—Hola, Charlie —respondí con mi mejor sonrisa—, ¿me extrañaste?
Arrugó la nariz con desagrado.
—Creo que ni tus padres te extrañan, no sé cómo no te han dado en adopción.
Solté una risotada al escucharlo.
—Shhh, vas a despertar a mi madre —dijo y miró hacia la entrada del cuarto—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás borracho?
Incluso yo me sorprendí al reflexionar al respecto. Por primera vez en mucho tiempo, no había bebido ni un trago de alcohol en una noche de juerga. Aun así, estaba tan feliz como si me hubiera tomado toda la reserva de mi padre.
—No estoy borracho, Charlie, pero si me ofreces algo para tomar no me molestaría.
—De acuerdo, tengo agua y té. Ah, y también una infusión que ni siquiera me atrevo a preguntarle a mi madre qué rayos le metió. Quizás eso te quite lo tonto y dejes de despertar a media noche a personas que se pasaron el día trabajando.
—Auch, Charlie, me hieres —respondí sin dejar de sonreír y me llevé una mano al pecho de forma dramática—. Vine por un buen motivo, ¿puedo entrar?
Resopló y se encogió de hombros.
—Si ya estás aquí...
Apenas se movió, me colé dentro de su habitación. Definitivamente me gustaba más su ventana que la mía. Era más amplia y no se me enredaba la ropa al salir o entrar.
Pero las cosas no salieron como esperaba y, cuando lo observé de cuerpo entero, di un respingo y me turbé... Sí, Charlie duerme en ropa interior.
La ligera iluminación que entraba por la ventana me resultó suficiente para ver que solo llevaba un bóxer blanco. Tenía muchos más tatuajes pequeños en el pecho y en la espalda. No pude detallar ninguno, y la oscuridad no fue el motivo. Me fue imposible porque las mejillas me ardieron de inmediato y tuve que cambiar la vista. ¿Cómo alguien podía verse tan atractivo lleno de dibujos coloridos y ridículos?
—¿Y bien? —dijo y levantó una ceja.
Me aclaré la garganta e introduje la mano en mi bolsillo.
—Yo, Seokmin, estoy a punto de convertirme en tu héroe, Charlie —dije y saqué la medalla.
La observó con asombro mientras colgaba de mi mano frente a su cara.
—¿Cómo la recuperaste?
—Fue muy duro —exageré—, pero sentía que debía hacerlo. No podía permitir que perdieras algo que valía tanto para ti.
—De hecho, Rodolfo —respondió con simpleza—, la aposté porque no me importaba perderla.
Todas mis ilusiones se hicieron trizas y cayeron a mis pies.
—¿Qué?
—Es una baratija —volvió a decir—, ni siquiera es de plata.
Debió faltar muy poco para que mi mandíbula llegara al suelo. Miré a Charlie y a la medalla en mi mano. Y luego de vuelta a Charlie y de vuelta a la medalla. Estaba consciente de que no costaba mucho, era solo una cadenita con un dije del símbolo de la paz. De igual modo, pensaba que tenía un valor emocional para él.
—¿Estás de broma? —dije con una mezcla de enojo y decepción—. ¿Regresé a ese sitio infernal y fui la camarera personal de esos sujetos por casi tres horas para que ahora me digas que te daba igual perderla?
—En realidad —respondió sin inmutarse—, no es que me diera igual perderla, es que la aposté porque esa era una excusa para deshacerme de ella. No soy bueno en el póker realmente, apenas sé jugar. Anoche tuve pura suerte.
Resoplé sin poder creerlo.
—¿Sabes qué? ¡Ahora me la quedaré! —repliqué y la devolví a mi bolsillo.
—No.
—¿No qué?
—Que no te la quedarás, es mía —dijo con simpleza.
—A ti no te importa y yo tuve que trabajar para ganármela.
—Por eso, ahora sí la quiero.
Hice una mueca, no comprendía lo que quería decir.
Sin embargo, no me dio tiempo a reaccionar. Caminó hacia mí y metió la mano en el bolsillo de mis jeans. Permanecí inmóvil, sin respirar siquiera. Él estaba casi desnudo y la cercanía entre los dos me puso —más— nervioso. Uso jeans tan ajustados que le costó sacarla.
—No es justo que te la quedes —dije cuando se separó de mí con la medalla en la mano. Ya no estaba enojado, no lograba molestarme de verdad con él.
—Antes no valía nada —respondió, poniéndosela—, ahora sí.
—¿Por... qué?
Sonrió y se acostó bocarriba en la cama. Como no necesito invitación, me lancé a la cama también y me acosté a su lado en la misma posición. Puse ambas manos bajo mi cabeza.
—Era de mi padre —explicó.
Giré la cabeza hacia él y lo miré con extrañeza. Su vista estaba fija en el techo.
—¿Cómo es que no te importa, entonces?
—Él y mi madre estuvieron juntos un año y medio. Ella nunca había podido salir embarazada y ya era un poco vieja para eso cuando supo que yo venía en camino. Quería tenerme y él no. Fin de la historia.