Aún después de ti

Prólogo.

Tierra del Fuego, Argentina, 1997

—Azul... —la voz del médico sonó más seria de lo habitual— hay algo que tenemos que hablar.

Ella lo miró sin parpadear, sentada en esa silla de hospital que ya le resultaba incómodamente familiar. Tenía el abrigo aún puesto, las botas sucias de barro y el gorro tejido mal doblado en el bolsillo, como si hubiera pasado solo por rutina. Pero ese día no era uno más.

El doctor extendió una hoja con resultados. Azul la tomó sin decir nada.

—Los análisis confirman que es leucemia.

Un zumbido le recorrió la cabeza. No hubo sorpresa, solo un silencio denso que se instaló en la habitación. Bajó la vista hacia la hoja, pero no leyó nada. El papel era apenas una excusa para no tener que mirarlo a él. O peor: para no verse reflejada en esa palabra.

—¿Y ahora qué? —preguntó, manteniendo la mirada en el papel.

—Tenemos que hacer más estudios, definir el tipo, empezar en cuanto antes. No estás sola en esto, Azul —dijo el médico, apoyando una mano en el escritorio, como si eso pudiera acercarlo a ella.

Azul levantó la vista. Lo miró directo a los ojos.

—Sí estoy sola...

El doctor no supo qué responder. Bajó la mirada y asintió, incómodo.

Azul se puso de pie despacio, guardó la hoja en el bolsillo interior de la campera y caminó hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo y no lo miro.

—¿Esto... me va a matar?

El doctor dudó un segundo.

—No si lo enfrentamos a tiempo.

Ella lo pensó. Asintió, mirando hacia la nada.

—Bueno, habrá que pelear...

Salió sin más. El pasillo del hospital olía a lavandina y café recalentado. Afuera, el viento golpeaba con fuerza, típico de Ushuaia en otoño. Azul ajustó la campera, bajó la cabeza y caminó hasta la parada del colectivo. No tenía intenciones de volver a casa tan rápido. Su madre ni siquiera sabía que había ido al médico, y aunque lo supiera, probablemente no se notaría la diferencia.

Sacó la hoja y la volvió a mirar, ahora bajo la luz de la calle.

—Leucemia —susurró.

La palabra ya no sonaba tan lejana. Sonaba suya.

Pero no tenía miedo. Todavía no. Primero, tenía que entender qué iba a hacer con todo eso.




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