Atte. El fantasma

CAPÍTULO 43: oportunidades bajo los sentimientos

Frente a una clínica. Andrew dejó atrás a su guardaespaldas, camino con inquietud y un extraño sentimiento de incertidumbre. A veces alzaba la mirada, hacia los muros y lejanías que en su infancia recorrió. Un pequeño golpe en el corazón se estrujó en su interior, se detuvo, recuperando aliento antes de acercarse a la recepción.

Una anciana que lo examinó rápido, a pesar de la pulcritud en sus ropas, el rostro de Andrew era demacrado.

— ¿Se encuentra el doctor Matias Cardenas? Es mi padre.

— Lo siento … ¡Oh! — se emocionó — Cuanto has crecido, ah , ¿Andrew o Arthur?

— Andrew — dijo un poco incómodo.

— Es obvio que no me recuerdas, yo te cuidaba. A ti y a Arthur — dijo con tanta alegría, hasta que desapareció de su rostro — Lo siento, pero Matias ya no trabaja aquí — vio la sorpresa del adolescente — ¿Como?¿No lo sabías?

Andrew sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies.

— ¡Por favor! ¡EXPLICAME! — gritó él. Llamando la atención de varios al golpear el mostrador.

La anciana vaciló unos segundos. Por lo menos hasta ver las ansias de Andrew. Finalmente, la mujer tomó aire. volteó a ambos lados, pensando en el torbellino de emociones que sabía, consumían al adolescnete.

— Al parecer — empezó, no muy segura. Con un tono temeroso de romperle su corazón — La madre superiora de tu colegio no murió hasta que fue operada aquí.

La quijada de Andrew descendió lentamente, trago y de pronto sintio un nudo en la garganta.

— Ayer. La policía se lo llevó por negligencia médica — continuó la mujer, cada vez en un tono dolido — Y hoy, nos contactaron para buscar testigos. Será mejor que regreses a casa.

— Ah … Si, si — susurró el chico.

Ladeo al caminar, intentando mantenerse en un eje sin darse cuenta de las miradas de otros pacientes, sin escuchar a algunas enfermeras. Concentrado en dudas y emociones que obligaron a llevar su mano derecha en el pecho. Su respiracion se volvió agitada.

“Mi papá nunca haría algo así” era lo que quería gritar.

Estaba convencido de la inocencia de su padre. Sus sentidos se sentían nublados, con su mirada sobre sus zapatos, hasta que un claxon lo sacó de sus pensamientos y una mano lo arrastró hacia atrás. Segundos antes de que un taxi pase frente a él.

— Andrew, ¿estás bien? — preguntó su nuevo guardaespaldas.

— ¡No me toques! — gritó, golpeó el brazo del hombre — ¡Estás despedido!

Fue entonces que siguió caminando. Dejando atrás al hombre, confundido y aterrorizado, mientras en su celular vibraba un nuevo mensaje:

“No provoques la ira de nadie, por lo contrario, alenta la buena voluntad de los hombres” - Dante Murr ….

“O establece oportunidades bajo los sentimientos de paz de los hombres” - Atte. El fantasma.

El sol apenas iluminaba la plaza del parque donde Corni y los demás adolescentes realizaban su servicio comunitario. Aunque el aire estaba lleno de la fragancia de los árboles en flor, para Corni el día se sentía sombrío.

Sus manos ocupadas en el movimiento de la broche sobre pintura y el banco, mientras sus antiguos amigos trabajaban en silencio en otras áreas del parque. Hasta que escuchó su nombre detrás de ella.

—Corni —dijo Anna en voz baja, visiblemente apenada—. Sé que probablemente no quieras escucharme, pero necesito decirte que lo siento. No debimos haberte tratado así.

La mirada de Corni era fría e imperturbable.

— No quiero hablar contigo, Anna. Ni con nadie.

Anna asintió, conteniendo las lágrimas. Y antes de poder responder, un supervisador se acercó.

—¡Buen trabajo, chicos! —grito— Han terminado por hoy. Pueden irse.

Corni dejó el pincel en el cubo de pintura y se quitó los guantes. Miró alrededor, buscando a su abuela Susan, que la esperaba junto al auto con el chofer. Caminó hacia ella con pasos lentos.

Susan la recibió con una sonrisa cálida mientras subían al carro.

—Solo aguanta un poco más, este servicio es un asco. Pero tú puedes —Susan parecía contenta, pero Corni dudó antes de hablar.

—Abuela, necesito ir a la tienda de mamá.

La expresión de Susan cambió al instante, endureciendo su rostro mientras sus ojos se llenaban de incredulidad y molestia.

—¿No puede ser que te dé más trabajo? ¿No entraste al grupo de decoración en las olimpiadas? —dijo Susan, con una dureza amarga al notar la incomodidad de su nieta—. Te darán puntos extra por ayudar, ¿no?

Corni asintió, sintiendo el peso del descontento de su abuela.

— Pero tengo que hacerle caso —explicó con un toque de alegría—. Ella es mi mamá y... Me gusta su tienda.

Susan soltó un suspiro frustrada. Apretó los labios y habló:

— Está bien amar a tu madre, Corni. Pero no a alguien que ha lastimado a otros.

Corni volteo sorprendida. Sabía que siempre hablaba mal de su madre. Aunque, no podía dejar de preguntarse por qué se odiaban. Mientras la joven veía la calle, Susan rebozo de tranquilidad al cerrar los ojos y vio de reojo a su nieta confundida.

— Algun dia lo entenderas — comentó ella y volteo al frente de la calle— eso espero.

— ¿A qué te refieres? Te refieres a las veces que Papá tuvo que hablar con negocios para fusionarse.

— No, no eso — siseó la anciana y tomó la mano de su nieta.

Corni bajó la mirada a la mano callosa de su abuela, con las uñas pintadas de carmesí oscuro y apretón firme. A veces su mirada viajó por el carro, su chofer privado y luego la ventana polarizada. Hacía la calle, varias personas caminando y un bus lleno de personas.

Fue entonces que frunció el ceño y agobiada volvió a la mano de su abuela.

Por otro lado, los ojos de Alison penetraron en la foto, al punto de secarse. Tuvo que parpadear un par de veces antes de volver a ver la foto y alejar la laptop por sus piernas.

Su mandíbula vibró unos segundos, un miedo convertido en rabia por ver la foto, un par de venas en su frente demandaban aparecer y su puño apretó las delgadas sábanas.




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