Al frente de una puerta, Pablo, el hermano mayor de Bruno, contemplaba el muro de fotos colgados, con cierta incertidumbre suspiro cuando escuchó un extraño ruido desde el interior de la habitación de su hermano.
Hace más de unos días, el primogénito de la familia estaba preocupado por el menor. No solo se trataba de su extraña actitud fría que creía común, era por su insistente pregunta por sus padres.
Pablo entró al cuarto de su hermano.
— Oye — dio un alto respingo — ¿Enserio no te acuerdas con quien jugabas en el parque?
Bruno negó inmediatamente. Viendo la sorpresa que se apoderó del rostro de Pablo. Sus ojos se abrieron un poco más, y sus cejas se arquearon en una expresión de incredulidad. Hubo un breve momento de silencio mientras procesaba la revelación de su hermano menor.
— ¿La razón por la que en primaria te decían escarabajo? — preguntó Pablo, mientras se sentaba en la silla del escritorio.
— Jugaba con insectos en el parque y en el patio de la escuela — respondió Bruno.
Pablo asintió.
— Pero, con una niña —Pablo trató de explicarse, aunque al ver los ojos abiertos de su hermano fue difícil— Tenías cinco años — exhalo Pablo, empezando a recordar su infancia.
» Después de clases, ibas al parque para jugar con ella. Un día, yo los acompañe. Ella era rapida y tú eras más gordito así que no podías correr igual.
» Se reían como tontos y gritaban como locos, por eso ninguno vio venir un carro a toda velocidad. Yo pude detenerte, te jale hacia atrás, pero ella ...
Pablo resopló con fervor, sin poder seguir y recordando el miedo en los ojos de su hermano menor.
— Estabas tan asustado — dijo y al fin regresó con su hermano — nunca olvidaré tu cara o ... ¿sabes? es mejor no recordarlo.
Bruno, con los ojos aún abiertos como platos, escuchó cada palabra de Pablo. El relato de su hermano resono en su mente, pero la sorpresa inicial ahora estaba mezclada con una confusión aún más profunda.
Asustado por la posibilidad que temía, se atrevió a formular la pregunta que había estado evitando.
— ¿Esa niña... sobrevivió? —La voz de Bruno era temblorosa, temiendo la respuesta.
Pablo miró a su hermano, reconociendo el terror en sus ojos mientras alzaba sus hombros.
— no sé —empezó Pablo— solo nos dijeron que estaba bien. Fue una mujer, anciana, quien le pidió a mamá y papá que no se juntaran de nuevo.
Bruno tragó hondo, sorprendido en una mezcla de seriedad y miedo.
— ¿Te acuerdas como se llama esa mujer?
Pablo asintió, con dolor.
— Susan Esposito —respondió, noto la creciente ansiedad en los ojos de su hermano.
— ¿Por qué nunca me lo dijiste?! — gritó Bruno. Se levantó en su cama, en una oleada de enojo y exaltó.
Sus ojos abiertos como platos, sus dientes chillaron apretando su mandibula sin darse cuenta del miedo de Pablo. Él no pudo responder, no al enojo puro de su hermano.
Vaciló por un momento, sopesando la decisión de indagar más en su pasado. Mientras Bruno se abrumaba con miles de preguntas en su mente. Finalmente, con determinación, miró a Pablo y formuló la pregunta que rondaba en su cabeza.
— ¿Entonces mamá y papá salen de viaje por Susan? — volvió a preguntar Bruno.
— No digas que te dije —pidió el mayor— no querían que recordaras a esa niña, porque ... Susan no quería que tú la recordaras.
Bruno bufo, con indignacion. Acaricio su cien y volvió con su hermano.
— ¡Eso no es justo! — exclamó Bruno, dejando salir su frustración al levantarse de su cama.
— ¡OYE! — grito Pablo, tomó los hombros de su hermano con fuerza — promete que no les dirás nada a nadie.
Bruno asintió de mala gana, aunque su mente estuviera atorada en pensamientos e intriga. La mezcla de emociones, desde la confusión y frustración, se reflejaba en su rostro mientras intentaba comprender el por qué de ese secreto y la relación de Susan con las decisiones de sus padres.
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Las horas pasarón ese día, en plena madrugada en la búsqueda de su hijo. Sentada en una esquina de una tienda de comida rápida, junto a Oscar, su mirada se perdía en los mensajes enviados y no leídos, esperando ansiosamente alguna señal de su paradero:
"¿Dónde estás?"
"Por favor, responde. Estoy preocupada"
"Theo, por favor respondeme. Hablemos"
"Estoy en tu restaurante favorito. Ven, comamos juntos"
Sus ojos, marcados por las noches en vela, reflejaban una mezcla caótica de temor y esperanza. Oscar observó el dolor de Amelia.
— Cuando Theo llegue, debes actuar con seguridad, Amelia. No quieres que se preocupe más por ti —aconsejó Oscar, tratando de darle un poco de calma en medio de la tormenta.
De repente, Amelia alzó la mirada, como si un instinto la obligará a voltear hacia la derecha. Allí, abriendo la puerta de cristal del café, Theo se acerco con una mezcla de molestia y tristeza que no pasó desapercibida para ella. Sin pensarlo, se levantó rápidamente y se lanzó a abrazarlo, como si con ese gesto pudiera protegerlo de todo el dolor del mundo. Pero la tensión en los hombros de Theo era palpable, una barrera que la frenó.
— Mamá, me asfixias — dijo Theo, con voz apagada.
— Ay, perdón... —se disculpó Amelia, soltándolo de inmediato, pero la alegría y tristeza se mezclaban en su rostro, creando una sonrisa frágil.
Siguiendo el consejo de Oscar, Amelia suspiró, tratando de mantener la calma y miró a su hijo. Él estaba confundido y apenado.
— ¿Profesor Oscar? ¿Qué hace aquí? —preguntó Theo, sorprendido al notar la presencia del hombre.
Oscar esbozó una pequeña sonrisa, pero antes de que pudiera responder, Amelia tomó la palabra.
— Theo, Lo siento —llamó ella — He tomado una decisión. Voy a pedir el divorcio, no sólo por Javier. Quiero darte una mejor vida y me esforzaré en darte una linda casa, en la que puedas vivir en paz.
Theo la miró, sus ojos reflejando el shock inicial, una oleada de emociones que luchaban por salir. No sabía cómo responder, el dolor en la voz de su madre resonó en su propio corazón. Sin decir una palabra, se adelantó y la abrazó, esta vez sin la tensión que había sentido antes. Fue un abrazo genuino, lleno de necesidad y comprensión.