Aunque tú nunca me elijas

Capítulo 9

Mis ganas de ver a Charlie eran tan fuertes que quemaban. Le escribí desde temprano para saber si quería hacer algo en la noche, pero ya tenía planes, como de costumbre. En ese entonces, me intrigaba demasiado saber qué era eso que hacía en las noches a lo que no podía faltar. Quizás en ese caso hubiera atado cabos más rápido.

Seguía de vacaciones, así que me pasé el día en casa de Martín jugando Xbox y regresé a la hora de cenar. Mamá estaba abajo cocinando, y me extrañó que Nae no la estuviera ayudando con lo mucho que le gusta.

Llamé a la puerta de su cuarto y me dijo que pasara. Estaba maquillándose y su vestuario indicaba que no se acostaría a ver series como hacía todos los fines de semana por la noche.

—Pensé que los sábados no tenías ensayo.

Me miró con sus grandes ojos negros y pude ver la culpa reflejada en ellos. Se apresuró a mirar afuera del cuarto y a cerrar la puerta. Después devolvió su atención a mí, pero permaneció en silencio.

—¿Nae? —dije con desconcierto—. Me estás asustando.

Se aclaró la garganta.

—Es que..., verás, yo...

Una gran sonrisa de satisfacción se fue dibujando lentamente en mi rostro al comprender de qué se trataba todo.

—¡Tienes una cita! —terminé por ella.

Abrió los ojos al límite y me tapó la boca con ambas manos.

—¡Shhh! Mamá puede oírte.

—¡¿Y qué?! —dije y me libré de su agarre—. Tienes veintitrés años, Park Naeri, ¿qué hay con eso?

—Lo sé, lo sé, pero no quiero que lo sepa hasta que sea oficial. Vamos a salir hoy por primera vez.

—¡Oh, por Dios! No puedo creerlo.

Estaba tan o más emocionado que ella. Mi hermana se había enfocado tanto en su carrera musical que yo ni siquiera recordaba la última vez en que había salido con un chico o a divertirse con sus escasas amigas. Soy casi cuatro años menor y siempre he tenido el doble de vida social y de libertades que ella.

—¿Cómo lo conociste? ¿Toca contigo? ¿Qué edad tiene?

Sus mejillas se enrojecieron de inmediato al escuchar mis preguntas.

Sentía mucha curiosidad. En la orquesta solo había viejos que ya estaban pasados o rozando la edad de retirarse, y que en sus peores momentos no debían ni de acordarse de los nombres de sus nietos.

—No es músico —susurró, avergonzada. Incluso me pareció adorable verla de ese modo—, trabaja en el teatro desde hace unas semanas. Es nuevo en la ciudad, y... tiene veintiuno.

—¡¿Qué?! —exclamé y solté una risotada—. ¡Es menor que tú!

Se cubrió el rostro con ambas manos. Estaba muy sonrojada, tanto que se extendía a su cuello y sus orejas.

—No sé para qué te lo conté, ¿puedes parar de burlarte, eh?

Volví a reír y me acerqué para abrazarla.

—No seas tonta —le dije al oído—, estoy súper feliz por ti. Pero tienes que prometer que seré yo quien coja el ramo en la boda.

Rio por lo bajo.

—No quiero apresurarme, Seokmin, no quiero ilusionarme en vano.

—¿Estás de broma? —Me separé y la miré a los ojos—. Escúchame bien, Naeri, eres hermosa, talentosa y la mejor persona que conozco. El que te deje escapar es un pedazo de idiota, y espero que este no sea el caso.

Sonrió esperanzada al escucharme. Y yo no tenía idea de lo mucho que me dolerían mis propias palabras unos días después.

—¿Y a dónde irán?

—Al cine —respondió y se volteó hacia el espejo para seguir retocándose el maquillaje—. Me invitó a ver una película.

—Bueno, mientras mantenga sus ojos y sus manos ocupadas en la pantalla...

—¿Qué insinúas, Park Seokmin? —exclamó y me lanzó una esponja de maquillaje—. Es solo nuestra primera cita.

Volví a reír al verla sonrojarse de nuevo. Nae era tan inexperta en el amor que actuaba como una adolescente. Yo no tenía mucha experiencia tampoco, pero sí había salido con un par de chicos —y chicas, antes de contarle al mundo mi verdad, lo que eso prefería obviarlo.

—Bien, bien, ahora cuéntame más sobre él.

Casi podía ver el aura rosa y de brillitos que desprendía al pensar en ese misterioso chico.

—No lo sé —suspiró—, no puedo explicarlo. Simplemente tiene algo que, una vez que lo miras, no puedes apartar los ojos de él. Es muy lindo, y su personalidad es... ¡uf! No lo sé.

«Dios —pensé—, esto es más serio de lo que esperaba».

Con cautela y una sonrisa maliciosa, me subí a su cama. Me miró con hostilidad de inmediato.

—¿Qué crees que haces sobre mi cama sin quitarte esos zapatos mugrosos? —chilló.

Solté una carcajada y me encogí de hombros.

—Bueno —dije—, al menos el amor no te ha nublado los sentidos.

—¿Amor? —Negó con la cabeza como si quisiera borrar esa idea—. Es demasiado pronto para hablar de eso, apenas lo conozco.




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