Atte. El fantasma

CAPÍTULO 42: La verdad lastima

El fundador Alejandro marcado por el cansancio acumulado, frotó las arrugas de su frente. Sus ojos recorrieron cada cámara de seguridad a tiempo real. El estadio, que debía ser un lugar de competición y orgullo escolar, se convirtió en un caos de estudiantes empapados, salpicados de pintura amarilla, moviéndose en un frenesí desesperado.

— No de nuevo — murmuró para sí mismo.

Apretó los labios con frustración, hasta que su visión volvió a la notificación de un nuevo correo. Exasperado, abrió el documento adjunto y sus ojos, llenos de una esperanza desgastada, comenzaron a devorar las líneas de texto.

Una sonrisa se dibujó en él.

— Al fin... inversionistas — susurró, sintiendo un destello de alivio en medio del desorden.

Decidido, se puso de pie. Salió tan rápido de su oficina, como su casi golpe con la nueva madre superiora. Aquella mujer mayor, con un rostro cincelado por la experiencia y una autoridad que irradiaba desde cada una de sus arrugas. Sus labios carmesí, la única pizca de color en su semblante, contrastaban con la dureza de su expresión.

Con los brazos cruzados y la mirada fija en Alejandro, Laura se plantó frente a él, su postura reflejo una mezcla de desconfianza y desafío.

— ¿Qué está ocurriendo aquí? — inquirió ella con voz firme—. ¿No puede hacer algo para detener a ese criminal?

Alejandro la miró con una mezcla de cansancio y determinación.

— Le he explicado, hermana superiora —trato de mantener la compostura— Estamos haciendo todo lo posible para proteger a los niños y salvar al colegio. Pero necesito su apoyo también.

Busco algún rastro de comprensión detrás de la desconfianza y advertencia implícita en su mirada.

— Solo le advierto —Laura lo detuvo en seco—. Si algo sucede en la casa de la congregación, no dudaré en decir lo que la madre Antonia no pudo.

Alejandro frunció el ceño. Apretó su mandíbula.

— Laura — su tono reflejando la confusión y el malestar que sentía— Te contraté para que cooperaras, no para que te convirtieras en un obstáculo.

— Por eso lo digo —respondió Laura con firmeza— Señor Alejandro, en la congregación ninguna hermana apoya la administración actual. Usted debe hacer algo para recuperar su apoyo.

La seguridad de Alejandro no flaqueó, su respuesta fue directa y cargada de la misma confianza que su familia había mostrado durante generaciones. Era la expresión característica de los "Del Águila", una seguridad que parecía inquebrantable.

— Mi hija ha estado tratando de hablar conmigo desde el martes —susurró, su tono volviéndose más personal, pero sin perder la firmeza—. Insistió mucho, y pronto debo firmar su alta

— Deberías ser directo con tu hija —respondió la madre Laura con frialdad—. Estuvo a punto de destruir el colegio.

— Sí, por eso quiero asegurar todo en las Olimpiadas —murmuró Alejandro, su voz cargada de la misma determinación implacable que siempre lo había definido.

La madre Laura lo miró un par de segundos antes de asentir en silencio y continuar su camino; Alejandro, por su lado, se quedó quieto antes de salir de la torre. Ninguno se dio cuenta, en el segundo piso, al acecho el consejero Nicolas dejo de ver la foto de su querida mascota.

— No puedo creerlo — murmuró para sí mismo.

Ocultos en la puerta trasera del estadio, Theo se ajustó el uniforme mientras metía su ropa deportiva en la bolsa. Echó un vistazo a Kayle, quien, con el peso apoyado en una pierna, hablaba por telefono.

— Solo haz esto por Talia, me dijo que no puede hablar de eso con su padre. Ve con su tio.

Theo inclinó su cabeza, y lanzó la bolsa contra la pared.

— Gracias Andrew, adios …

Guardó su celular y volvió al chico volviendo a lanzar la bolsa.

— Esto es injusto —murmuró Theo.

— Lo injusto es que me hayan dejado contigo —soltó Kayle, sin apartar la vista de las páginas— esto de ser tu novia empieza a aburrirme. Aún no veo el sofá que te pedi en la bodega.

Theo se encogió de hombros, reprimiendo una sonrisa.

—Bueno, ellos creen que somos novios —bufó, cansado— ¿qué hacías tú ahí?

—Me gusta ver al equipo de béisbol entrenar —respondió sin levantar la mirada—. Corni busca un nuevo novio, Talia quería que le hicieran trenzas y Bruno huía de Arthur.

Theo asintió, aunque frunció ligeramente el ceño.

—¿Los demás te dijeron algo? —preguntó, mezclando curiosidad y desconfianza en su tono.

Kayle asintió con una sonrisa, pero esta se esfumó al notar una silueta acercándose.

—¿Tom? —murmuró, su sorpresa evidente.

Theo alzó la vista. Era Tom, el capitán del equipo de béisbol, caminando hacia ellos con el bate descansando sobre su hombro y su sonrisa socarrona de siempre.

—¿Problemas familiares, Theo? —bromeó, ignorando la evidente molestia en el rostro del otro. Luego giró la cabeza hacia Kayle—. Voy al campo, ¿vienes?

—No, gracias. No he comido en todo el día —respondió ella, y se acercó a Theo. Le dio un par de palmadas en el hombro—. Lo siento por dejarte con él.

Se dio media vuelta y subió las escaleras sin apurarse. Theo volvió su atención a Tom, cuya sonrisa se desvaneció en cuanto cruzaron miradas.

—Mira, Theo… —suspiró el pelirrojo, apretando el bate entre los dedos—. Solo quiero advertirte. Kayle, es experta manipulando a la gente. Hace que todos los chicos crean en lo que ella quiere, da igual quién sea. ¿Por qué crees que le dicen “Psycho”?

Theo frunció el ceño. Algo en su voz le resultaba molesto.

—¿Y por qué debería creerte?

—Porque yo también caí en su juego y no quiero que te pase lo mismo. Solo intento ayudarte, colega —respondió Tom, posando una mano en su hombro con una expresión seria, lejos de su habitual actitud despreocupada.

Theo apartó su mano con brusquedad.

—¿Nunca te dijeron que no te metas en conversaciones ajenas?

Agarró su bolsa con la intención de irse, pero Tom no terminó ahí. Tomo su hombro.




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