Aullido del Destino

✨Capítulo 2

El Vínculo Invisible

Sirelle

Desde que vi a Aiden, algo dentro de mí ha cambiado, aunque no sé qué es ni cómo manejarlo.

Soy una Omega en la manada, y siempre he conocido mi lugar obedecer, cuidar, no llamar la atención. Pero ese día, cuando nuestros ojos se cruzaron, sentí una chispa, una fuerza desconocida que me erizó la piel.

Esa noche, no pude dormir.

Me revolvía entre las sábanas, sintiendo un ardor en mi cuello. Toqué esa zona y sentí la piel caliente, como si una marca invisible se estuviera formando, quemando lentamente.

Intenté convencerse de que era solo mi imaginación. Pero las noches siguientes fue peor. Aullidos lejanos invadían mis sueños, mezclándose con susurros que solo yo podía escuchar.

— Sirelle, ¿estás bien? —preguntó Emily al verme distraída durante el desayuno.

—Sí, solo cansada —respondí, sin contarle lo que me estaba pasando.

La manada nos enseñó que los Omega debemos ser cautelosos, que las emociones deben mantenerse bajo control para no atraer problemas. Pero yo sentía que algo estaba fuera de control. Algo que me unía a Aiden, el Alfa de la manada rival, de una forma que nadie podría entender.

Un día, decidí ir al bosque, buscando respuestas o, tal vez, solo un momento de calma.

Sentada bajo un árbol, recordé su mirada. Sentí el calor del vínculo, ese hilo invisible que nos unía sin que pudiéramos evitarlo.

—No puede ser —susurré—. ¿Cómo es posible que un Alfa y una Omega de manadas rivales estén ligados así?

Mis manos temblaron cuando sentí un susurro en mi mente, una voz suave que repetía mi nombre.

Fue entonces cuando entendí el vínculo es real. Y no solo eso, es fuerte, implacable y creciente.

La presión de la manada, de mi familia, del destino mismo, pesa sobre mis hombros. Estoy comprometida a otro Alfa, Rowan Duskfang, en un pacto que selló la paz entre las manadas. Pero mi corazón parece negarse a aceptar esa realidad.

—¿Qué debo hacer? —pregunté al viento.

El bosque permaneció en silencio, pero en mi pecho sentí el latido acelerado de un amor que aún no se atrevo a nombrar.

El bosque era el único lugar donde podía respirar sin sentirme observada. Aquí, entre los árboles y el canto suave del viento, me permitía pensar sin que la voz de mi madre, del Consejo o de la manada se metiera en mi cabeza.

Pero hoy, ni la naturaleza me ofrecía consuelo.

Apoyé la frente contra la corteza de un árbol grueso, cerrando los ojos, intentando ignorar el ardor insistente en mi cuello. Mi lobo interior daba vueltas dentro de mí, inquieto, impaciente… como si esperara algo.

O a alguien.

—¿Qué estás haciendo aquí sola?

La voz me golpeó el pecho como un relámpago.

Me giré de golpe.

Aiden.

Apoyado contra otro árbol, brazos cruzados, mirada fija en mí. Sus ojos brillaban con ese tono dorado intenso, como si el sol viviera dentro de él.

—¿Me estás siguiendo? —le espeté, con más frialdad de la que sentía realmente.

Él soltó una pequeña risa. Grave. Íntima.

—No, Pero parece que el destino tiene ideas propias.

Me crucé de brazos. El vínculo pulsaba entre nosotros como una cuerda invisible estirada al máximo. Me dolía el pecho de solo tenerlo cerca.

—No deberías estar aquí, Aiden. No conmigo.

—Y, sin embargo, aquí estoy —dijo, dando un paso hacia mí—. Tú también lo sientes, ¿cierto?

Tragué saliva. Podía mentirle. Podía alejarme.

Pero mi lobo ya no quería huir.

—Sí —susurré finalmente—. Lo siento. Desde el primer momento.

Su expresión cambió. De seguridad a vulnerabilidad. Como si esa pequeña verdad hubiera derrumbado una muralla que llevaba tiempo conteniendo.

—He esperado años por este momento —confesó—. Por esta conexión. Pero no pensé que dolería tanto no poder tenerte.

Sentí un nudo en la garganta.

—Estoy comprometida —dije, como si esas palabras pudieran detener la gravedad que nos atraía.

—¿Por elección? —preguntó él, acercándose un poco más— ¿O por obligación?

No respondí. No podía.

Aiden alzó una mano, lentamente, como si me pidiera permiso con los ojos. No me moví. Sus dedos rozaron apenas mi cuello, justo donde la marca invisible ardía.

Fue como si el mundo se apagara.

La conexión explotó. Una oleada de calor me recorrió de pies a cabeza. Mis sentidos se llenaron de su olor madera, tierra mojada y tormenta.

Retiró la mano, como si el contacto le hubiera dolido.

—Esto es real, Sirelle —dijo con la voz tensa—. No lo elegimos, pero es nuestro. Y no pienso renunciar a ti sin luchar.

Dio un paso atrás, dejando espacio entre nosotros. Pero la distancia física no significaba nada. El vínculo ya estaba hecho. Vivo. Palpitante.

—Tú tampoco puedes negarlo —añadió, antes de desaparecer entre los árboles.

Y se fue, dejándome sola otra vez…

…pero ya no vacía.




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