Celos
Rowan
Mi guerrero, el que puse a seguir y cuidar a Sirelle, me informó que Sirelle y Aiden se encontraron. No puedo permitir que me la arrebaten. Ella es mía, junto con el poder que obtendré cuando la marque. La he esperado durante mucho tiempo y no puedo permitir que Aiden me arrebate lo que es mío.
Lo supe antes de verla. Lo supe cuando fui a recogerla; ya había estado hablando con él. El aroma del lobo Blackwood se pegaba como una amenaza invisible, como una herida mal cerrada que volvía a abrirse con cada maldito segundo. Mis colmillos se apretaron bajo la piel humana, la mandíbula temblando por contener el gruñido que subía desde lo más profundo.
Fui a verla al día siguiente.
La encontré de pie junto al arroyo. Su cabello danzaba con el viento, su cuerpo quieto, pero no tenso. No como debería estar después de romper cada línea que habíamos pactado. Que habíamos jurado mantener.
—¿Estás bien? —pregunté desde las sombras, sabiendo perfectamente que no era lo que quería decir.
Ella se giró lentamente. No parecía asustada. Tampoco arrepentida. Eso fue lo que más me dolió.
—Rowan —su voz era suave, demasiado suave—. No es lo que piensas.
—Entonces dime qué fue —dije, avanzando con pasos firmes—. Porque desde donde estoy, lo que veo es que estabas a solas con él. Con él, Sirelle.
Me detuve a escasos metros. Suficiente para oler la verdad en su piel. Y ahí estaba, maldita sea. El rastro de su toque. Su energía. No sexual, no todavía… pero cercana. Demasiado cercana.
—No planeé encontrarlo. Apareció —dijo. Su mirada buscaba calmarme, pero no funcionaba. No esta vez.
—Y tú decidiste quedarte. A solas. Con el alfa que casi provoca una guerra. Con el lobo que te reclama como si fueras suya. —Mi voz se convirtió más fría que un cuchillo—. ¿Qué te dijo? ¿Qué te extrañaba? ¿Que están conectados por algo más grande que tú y yo?
Vi cómo parpadeaba.
—Rowan… por favor. No entiendes.
—¡No! —rugí, mi control quebrándose por un instante—. Tú no entiendes. Él no puede tenerte. No puede siquiera acercarse a ti.
Ella retrocedió un paso. No de miedo. De decepción.
—¿Y qué soy entonces para ti? ¿Un objeto? ¿Un premio de guerra entre machos? —escupió—. No me trates como una pertenencia, Rowan.
Mi pecho subía y bajaba con furia. Eres mía, solo mía. No puedes pertenecer a nadie más que a mí. Te he esperado, te he deseado. ¿Entiendes que eres mía? Pero bajo todo eso… había miedo. Miedo real. A perderla. A que eligiera a Aiden. A que su destino, esa palabra estúpida que los dioses usaban como excusa, la separara de mí.
Ella se acercó entonces. Lenta. Cauta. Como si supiera que estaba al borde del abismo.
—No estoy eligiéndolo a él —susurró—. Pero tampoco puedo ignorar lo que siento. Estoy confundida, Rowan. No por amor… sino por lo que soy. Por lo que me están diciendo que debo ser.
—Yo no te pido que seas nada —dije en voz baja—. Solo te pido que no te acerques a él y que esperes hasta que nuestro destino se enlace para siempre.
Sus ojos brillaron. Lágrimas sin derramar, culpa sin nombre.
Y se marchó. Dejándome allí, en mitad del claro, con la furia aun temblando en mis venas… y la certeza de que esta guerra no solo se libraría entre manadas, sino también dentro de mí.
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Editado: 05.08.2025