Aunque tú nunca me elijas

Prólogo

—¿Park... Seo...? ¿Seo... nim?

—Seokmin —corrijo. La gente suele pronunciar mal mi nombre todo el tiempo. Es como si estuviera escrito en jeroglíficos para ellos.

El hombre asiente y me extiende un pequeño paquete.

—Aquí tiene, señor. En dos días recibirá otro para completar el pedido. ¿Puede firmar aquí, por favor?

Levanto una ceja al escucharlo. Ya es bastante raro que el cartero haya venido a nuestra casa. Creo que es la primera vez en años, no estuve tantos meses fuera como para que mamá o mi hermana hayan adoptado la costumbre de comprar por correo.

—¿Y quién los envía? —pregunto mientras firmo la planilla de entrega—. Que yo recuerde, no hemos pedido nada.

—No conozco la identidad del remitente, señor. Mi trabajo es entregarlo.

Asiento.

—Muchas gracias —digo y entro sin esperar su respuesta siquiera. Estoy demasiado intrigado.

Observo el paquete entre mis manos. Es ligero y la única marca que tiene es el sello del correo. Supongo que no contiene algo peligroso, ¿quién va a querer dañarme? Bueno..., sí que se me ocurren un par de personas, pero no creo que se hayan tomado tantas molestias para enviarme una bomba casera o algún animal venenoso y letal.

Subo a mi cuarto y comienzo a romper con cuidado la envoltura.

Abro mucho los ojos y el aliento se me corta por un instante al ver el contenido: una margarita de color naranja y un ejemplar desgastado de un libro que reconozco de inmediato. Se trata de Demian, mi libro favorito.

—Charlie... —susurro. Los latidos de mi corazón se aceleran sin que pueda evitarlo.

No obstante, me sobresalto al escuchar pasos en la escalera. Comienzo a recogerlo todo con torpeza y la flor cae al suelo por accidente.

—Seokmin —me llama mi hermana y asoma su delgada figura por la puerta.

—¿S-sí? —respondo y hago un intento patético de actuar con naturalidad.

—Ya me voy al ensayo. Mamá llamó y dice que también llegará tarde hoy. Lamento dejarte solo.

Su voz dulce logra que me sienta como la peor persona sobre la tierra. Trago en seco al verla fijar la vista en el libro y en el papel roto sobre la cama.

—¿Qué es eso, eh? —pregunta con la cabeza ladeada.

—Es... es un libro.

Entra y camina hacia mí. Lo toma con delicadeza. Mientras sus ojos lo examinan, me siento como si fuera culpable de un crimen y estuvieran a punto de atraparme.

Demian —dice—, buena elección. ¿Lo pediste por correo? ¿No tenías uno igual?

—Eh, no, aquel era prestado. Este... alguien me lo envió, pero no dijo su nombre.

Asiente sin mostrar ninguna emoción. Su gesto me causa curiosidad.

—No pareces demasiado sorprendida.

—Oh —responde con una sonrisa discreta—. ¿Debería estarlo?

—No lo sé, jamás me habían enviado nada por correo. Y no es mi cumpleaños y faltan meses para Navidad.

—Estás sobreactuando un poco. —Suelta una risilla—. Te lo envió alguien que sabe que te gustaría tenerlo. Cualquiera de tus amigos pudo hacerlo.

—Nadie fuera de la familia sabe aún que regresé ayer, Nae, ni siquiera Martín. No se lo he contado porque quiero sorprenderlo.

—Pues, quizás te lo envió alguien de la familia —dice finalmente y camina hacia la puerta. Luego se voltea y me lanza un beso—. Nos vemos en la noche. Pórtate bien, ¿sí?

—Siempre.

Le doy una pequeña sonrisa que se convierte en una mueca temblorosa apenas se marcha.

Si solo fuera el libro, su suposición podría ser cierta, aunque los únicos parientes que tenemos aquí viven al otro extremo del país. Mas sé muy bien que fue él. Sé que fue Charlie. La verdadera pregunta es: ¿cómo supo que estoy de regreso? ¿Acaso Nae se lo dijo?

No. Es una tontería pensar que ella le haya hablado.

Tomo la flor del suelo y la coloco con cuidado sobre la cama. Supongo que ha pasado por mucho desde que la cortaron, está medio marchita. Mi cabello ha vuelto a su color negro natural, pero solía ser de un tono naranja bastante similar al de sus pétalos cuando Charlie y yo nos conocimos.

Abro el libro y comienzo a hojearlo.

La última página todavía tiene la frase que dejé escrita en ella: «Me parece como si toda mi vida hubiese estado navegando hacia aquí y por fin hubiese llegado al puerto». Tengo muy fresco el recuerdo de la madrugada en que la escribí, a pesar del tiempo que ha pasado, y siento la misma necesidad de verlo y de estrecharlo entre mis brazos.

Sonrío como el tonto que soy; sin embargo, la sonrisa se borra de mi rostro de inmediato. Eso jamás pasará.

Prometí que nunca volveré a ver a Charlie. Por segunda vez. Si no hubiera roto esa misma promesa hace meses, quizás nada hubiera ocurrido, aunque sé que fui un hipócrita la primera vez que intenté mantenerme lejos de él. Charlie y yo estábamos destinados a encontrarnos. Lo supe desde la noche en que nos conocimos y lo confirmé en cada uno de nuestros encuentros posteriores.




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