¿La depresión y la ansiedad solo atacan haciéndote sentir triste?
A veces parece que, en los ojos de los demás, ese es el único síntoma visible. Pero la realidad es que afectan mucho más que eso: afectan el cuerpo, la mente, las emociones… la vida entera. Y cuando Alice se sentía decaída, bastaba con un simple comentario de su entorno para hacerla sentir incomprendida:
—“Ponte a hacer algo útil en la casa.”
—“Eso es por estar pegada a ese celular todo el día.”
Pero no. No era eso.
No era pereza. No era drama. Era agotamiento emocional. Era dolor mental.
Le dolía que la tristeza fuera lo único que otros vieran, porque lo que sentía no solo era eso: era vacío, insomnio, miedo, agotamiento, frustración, desmotivación… y una constante sensación de estar fallando, sin saber por qué.
Ese día amaneció como muchos otros: sin ganas de levantarse, sin haber descansado en realidad. Su cuerpo dolía, su cabeza pesaba, y sus pensamientos no le daban tregua. Sentada en la cama, frotándose los ojos, se preguntó en silencio:
—¿Qué debo hacer?
—¿Debería hablar con mis padres?
—¿Pero por dónde empiezo? ¿Cómo les explico algo que ni yo sé cómo poner en palabras?
Vivía con sus padres. Y sí, tenía claro que ellos la amaban. Siempre le habían dado todo lo material que necesitaba: comida, ropa, estudio, techo… Pero aún así, había algo que no terminaba de llenar.
Quizás... faltaba un poco más de comunicación.
Un poco más de atención emocional.
Un poco más de presencia.
Ella no se quejaba, porque entendía que sus padres trabajaban muy duro para que a ella no le faltara nada. Pero también se daba cuenta de algo: el amor también se demuestra con tiempo, con escucha, con comprensión.
Y eso era lo que tanto necesitaba últimamente.
Pero hablar de lo que sentía… era otra historia. Le costaba mucho. Tenía miedo. No quería preocuparlos, ni decepcionarlos. Le dolía pensar que podía ser una carga para ellos. Y aunque quería acercarse, algo dentro de ella la detenía: ese miedo constante a no ser comprendida.
—¿Y si me juzgan?
—¿Y si piensan que estoy exagerando?
—¿Y si los decepciono?
Porque, lamentablemente, eso había escuchado de otras personas antes:
—“¿Tienes depresión? Ay, por favor, ya deja el show.”
—“Eso es solo falta de carácter.”
—“Hay gente que está peor y no se queja tanto.”
Palabras que no sanan, sino que hieren más profundamente.
Comparaciones injustas, frases que minimizan el dolor, juicios apresurados…
Pero también había una parte de ella que no quería perder la esperanza.
"Quizás mis padres sí me escuchen. Quizás sí entiendan. O al menos lo intenten."
"Quizás no reaccionen como pienso. Quizás, incluso, me abracen."
Y se aferró a ese quizás como si fuera una pequeña luz al final del túnel.
La noche comenzó a caer. Y con ella, ese suspiro que venía de lo más profundo de su alma.
Un suspiro que decía: “Tengo miedo… pero tal vez ya no quiero seguir callando.”
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"Desahogarte con una persona de confianza puede ser
una muy buena opción para aligerar tu carga.
Si tienes la oportunidad de compartirlo, hazlo. Tu historia
importa. Tu dolor también."
"Aunque hoy tu alma se sienta cansada, recuerda que
incluso el sol necesita ocultarse para volver a brillar con
más fuerza. No te rindas… tu luz sigue ahí, esperando el
momento perfecto para volver a iluminarlo todo."