Miré con incredulidad hacia el lugar frente a mis ojos. Luego miré a Charlie. De nuevo al lugar. De nuevo a Charlie. Y repetí el ciclo por unas cinco veces.
—Charlie... —dije—, ¿qué diablos hacemos en un club de strippers?
—¿Tú qué crees? —respondió con simpleza—. Vamos a divertirnos.
Me tomó de la mano y me haló dentro antes de que pudiera replicar. Creo que la borrachera se me pasó por completo cuando pagó las entradas y vi que realmente estábamos en un jodido club con mujeres bailando semidesnudas por todas partes. La iluminación era escasa y favorecía a las bailarinas del tubo..., a las que menos yo quería mirar.
No lograba cerrar los ojos de lo azorado que estaba. Ni en mil años se me hubiera ocurrido algo así para divertirme, pero quizás debí hacerme una idea de sus planes apenas nos subimos al autobús con destino al este de la ciudad, donde se encontraban ese tipo de negocios.
—Cha-Charlie... —le susurré al ver que una camarera que me doblaba la edad y el tamaño pasó por mi lado y me guiñó un ojo.
—¿Qué pasa, Rodolfo? —dijo, alzando la voz para que yo lo escuchara por encima de la música.
—N-no creo que esta sea una buena idea.
¿Cómo podía explicarle que ver a esas chicas causaba el mismo efecto en mí que ver a su madre haciendo twerking en traje de baño? No es que yo no sea capaz de admirar la belleza femenina, sí que lo soy, sino que jamás lograría hacerlo desde un punto de vista sexual.
—¿Bromeas? —ironizó—. Según mis compañeros de trabajo, este es el mejor lugar de la ciudad para divertirse.
Algo no encajaba, solo recordaba que trabajara con la rubia de anteojos y no creía que ella frecuentara esos «antros de perdición».
—Sí... También puede ser que tus compañeros de trabajo estén en un error, ¿no?
—¡Claro que no! Dime, ¿a qué hombre no le gusta estar rodeado de traseros grandes?
«¿A mí?», respondí mentalmente. Aunque tampoco creía que él fuera esa clase de hombre. A lo mejor estaba equivocado.
—Ven aquí —me dijo y me agarró por el brazo para guiarme.
Comprendí entonces que nos dirigíamos a la zona de espectadores de las chicas del tubo y sentí un salto en el estómago. Creí por un momento que iba a vomitar. Me parecía que íbamos camino al corredor de la muerte.
Imploré que no lo hiciera, pero de nada sirvió.
Yo, justo yo: Park Seokmin, terminé sentado frente a dos chicas que no paraban de agitar sus enormes traseros descubiertos casi en mi cara. Y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí aterrado. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Cómo solían actuar los demás en esa situación?
Tragué en seco y por poco me fundo con el espaldar del sofá rojo cuando una de ellas se me acercó mirándome de una forma provocativa y comenzó a bailar rozando mi regazo. Miré a Charlie implorando por ayuda, pero él estaba riendo a carcajadas mientras observaba la escena.
Quería cerrar los ojos para dejar de verla, quizás así me dejaría en paz. No obstante, una parte de mí me lo impedía por completo. Temía que si apartaba la vista la situación empeorara y eso me dejara incluso más en ridículo frente a Charlie.
Mi tortura terminó cuando él se acercó y le puso unos billetes a la chica en el borde del diminuto sujetador. Ella se marchó hacia otro cliente que la miraba de un modo tan lascivo que creí que iba a derretirla. ¿Cómo podían ellas sobrevivir rodeadas de tipos así? No podía ni imaginarlo.
Escuché la risotada de Charlie sin poder moverme todavía. Lo miré con desconcierto. Él me sacó de ahí y me llevó a una esquina apartada. Apuesto a que estaba pálido como nunca antes.
—Rodolfo —dijo sin dejar de reír—. Pagaría el triple por volver a ver tu cara de horror.
—¿Qué?
—Que valió la pena cada maldito centavo.
—¿Estás de broma? —pregunté con incredulidad—. ¿Me trajiste aquí para burlarte de mí?
—¿No querías diversión?
—¿Acaso te pareció que me estuviera divirtiendo allí? ¡Jamás había estado en una situación así! ¡Pensé que me iba a dar un infarto!
Soltó otra carcajada al escucharme.
—No seas dramático. Ellas solo están bailando.
—¡¿Y qué?! ¡No sé cómo actuar con una chica tan cerca, me ponen nervioso!
—¿Ah, sí? ¿Y cómo piensas acercártele a alguna para que salga contigo?
—¡Simplemente no lo pienso! ¡Ni lo he pensado ni lo pensaré! Por algo solo salgo con chicos, Charlie, ¿entiendes? ¡No me gustan las mujeres!
Me arrepentí de inmediato de haber soltado eso. Sin querer, le había gritado mi mayor secreto. Temí que se enojara conmigo o que no quisiera volver a verme después de saberlo.
Pero ni siquiera parecía sorprendido.
—Mmm... —fue su única respuesta.
—¿Qué? ¿Cómo que «mmm»?
—Venga, Rodolfo, ¿qué más quieres que te diga?
—No lo sé..., ¿te parece bien?