación que mi mamá aun enferma, me dio —Sus palabras cayeron como un martillo. Luego, volteó hacia Aaron con un destello en su mirada—. Soy una chica, necesito descansar de la vida. Tal vez como en la sala de tiro de papá Aaron.

El silencio que siguió fue pesado. Aaron miró a su pareja, negándo rápidamente.

—¿Puedes llevarla? —pidió Santiago, sus ojos encontrando los de su novio, una conversación silenciosa entre ellos.

— ¿La dejaras ganar?

Antes de que Kayle pudiera procesar el intercambio, el timbre sonó, cortando la conversación.

— Ve tú — ordenó Aaron a la chica quien en regañadientes subió por las escaleras — y tú, enserio. ¿Eres el padre aquí?

— No puedo, se parece a su madre — susurró Santiago, dejando entrever una mezcla de nostalgia.

Kayle soltó un suspiro de frustración y subió las escaleras, su mente ya anticipando el próximo enfrentamiento y de pronto, la seguridad de su casa.

“Un ojo magico no estaria mal” surgió en su mente, una precaución que se aferró a su pensamiento. Abrió la puerta lentamente, solo para encontrarse cara a cara con Theo.

— Hola — dijo él.

Por un instante, Kayle quedó paralizada e instintivamente cerró la puerta, siendo bloqueada por el pie de Theo.

—Theo, ¿qué haces aquí? —susurró, su voz llena de alarma. Apretó los dientes, llevó el peso de su cuerpo sobre la puerta, pero Theo no cedió.

— Que madura eres — dijo sarcástico el chico en plena pelea.

— ¿Qué haces? — se escuchó.

Kayle sintió un escalofrío recorrer su espalda. Santiago, su padre, apareció en la escena, con una bolsa de carbón en la mano, observando la escena con ojos inquisitivos. El agarre de Kayle sobre la puerta se aflojó, y Theo aprovechó la oportunidad para colarse dentro.

—Buenas tardes —dijo Theo con una sonrisa cortés, extendiendo la mano hacia Santiago— Me llamo Theo, soy compañero de clase de Kayle. Siento venir a esta hora, pero... realmente no tengo dónde quedarme esta noche.

— ¿Conoces el albergue para indigentes? — preguntó con sarcasmo la chica.

— ¡Kayle! —la voz de Santiago fue firme, casi desaprobatoria, mientras evaluaba a Theo.

Santiago estrechó la mano del chico, su mirada recorriendo su apariencia. Theo parecía bien vestido, pero su rostro estaba rojo, un poco sucio, como si hubiera intentado curar un par de heridas.

—Me llamo Santiago —dijo el hombre, su tono algo más suave—. Puedes quedarte, espero que te gusten las fogatas.

Theo asintió, viendo con cierta alegría oculta en su mueca cortes al hombre. Mientras el hombre bajaba por las escaleras, Kayle tomó su antebrazo.

—Escúchame —susurró, con un tono urgente— Nada de lo que sucede en el colegio importa aquí.

—Sí, señora —respondió Theo.

Entonces, alejó la mano de la chica y bajó por la escalera. Mientras Kayle creaba maneras de alejar temas familiares de Theo, una extraña luz iluminaba celosamente en la oficina de la familia de Bruno.

El adolescente, con el cabello desordenado y con pijama no podía sacarse de la cabeza los pensamientos de esa tarde: "¿Será la misma 'Susan'?" Revisó itinerarios, correos electrónicos y detalles de reuniones, pero nada explicaba por qué sus padres parecían estar constantemente fuera de casa.

La luz de la pantalla iluminaba su rostro en concentración al recordar cuando tenía 10 años.




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