Aún Estoy Vivo

CAPITULO 5 

Herbert

Vete”, “no quiero que regreses”, “jamas te perdonaré”, “Adiós Herbert”.

Había escuchado expresiones similares o las había leído en libros pero nunca imaginé que algún día vinieran de la mujer que aun amo.. La boca que tantas veces había besado con dulzura y pasión, ahora pronuncian palabras tan afiladas que cortan mi corazón y se extiende hasta mis riñones La mujer que amo! Ya no me amaba… esa noche en verdad morí.

No se como paso todo, ni sentí la atmósfera a mi alrededor, la luna dejó de alumbrar y el cielo apagó las estrellas. No supe si tal vez podría despertar de una pesadilla así o seguiría durmiendo el resto de mi vida hasta no despertar jamás… ya no podía sentir, pensar, hablar, vivir. Ya no me sentía vivo, pero aún lo estaba…

Solo arranque el carro, que es lo único que se quedó conmigo. No tome ni una camisa ni un par de zapatos, como las llaves de mi carrito sencillo, que traía conmigo, me permitieron iniciar un viaje por un camino que nunca recorrí, sin rumbo, sin sentido, sin nada…

– ¿Qué haces aquí? Despierta! - me dice un señor algo mayor con una expresión de susto e incertidumbre .

– estas Bien? – pregunta de nuevo al ver que por fin puedo abrir los ojos.

– ¿En dónde estoy? – le pregunte al señor, quien se veía vestido de una forma sencilla pero con un porte de caballero.

Desperté entre unos arbustos muy entretejidos que formaban un bosque selvático pero en miniatura.. Estaban en la orilla de la calle Reformadores.. No se como pare aquí, como logre llegar a este lugar, a que hora llegue a esta calle desconocida.. Afortunadamente era una zona tranquila, donde muchas personas usualmente salían a correr por las mañanas como su rutina diaria de ejercicios…

– Que hago aqui? – pregunte cuando al fin volví en mi.

– estás mojado y tirado aquí desde la mañana, te vi desde mi primera vuelta de caminata. – me dijo, listo para marcar un número y hacer una llamada desde su teléfono en mano.

– me perdí – le dije para que no se preocupara y me tratara como alguien peligroso. – seguramente me pase de copas y me desvíe de mi camino.. – aunque la verdad es que yo no tomo licor, nunca me ha gustado y menos por los desastres que causaba mi “padre” en casa cuando estaba borracho.

Me incorporé rápidamente y traté de ubicarme.

– tienes aun tu ropa de trabajo y las llaves de tu carro estan tiradas.-- Me dijo inquiriendo si iba o venía de mi trabajo, el cual seguramente ya había perdido por no presentarme hoy, ya eran las 10 de la mañana y en la obra no toleran que alguien falte.

– ¿En dónde dejaste tu carro? – preguntó

En ese momento todo regreso a mi cabeza y automáticamente empezaron a salir lagrimas de mis ojos y me caí de rodillas al césped, húmedo por el sereno de la noche.

El señor a mi lado guardó su teléfono, comprendió que no se trataba de una noche loca con mis amigos o mujeres. Supo que cargaba una pena grande que no era capaz de llevar en ese momento.

– Me llamo Roberto, – me dijo extendiéndome la mano como saludo y para ayudarme a ponerme de pie de nuevo. – ¿De dónde vienes?

– Soy Herbert, vivo en… – deje que el silencio hablara en mi lugar, no podía responder a esa pregunta. Era cierto, no tenía casa ni donde estar. Ya no pertenecía a ningún lugar.

– ¿Quieres hacer una llamada? No te preocupes te presto mi teléfono, tu familia ha de estar preocupada por ti. – dijo bien intencionado, pero no pude evitar recordar las palabras de Lizi de nuevo.

Me eché a llorar desconsoladamente. No me importó que otro hombre me viera llorar. Es algo que no hacía desde que era niño, llorar frente a otros. Pero ahora no podía evitarlo por más que intentaba controlarlo. Las lágrimas solo brotaban como un arroyo cuando nace entre las rocas.

– Te comprendo, hijo. – me dijo Roberto dandome un abrazo tan cálido que sentí como si una parte de mi hubiera regresado después de años estar vagando en el vacío.

– Te vas a enfermar si no te cambias de ropa, está mojada y seguramente tampoco has comido. Así que vamos, te conseguiré algo en casa. Sonia nos prepara algo para comer.

– Pero…

– Lo necesitas aunque no quieras aceptarlos. – me dijo – después de todo, parece que no tienes a donde ir y yo creo que tengo algo en casa que seguro te quedará.

Caminamos como por veinticinco minutos. Me sentía agotado pero no podía quedarme de nuevo varado en la calle. Podría morir, literalmente. La amabilidad que Roberto me mostraba era excepcionalmente extraña, y era lo único que tenía. Agradecí su ayuda y caminé con él a su casa, de regreso de su rutina de ejercicios matutinos.

– ¡Tenemos invitados!.. – exclama Sonia al verme entrar junto a Roberto. – Bienvenido cariño, ponte cómodo – me dice con ternura de una abuela que ama a sus nietos. En verdad era una casa sencilla pero acogedora y muy confortable..

– Ella es Sonia, mi esposa desde hace 52 años. – dice Roberto con una expresión de ternura y amor verdadero. – Ten, prueba esto. – me dice con un pantalón y una camisa en la mano. – si no me equivoco es de tu talla.

– Tienen una tienda de ropa? – preguntó angustiado. – no podría pagarlo

– Tienda de ropa? Jajajaja. No cielo, no te preocupes no tendrás que pagarla. Pero cambiate pronto que la ropa que traes se ve mojada, podrías enfermar.

La ropa me quedaba exacta, como sabían mi talla?. Aunque me quedaba no estaba acostumbrado a usar ropa de marca ni tan cómoda… Su casa no se ve que fueran de ricos… de donde habrán sacado esta ropa cara… Pero ellos también visten igual.

Dejé de angustiarme por eso y me cambié rápidamente de ropa. El delicioso olor que venía de la cocina de plátanos fritos y omelet junto a café recién molido me obligaron a salir rápidamente del baño..

– has de tener hambre cielo.. Siéntate y come un poco. Seguramente tendrás muchas cosas que hacer y no podrás retrasarte – dice Sonia con ingenuidad sobre por qué estoy en su casa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.