“Las clases de hoy quedan suspendidas. Por favor, regresen a casa”
“Esas fueron las palabras del director hace dos días. Sin embargo, fuera de los muros de la institución, el incidente no había sido noticia. Unos cuantos billetes bien colocados habían asegurado el silencio de los noticieros locales y a los padres de familiares.”
— ¡NO ME JODAS! — gritó, una voz masculina y llena de coraje — La próxima vez que hagas algo en contra de los niños, ¡te matare!
Se escuchó un portazo, y los gruñidos se desvanecieron lentamente en el salón del departamento. Rose permaneció en silencio, observó la puerta cerrada con una mezcla de furia contenida y determinación. Finalmente, giró hacia el hombre frente a ella: sentado en una de las sillas del comedor, con un sombrero oscuro ladeado y una bolsa de carne molida apretada contra su mandíbula hinchada, sus ojos vigilaban el tablero de ajedrez ante él con una calma inquietante.
Rose chisto, contuvo su risa y suspiró.
—Escucha —ella hablo. Su voz suave pero con la mandibula apretada— debes demostrar que no fuiste tú. Si no, diremos todo. Sabes que poco nos importa ir a la cárcel.
Él la miró con una mueca y ajustó la bolsa antes de hablar con dificultad.
—Ya les dije que no fui yo —murmuró, sus palabras amortiguadas.
— Di lo que quieras, jefe —intervino ella. Recargó su rostro en su mano, observó al hombre con una mirada penetrante y cargada de desprecio— A diferencia de él, yo no estoy interesada en los niños, pero no pienso dejar que provoques más muertes. No importa de quien se trate.
— Ya te dije que las flores son falsas
Rose se levantó, golpeó la mesa, con tal fuerza que las piezas del ajedrez se desparramaron por el tablero. Algunos peones cayeron y rodaron por la mesa, mientras el apodado “Jefe” se inclinó tranquilamente, comenzo a recoger una a una.
—“Tranqui” —murmuró él, coloco cuidadosamente cada pieza de vuelta en su lugar— nuestros niños son más inteligentes de lo que creen.
Rose apretó los dientes, sintio cómo la ira hervía bajo la piel.
—¿Ahora qué mierda tienes en mente?, morboso —su voz sonó como una cuchilla afilada, aunque él no parecía intimidado en lo más mínimo.
El hombre la observó desde el otro lado del tablero, sus labios se curvaron inocentemente.
—A veces eres cruel, Rosa Angélica —su tono fue burlon, suave como el veneno— Lo siento —ocultó su sonrisa— Pero ahora mismo, solo espero resultados.
Rose lo miró fijamente, sus ojos fulminantes, cada vez más oscuros.
—¿Cuáles? —preguntó en un tono glacial, manteniendo su postura firme.
El hombre soltó un suspiro falso, casi cansino.
— Le di información a Talia y ella tiene otra información, pero se ha quedado callada; los gemelos sufren a causa de sus padres; Kayle aún no les cuenta sus problemas a los demás; Corni si o si, irá al servicio comunitario, y a Bruno… bueno, su plan es el más amable, pero dependerá de él. Y… —hizo una pausa, su tono apenas un susurro— Theo tuvo resultados inmediatos, aunque, ahora tiene otro problema.
Los ojos de Rose saltaron con sorpresa y un poco de miedo.
—¿Qué hiciste? —exigió, su voz convertida en un susurro ácido.
—Yo, nada. Un buen padre debe darles a los hijos los materiales para convertirse en adultos —respondió con una pequeña risita que hizo que Rose apretara los puños.
Ella sacudio su cabeza y tomó su bolso.
— Haz otra cosa igual de horrible y juro que te dejaré la cara tan destrozada que ni tu novia podrá reconocerte —su voz apenas fue un susurro, pero cada palabra estaba cargada de una amenaza helada.
El hombre sonrió levemente, sorprendido pero no asustado, y la observó marcharse. Su sonrisa desapareció, convertida en aburrimiento mientras sus dedos tomarón un peon pintado de rojo, lo giró entre sus dedos.
— No me equivoque en volverlo el líder del equipo — susurro. Dejó la bolsa con hielo en la mesa antes de golpear su espalda contra su asiento.
A punto de cerrar los ojos, el vibrar de su celular llamó su atención. Una llamada bajo el nombre: Abogado 04 de Veronica.
— Oh … es hoy — siseo. Una sonrisa creció y contestó.
En el tribunal para menores, Veronica volteaba lentamente su mirada hacia el grupo de adolescentes que una vez enseñó y luego, a Corni, con sus abogados, alejados del resto.
«No importa si son niños o poderosos, debo cuidarme», se repitió a sí misma mientras escuchaba a su grupo de abogados hablar. Los observaba con desdén, cada vez más intrigada por la oferta que le había hecho aquel hombre de negocios hace una semana y que no había vuelto a ver desde entonces.
— Señorita Veronica — escuchó de uno de sus abogados — darán veredicto.
En un instante, Veronica recuperó su compostura mientras el juez tomaba asiento.
— Después de analizar los hechos y las contradicciones entre los demandados y la demandante —declaró el juez con una expresión seria y reflexiva— se ha a llegado a la conclusión
— ¡Tenemos otra prueba del intento de asesinato! — la interrupcion hizo sobresaltar a todos en la sala.
El foco se posó en aquel hombre desconocido, un poco bajo y regordete, corrió hacia los abogados de Veronica. La sorpresa se dibujó en los rostros de los presentes, incluyendo a Corni, quien giró rápidamente hacia sus propios abogados y luego a sus padres y abuela.
El rostro de la anciana, siempre percibida como una figura fuerte y de actitud inquebrantable, se convirtió en un profundo descontento. Amenazó con una simple mirada arrogante a sus abogados.
Sus ojos se estrecharon cuando el sonido de un golpe resonó en la sala. En la pantalla, se proyecto un video de la calle, sin voz, de la noche en que dejaron a Veronica en el suelo de un basurero.
Apreto el corazón, Veronica vio la frialdad en sus acciones. Se enfocó en el video, a cada adolescente revisando el cuerpo, mientras Jack susurraba algo a Corni.