“El cómo reacciones a las consecuencias de tus decisiones será lo que te convierta en hombre — Tu viejo está en acción. ¿Quieres que las noticias hablen de esto?”
“¿Si o No?”
Theo dejó de ver el suelo, hacia su madre. Ella dejó una carga sobre una mesa de plástico antes de estirar su espalda con su mirada sobre su nueva sala. Combinada con una pequeña cocina, iluminada solo por una gran ventana y pequeño balcón.
Su nueva vida, y su nueva casa, de pocos metros cuadrados.No pudo evitar mostrar una gran sonrisa, antes de limpiar su sudor.
— Esto es mejor que estar con él — se dijo para sí misma.
De repente, el grito quejoso de Theo al entrar por la puerta principal rompió sus pensamientos. Con dos grandes cajas en mano, las dejo, cais estrello contra el suelo. Volteo con cansancio, a su madre que lo sorprendió con su risa burlona.
— Esas cajas son para la escuela — respondió, sin poder evitar soltar pequeñas risas en el proceso.
Theo ni siquiera respondió. A punto de tomar las cajas, escuchó tres fuertes golpes sobre la puerta. Volteando a penas hacía dos hombres, bien vestidos con traje.
— ¿Quienes son ustedes? Este es un local privado — Amelia alzó la voz. Frunció el ceño y endureció casi todo su rostro furioso.
Alejo a Theo con una mano y sujetó la puerta con la otra. Sus ojos demostraban un ímpetu arrollador, a punto de estallar en gritó delante de los hombres.
— Vinimos por Theo Sandoval — respondió uno de ellos, entregó un documento — El señor Sandoval está preocupado.
—Ese idiota…
Theo gruñó y se alejó a la cocina, mientras su madre leía el documento con la respiración contenida. Sus ojos pasaban de un párrafo a otro, cada palabra pesando sobre sus hombros como una sentencia.
Su mandíbula se tensó, conteniendo el miedo que se filtraba en su mente. Luego, sin pensarlo dos veces, arrugó la hoja y la lanzó contra el impecable traje del hombre.
— ¡Esto es estupido! — gritó ella — ¿orden de alejamiento a mi propio hijo?
Iba a seguir, pero el grito de Theo la interrumpió.
—¡¿ERES IDIOTA?! —El pelirrojo se adelantó, con una ira vibrante en cada palabra—. Dile a ese infiel que si no quiere que su estúpido hijo salga en televisión a exponer sus mierdas, más le vale que no se meta con mi madre.
Amelia lo miró, atónita. Por un instante, vio a su exmarido en la determinación de esos ojos que Theo había heredado de él. Pero algo en la escena le hizo recordar la verdad. No era solo su padre el que vivía con ese niño.
El cabello rojo de Theo ardía bajo la luz de la ventana, un fuego imposible de ignorar.
— ¿Por qué mamá abandonó la orquesta nacional? — comenzó Theo, su voz bromista pero llena de asco — Papá la obligó después de que quedara embarazada. Creo que papá es un machista infiel. Y aún recuerdo el primer golpe que me dio.
—¿Escucharon? —su voz cortó el aire como un látigo—. Ahora, váyanse de mi casa.
Amelia no les dio tiempo de reaccionar y, con un empujón, los sacó de la puerta antes de cerrarla de golpe.
—Mamá —dijo Theo, con la firmeza de un adulto—Cuando vuelvan, llama a la policía.
—Lo sé, hijo —susurró ella, tomando sus hombros— Gracias por ayudarme hoy.
Él asintió, conteniendo una sonrisa.
— Mamá — empezó el chico — ¿Puedo quedarme a dormir aquí?
Amelia lo miró, y sus lágrimas finalmente cayeron. Lo abrazó con fuerza. Theo sostuvo la respiración al ver la cicatriz en su cuero cabelludo.
Pudo ver las heridas del pasado sanando. Y eso, lo reconfortaba.
Durante la noche, ocultos bajo la oscuridad de los pasadizos. Tres adolescentes vestidos de negro, registraron cada parte de la sala de profesores.
— Terminemos esto rápido — dijo uno de ellos, su voz cargada de cansancio — Con esto, tendremos las respuestas de biología.
Su voz se escuchó desde el otro lado de un auricular. Aidan, escondido entre los árboles, revisaba la camara de seguridad cubierta por una hoja negra.
— Solo unos minutos más — susurro Aidan.
— Aidan Del Águila
Una voz robótica, fría y desconocida lo asustó. Trató de esconderse, pero un golpe lo empujó al frío césped y sus ojos fueron delante de un hombre cubierto de negro, y una sonrisa dibujada en una mascara amarilla.
«Esa voz… es el hombre de la feria», fue lo único que pudo pensar.
— El esclavo es quien adquiere deudas. Ten cuidado con tus acciones — advirtió — No querrás convertirte en mi peón.
Aidan tragó saliva. No entendió ni una sola palabra. No se pudo mover ni siquiera cuando el desconocido saltó por las rejas desapareciendo en la calle.
— ¿Aidan? ¿Aidan? —la voz de uno de los adolescentes lo sacó de su ensimismamiento—. ¿Sigues ahí? Tenemos las respuestas.
Devuelta a la realidad, pero no pudo evitar sentirse aún más aislado y enojado consigo mismo. Tomó una respiración profunda, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón.
« Ellos no lo escucharon» pensó enseguida y se levantó, revisando su alrededor.
— Oigan, nos vamos de aquí.
“Me parece que el secreto de la vida consiste en aceptarla, pero solo algo es ilógico. La duda que emerge en el miedo, o en la intranquilidad del alma. — Atte. El fantasma.”
La mañana inició con un cálido clima de primavera, la mirada del director Alejandro recorrió a los estudiantes, analizando saludos, uniformes, incluso el tamaño de las mochilas. Su rutina parecía la misma, pero su mente seguía atrapada en la conversación con Alison.
Si su hija tenía razón, había un criminal en el colegio. Un estudiante.
La idea le revolvía el estómago. ¿Cómo no lo había notado antes? ¿Cómo alguien pudo infiltrarse sin que él lo viera? De repente, la imagen de Alex—su sonrisa detenida en el tiempo— pasó por su mente.
— Buenos días, director.
Alejandro respondió con un leve asentimiento, distraído. Todo parecía normal… hasta que captó una conversación cercana.