—Esto es una broma, ¿no? —pregunté con la esperanza de que Charlie comenzara a reír y me dijera: «Oh, sí, ¡caíste!».
Pero solo me miró con seriedad y negó con la cabeza.
—De acuerdo, dame un segundo para procesarlo —dije de forma dramática—. Acabo de terminar un semestre y pensé que en dos meses no tendría que tocar ni el periódico, ¡¿y ahora me has traído a una librería?!
—Por Dios —replicó y puso los ojos en blanco—, ¿nunca dejas de quejarte? Tienes una voz bastante molesta, por cierto.
Entró al local y no me quedó otro remedio que seguirlo.
—Gracias por el cumplido, Charlie. Bien, ¿ya me puedes explicar qué diablos hacemos aquí?
—¿Tú qué crees?
—¿Leer? ¿Es alguna especie de castigo por lo que hice?
—Trabajo aquí, listillo —dijo sin inmutarse.
—Oh... —respondí. Eso tenía más sentido.
Era un sitio pequeño y antiguo. Olía a madera y a polvo, y los estantes y escasos muebles parecían salidos de un catálogo de artículos vintage.
—¡Charlie! —exclamó una chica rubia y delgadita que salió de la parte trasera de los estantes. Me pareció el estereotipo clásico del cerebrito que pasa los días tras las páginas de algún libro: anteojos grandes, el cabello recogido en una coleta y una vestimenta sobria. Además, parecía buena gente... justo del tipo que siempre he amado molestar.
—Hola, Amanda, ¿qué tal el día? —dijo él y la abrazó ligeramente. Yo me limité a observar la escena desde atrás.
—Oh, va muy bien —respondió ella con entusiasmo y se acomodó los anteojos—. Hemos vendido muchos ejemplares de la semana pasada, y creo que con el nuevo envío nos irá incluso mejor.
Sus pequeños ojos claros se fijaron en mí.
—Ah... —dijo Charlie y me señaló—. Este es mi amigo... Rodolfo. Sí, se llama Rodolfo. Me ayudará a cargar las cajas esta tarde.
Hice una mueca de desagrado al escucharlo.
—Bienvenido, Rodolfo —dijo ella y me extendió una mano—. Yo soy Amanda.
—Mucho gusto —dije y le respondí el saludo.
—Bueno, los dejo, chicos. Debo ir con los clientes.
Le regalé una sonrisa de boca cerrada a la chica y luego miré a Charlie con una ceja levantada.
—¿Rodolfo? —pregunté—. ¿En serio? ¿Ese es el nombre de tu tío el solterón del fetiche con los pies? ¿No había otro más feo?
—¿De qué hablas? —Soltó una risa—. Pega a la perfección contigo. ¿Te has visto a un espejo? ¿A quién rayos se le ocurre teñirse el cabello de color naranja?
Me llevé una mano al pecho como si me hubiera llegado a lo profundo. Pero después puse una expresión de incredulidad y molestia.
—Sí, claro, lo dice el tipo del cabello verde —dije con ironía mientras lo seguía a la parte trasera de los estantes, de donde había salido la chica. Al parecer, funcionaba como almacén del local—. Súper típico, ¿no? Mi hermana misma lo tuvo verde la primavera pasada porque era la moda entre sus amigas.
—Esto es temporal —se defendió, señalando a su cabeza con un dedo—, es el precio de perder una apuesta. Pero ¿naranja? Ese ni debería ser un color, es repulsivo a la vista.
Ahí sí me ofendí realmente. La verdad es que siempre he sentido cierta fascinación por el naranja, tanto que llevaba como un año con ese color a pesar de que mi cabello no aguantaba ni una decoloración más.
—¿Qué dices? —comencé a decir—. ¡Todos aman el naranja! Es el color de la alegría y de...
Me tomó de improviso al lanzarme una caja. Logré atraparla, aunque casi se me cae de las manos.
—¿Estás loco? —me quejé, observándolo con incredulidad—. ¡Estas cosas se avisan!
—Es hora de trabajar, Rodolfo. Cuando terminemos te invitaré a un café y permitiré que me cuentes la historia de tu obsesión con el color más feo que existe.
—¿En serio?
—Por supuesto que no —respondió, como si fuera lo más obvio del mundo.
Sonreí con diversión y puse los ojos en blanco. Charlie tenía todo lo que me agradaba en alguien más: que fuera tan sarcástico y pesado como yo.
Comencé a ayudarlo a mover cajas repletas de libros. Su trabajo allí consistía en recibir los cargamentos todas las semanas y después distribuirlos por los diferentes estantes. La chica, Amanda, se encargaba de venderlos y de atender a los clientes. Me sorprendió ver que, a pesar de que eran libros de segunda mano, mucha gente iba a comprarlos. Tal vez porque eran más baratos de lo usual.
***
Nos tomó alrededor de una hora realizar el trabajo pesado de mover las cajas de un extremo al otro de la librería y de sacar los libros que más tarde serían ubicados. Charlie era bastante delgado, pero su energía parecía no tener fin. No lucía cansado en lo absoluto. Yo, por otro lado, llevaba varios días sin siquiera ir al gimnasio, así que ese poco de trabajo real me fatigó. No obstante, fingí lo mejor que pude y traté de seguirle el ritmo todo el tiempo. No quería que pensara que era un flojo.