Aullido del Destino

✨ Capítulo 7

Ojos en la Sombra

Sirelle

Después que él se marchara el calor de su beso aún arde en mis labios.

Mi cuerpo entero vibra con la fuerza del vínculo, como si la Luna misma nos hubiera sellado en un pacto silencioso.
Y por un instante, solo uno, me permito creer que eso basta. Que amarlo es suficiente.

Pero no lo es.
Porque cuando me alejo del lago, ya lo saben.

Lo siento en el aire.
Demasiado quieto.
Demasiado denso.

Como si el bosque respirara distinto.

Y entonces los veo.

Sombras entre los árboles.
Presencias silenciosas que no deberían estar ahí.

Centinelas del Consejo.

No sé cuántos hay, ni desde cuándo observan.
Solo sé que nos vieron.
Que lo saben.

—Sirelle Moonveil —una voz grave irrumpe detrás de mí.
No necesito girarme para reconocerla.
El Guardián Kalen.
Uno de los ejecutores del Consejo. Un lobo sin manada, sin pasado, leal solo a las leyes ancestrales.

Trago saliva. Mi corazón late con violencia.

—¿Qué haces aquí? —logro preguntar, con una firmeza que no siento.

—Cumplo con mi deber.
Su tono es neutral. Su rostro, inexpresivo. Pero sus ojos… sus ojos me juzgan como si ya estuviera condenada.

—Estás siendo observada.
—¿Por qué?
—Porque te estás desviando del camino que se te asignó.
—¿Y si ese camino no es mío? —espeto, antes de poder detenerme.

Un error.

El Guardián da un paso hacia mí.

—Lo que deseas no importa, Omega. El vínculo con un Alfa enemigo puede ser interpretado como una traición.
—No es una guerra. Es… amor.
—¿Y crees que al Consejo le importa cómo lo llamas?

Silencio.

Me quedo sin palabras, sin defensa.

—Vas a regresar a tu hogar, Sirelle. Esta noche. Y no volverás a cruzar el límite del bosque sin autorización del Alto Consejo.

—¿Y si lo hago?

Kalen ladea la cabeza, apenas.

—Entonces no solo tú caerás.
Él también.

Siento el frío instalarse en mis huesos.

No me están castigando.
Están advirtiéndome.
Amenazándome con lo único que podría quebrarme ver a Aiden pagar por mi elección.

Cierro los ojos.
Respiro hondo.

Y camino de regreso.
Con el alma hecha pedazos.
Y los ojos del Consejo clavados en mi espalda.

****************

Kalen

La veo alejarse.
Paso firme, pero rota por dentro.

No me sigue. No discute. No suplica.
Solo se va. Como si ya supiera que el juicio fue dictado antes de ser convocado.
Y, sin embargo, algo en su silencio me sacude más que cualquier grito.

Cuando sus pasos se pierden entre los árboles, me quedo quieto. Escuchando el crujido de las hojas, el murmullo del viento entre ramas altas, como si el bosque tratara de cubrir la culpa con sonidos antiguos.

—¿Está hecho? —dice una voz a mis espaldas.

No necesito girarme para saber quién es.
Eland Veyl, el más joven del Consejo, y el más ambicioso. Su presencia apesta a perfume caro y poder mal digerido.

—Obedeció —respondo, sin mirarlo.

—¿Y crees que eso bastará?

Aprieto la mandíbula. La falta de respeto me resbala. Pero lo que insinúa, no.

—El Consejo dio una orden. Ella la cumplió.

—Por ahora.
Hace una pausa.
—Pero sabes tan bien como yo que no dejará de verlo.

Me vuelvo al fin. Lo encaro.
—¿Y qué propones? ¿Encadenarla?

Eland sonríe, como si la idea le resultara atractiva.

—No. Pero sí vigilarla más de cerca. El juicio se adelantará. No podemos permitirnos debilidad en medio de las tensiones con la manada del Norte.

Muerdo una respuesta que arde en mi lengua. Porque lo sé. Sé que lo que realmente quiere no es justicia, sino usar a Sirelle como ejemplo. Como escarmiento.

—Esto no es guerra. Es una muchacha que sigue su corazón.

—El corazón no tiene cabida en política, Guardián. Y tú, de todos nosotros, deberías recordarlo.

Ese golpe entra directo. No lo dejo ver.
Años de disciplina no me fallan.

Pero mi mente ya no está aquí. Está allá. Años atrás. En otro claro. Con otra Omega. Otra promesa.
Y sangre.

Bajo la vista.
Cuando vuelvo a hablar, mi voz es piedra.

—Cumpliré mi deber. Como siempre.

—Eso espero —dice Eland, con la satisfacción de quien cree tener el control.

Pero cuando desaparece entre las sombras, sé que tengo que elegir.
Por primera vez en mucho tiempo.

¿Sigo cumpliendo órdenes?

¿O protejo a la única que me recuerda lo que es tener alma?

Miro hacia el bosque, donde ella se fue.
Y por primera vez en años, no estoy seguro de a qué manada pertenezco.




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