Pactos de Sangre
Sirelle
El eco de sus palabras aún me persigue mientras cierro la puerta de mi habitación con manos temblorosas.
"Entonces que arda todo..."
Arder.
Eso es lo que siento dentro de mí.
Un incendio sin escape.
Una lucha entre la lealtad y el deseo.
Entre lo que me enseñaron a temer… y lo que mi alma no quiere soltar.
Me apoyo contra la madera fría, respirando hondo, obligando a mi corazón a calmarse. Pero no lo hace. Late por él. Late como si lo buscara aún, como si el vínculo tirara de mi pecho con hilos invisibles y feroces.
Mis lágrimas caen, pero no son de tristeza.
Son de rabia.
Rabia por tener que elegir entre lo que quiero… y lo que esperan de mí.
Rabia porque cuando nuestros ojos se encontraron hoy, supe que no estoy sola en esto.
Él también lo siente.
Él también está ardiendo.
Y aun así… me alejé.
Porque el amor no basta cuando el mundo entero amenaza con derrumbarse sobre nosotros.
Cierro los ojos, y su mirada me atraviesa como una llama.
Su voz me persigue.
Su promesa se clava en mi piel.
Pero incluso sabiendo todo eso, incluso con el corazón en ruinas…
una parte de mí ya lo sabe:
El vínculo no desaparecerá.
Y tarde o temprano…
el aullido del destino me encontrará.
Las palabras de Rowan siguen dándome vueltas en la cabeza: “Tú me perteneces.”
No importa cuánto lo intente, no puedo olvidar la forma en que me lo dijo. Como si fuera una moneda de cambio. Una pieza de su plan.
Una cosa.
Esa noche, decidí enfrentar a mi madre.
—Quiero saber la verdad —le dije, cruzándome de brazos frente a ella.
Ella no levantó la vista de los papeles del Consejo, como si yo fuera una distracción molesta.
—¿Sobre qué, Sirelle?
—Sobre mi compromiso. Con Rowan. ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora?
Mi madre suspiró largo. Dejando los papeles a un lado, se incorporó con la serenidad de quien está demasiado acostumbrada a las órdenes y al poder.
—Porque eras la única Omega de tu generación con sangre pura. Tu linaje es fuerte, y la unión con los Duskfang fue lo único que evitó una guerra hace años.
—¿Así que soy… un trofeo político?
—No. Eres un puente entre manadas. Un símbolo de paz. Y tú deber es cumplir ese rol.
—¿Y lo que yo quiero? ¿Y si ya no soy solo eso?
Su mirada se endureció.
—¿Tiene que ver con el Alfa Blackwood?
Mi silencio fue suficiente respuesta.
—Sirelle —dijo con voz baja, peligrosa—. El Consejo ya lo sabe. Si sigues cruzándote con él, no solo perderás tu lugar en la manada… podrías condenarlo a él.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Qué están planeando?
—Un Alfa que se acerca sin aprobación del Consejo, donde somos rivales es considerado una amenaza. Un acto de guerra.
Me quedé helada.
¿Guerra?
¿Por amar a alguien que no elegí, pero que el destino me dio?
***********
Aiden
Algo cambió en el aire.
Lo supe desde que desperté con el pecho oprimido y el lobo al borde del grito.
Sirelle.
Su energía vibra en mis huesos, como si su rabia y su miedo fueran míos.
Y tal vez lo son.
Desde el bosque, desde ese primer roce de piel, nada ha vuelto a ser igual.
El vínculo no descansa.
Me quema por dentro. Me llama a ella.
Pero también me advierte.
Algo está mal.
—Estás tenso —dice Mira, acercándose a mí en el campo de entrenamiento—. Más de lo habitual.
—La siento —respondo sin mirarla—. Algo pasa. Algo… grave.
Ella no se burla, no duda. Solo asiente.
—Entonces, ve. Averigua.
Pero no puedo simplemente irrumpir en territorio Moonveil. No sin provocarlos.
No sin hacer exactamente lo que el Consejo está esperando.
Maldita política. Maldito Consejo.
Ellos quieren que falle. Que la toque. Que la reclame. Que dé el primer paso hacia la guerra.
Y yo… estoy a una chispa de hacerlo.
Esa noche, me encierro en la sala ancestral. Donde los antiguos Alfas solían meditar, buscar señales de la Luna.
Yo no sé si la Luna responde.
Pero algo en mí necesita soltar este dolor.
Me arrodillo. Cierro los ojos.
Y en la oscuridad, la veo.
Sirelle.
De pie frente a su madre.
La voz de la Beta Moonveil es fría, implacable. Sus palabras me atraviesan como dagas, aunque no estoy allí realmente.
No sé si es una visión, un sueño o un llamado del lazo… pero lo escucho todo.
“Si sigues cruzándote con él… podrías condenarlo a él.”
“Un Alfa que se acerca sin aprobación donde somos rivales es considerado una amenaza. Un acto de guerra.”
Me incorporo de golpe, jadeando.
No fue imaginación.
Fue el vínculo.
El dolor de ella. Su miedo por mí.
Su lucha interna.
Todo me llegó como un grito silencioso.
La están obligando a elegir entre el deber y el amor.
Entre su manada… y yo.
Y eso no puedo permitirlo.
No puedo quedarme de brazos cruzados mientras la convierten en un sacrificio político.
No cuando el destino ya la eligió.
No cuando cada célula de mi cuerpo ruge su nombre.
Tomo una decisión.
—Mira —le digo al amanecer—. Reúne información. Quiero saber cada movimiento del Consejo. Y quiero una audiencia con mi padre.
—¿Por qué?
—Porque si vamos a evitar una guerra, necesito preparar una.
—¿Preparar… una guerra para evitarla?
—Exacto.
Ella parpadea. Sonríe apenas.
—Finalmente suenas como un Alfa.
Pero no lo hago por poder.
Ni por orgullo.
Lo hago por ella.
Y si tengo que romper todas las reglas para estar con Sirelle…
Que así sea.
La mañana huele a ceniza.
Mi padre me espera en la sala de guerra, ese lugar antiguo donde los mapas de territorios se marcan con sangre y pactos que nadie cuestiona.
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Editado: 05.08.2025