No sé con exactitud qué estaba soñando, solo sé que me tomó bastante reaccionar y darme cuenta de que mi teléfono no paraba de sonar. Abrí un ojo y después el otro. No reconocía nada a mi alrededor y no tenía claro dónde diablos estaba.
Sentí una punzada en la cabeza y necesité volver a cerrar los ojos un momento. Lo segundo que sentí fue un dolor muy molesto en el trasero, y quizás fue eso lo que me hizo recordarlo todo de golpe. Abrí los ojos y traté de incorporarme en la cama. Noté un brazo ajeno sobre mi pecho y lo moví con cuidado.
El insistente timbre de mi teléfono seguía sonando con la canción de Misión imposible, un tono que tenía reservado para mamá y Nae, las únicas dos personas cuyas llamadas jamás podía ignorar. Extendí el brazo y comencé a tantear el suelo. Se me había caído al acostarme.
Finalmente, lo tomé.
Di un respingo al ver que tenía siete llamadas perdidas de Nae y tres de mamá.
—Mierda... —musité. El bulto a mi lado se movió. Lo ignoré.
Iba a marcar de regreso, pero una nueva llamada entró. Contesté de inmediato.
—¿Nae...? —susurré con algo de temor.
—¡¿Dónde diablos estás, Park Seokmin?! —gritó ella al otro lado.
Mi hermana no se enoja por ningún motivo, tiene una paciencia infinita, ni tampoco dice malas palabras. Supongo que lograr cosas imposibles como hacerla gritarme y maldecir es otra de mis «virtudes».
—Puedo explicarlo...
—¡Pues quiero una excelente explicación de por qué carajos no viniste a dormir a casa anoche! ¡Se suponía que te fuiste a la cama temprano! ¿Sabes cómo estaba nuestra madre al saberlo? ¡¿Tienes una idea, acaso?! ¡Tuve que decirle que Martín vino a buscarte tarde y que dormiste en su casa! ¡¿Me oyes?¡ ¡Tuve que mentirle a mamá por tu culpa!
Y ella nunca miente. Jamás. Estaba metido en una bien gorda.
—Y-ya casi voy —respondí—. En veinte minutos estaré ahí, lo prometo.
Colgué de inmediato sin darle tiempo a replicar. La cabeza me quería explotar. Beber y trasnochar con una herida en la frente no había sido una buena idea. Lo tendría en cuenta para la próxima.
Miré la hora y volví a dejar el teléfono en el suelo. Eran cerca de las ocho, no había dormido ni tres horas. Suspiré profundo y me senté en la cama. Eché un vistazo alrededor.
Debo admitir que la habitación me agradó, a pesar de que le faltaba decoración. Solo tenía la cama, una mesita de noche donde había un millón de objetos amontonados y un armario —que no debía usarse mucho, la mayor parte de la ropa estaba tirada por el suelo—. Podía notarse que el dueño llevaba poco tiempo en ella.
Sin embargo, olía muy familiar. Desde las sábanas hasta los objetos, todo tenía un aroma dulce y suave que me cautivaba. Olían a él.
Me volteé y observé los mechones verdes que sobresalían bajo la almohada.
—Charlie... —susurré—, me voy a casa.
Él se movió y balbuceó algo ininteligible.
—¿Qué? —pregunté.
Se giró y gruñó sin abrir los ojos:
—Largo...
En esa ocasión sí lo comprendí y solté una risilla.
—Me encantó pasar la noche contigo, por cierto.
—Sal por la ventana —balbuceó y señaló con un dedo hacia donde él pensaba que quedaba la ventana—. Mi madre no puede saber que dormiste aquí.
Hice una mueca de desagrado al pensarlo. A mí tampoco me agradaba la idea de ver a su «agradable» madre tan temprano.
Me levanté de la cama y la habitación me dio un par de vueltas. Tenía tanta sed que me parecía que las llamas del infierno ardían en mi garganta. Caminé en calcetines hasta llegar a donde había tirado mis botas y me las puse. Luego recogí mi teléfono y abrí la ventana.
Lo miré por última vez mientras dormía plácidamente envuelto en la sábana. Una de sus botas estaba debajo de la cama y la otra ni se la había quitado.
«Dios...», pensé y me restregué los ojos. Hasta que no desayunara no lograría inventar una mentira coherente para justificar dónde había pasado la noche. Esa es una de las pocas cosas que no hago a menos que lo avise con antelación. Nae y mi madre se ponen histéricas.
Por suerte, la casa de Charlie solo tenía un piso y no tuve que saltar desde ningún sitio. Fue probablemente su madre la única que no me vio salir, recuerdo que el tipo de al lado casi pasa la podadora por la carretera, ya que se entretuvo viéndome y se le pasaron los límites de su jardín. Me importó lo mismo que me importaba todo: un carajo. Y, sí que debía lucir como la mierda.
Cuando llegué a casa tuve que aguantar que Nae me gritara por veinte minutos. No respondí nada porque sabía que me lo merecía —y porque mi cerebro aún no se había reiniciado por completo—. Una vez que se desahogó, me preparó chocolate caliente y me dio un calmante para el dolor de cabeza. Después, me pasé la mañana durmiendo.
***
En realidad, Charlie no me apostó en la mesa de póker, solo le dijo al tipo que yo era un niño de mamá engreído y que perder un poco de dinero me haría bien. Fue la más cruel y mejor broma que me habían jugado en mi vida. Pero perdió todo el dinero que tenía encima, y además tuvo que darle al tipo una medalla de plata que llevaba en su cuello para saldar la deuda. Luego regresamos en autobús a nuestro vecindario, donde nos pasamos un par de horas en un bar tomando cerveza barata con el escaso dinero que me quedaba. En el estado en que terminamos, yo no era capaz ni de pronunciar mi nombre, así que él me permitió quedarme en su casa.