Aunque tú nunca me elijas

Capítulo 10

—¡Charlie! —grité a todo pulmón frente a la valla de su casa.

A pesar de que había estado hasta muy tarde con Nae la noche anterior, desperté temprano esa mañana y decidí que el día estaba más que perfecto para ir a molestar a Charlie. Su madre se asomó a una ventana con la expresión de «cordialidad» que tenía de costumbre.

—¿Qué mierda quieres con Charlie? —gritó.

«Quiero casarme y tener hijos, señora», pensé con ironía. Me limité a darle mi mejor sonrisa y a saludarla con la mano.

—¡Hola, mamá de Charlie! —exclamé con exagerado entusiasmo—. Llevaba días sin verla, ¿se encuentra bien?

—¡Bien estaba antes de que tú aparecieras!

—Buenos días, mamá —la saludó Charlie y le dio un beso en la mejilla. El cambio en la expresión de su rostro apenas fue perceptible.

—¡Hola, Charlie!

Le sonreí con emoción y agité mi mano en el aire de una manera bastante teatral. Él abrió la puerta y salió a mi encuentro.

—¿A dónde diablos vas, Charlie? —gruñó su madre.

—Daré una vuelta con Rodolfo, regreso en un rato.

Ella siguió profiriendo maldiciones, pero él no le prestó demasiada atención.

—Siempre escoges los mejores momentos para aparecer, ¿cierto, Rodolfo?

—Me sale natural, Charlie —respondí y solté una risilla. Lo miré de pies a cabeza—. ¿En serio irás a algún lugar así?

Estaba en pantaloncillos cortos de deportes, con una camiseta que tenía un agujero en un hombro y descalzo.

—Claro que no —dijo, como si fuera lo más obvio del mundo—. Acabas de despertarme con ese grito que seguramente alarmó a todo el vecindario y bajé corriendo antes de que mi madre te lanzara una maceta del jardín.

—Oh —me llevé la mano al pecho de forma dramática—, ¿tanto te importo?

—En realidad, Rodolfo, las macetas son costosas. No puedo dejar que las desperdicie en ti.

Solté una risotada y lo seguí mientras caminaba alrededor de la valla de su casa. La saltamos por la parte trasera y nos dirigimos hacia su ventana.

—No hagas ruido —explicó cuando entramos a su cuarto—, es mejor que piense que estoy fuera por unas horas. Por cierto, ¿no era más sencillo venir directamente por la ventana o mandarme un mensaje?

Se lanzó a la cama y abrazó su almohada. Sus ojos adormilados indicaban que podía volver a dormirse en cualquier momento. Y, claro, mi misión era evitar que lo hiciera. Me senté en el borde y me quité las botas y las lancé al suelo para poder subir los pies.

—¿Y dónde estaría la diversión en eso, Charlie?

—Bien —se encogió de hombros—, comenzaré a pensar que te gusta mi madre, no pierdes oportunidad de verla.

—¿Me quieres acaso como padrastro? —cuestioné con una ceja levantada.

—¿Te cogerías a mi madre?

Hice una mueca de desagrado y él ahogó su risa con la almohada.

—Eso pensé —susurró.

—Dime algo, ¿de verdad has tenido padrastro alguna vez? Tu madre tiene pinta de secuestrar y crucificar personas en el sótano.

—No tenemos sótano, listillo.

—¿En su cuarto, entonces?

—Quién sabe, a lo mejor por eso nos mudamos a esta ciudad. A lo mejor te mentí y ella está a punto de llegar con una sartén para pegarte y que despiertes atado a una silla con nosotros dos bailando danzas rituales y cantando en dialectos incomprensibles a tu alrededor.

Una carcajada se me escapó y traté de que no fuera estrepitosa como mi risa habitual. Por un segundo, me pareció estarme escuchando a mí mismo soltar una de mis sartas de estupideces.

—¿Es idea mía o estás de buen humor hoy?

—Quizás —respondió con simpleza.

Me gustaba que todos a mi alrededor mantuvieran esa energía positiva. Nae —como era de esperarse— había despertado igual que si hubiera ido y regresado del paraíso la noche anterior. Incluso yo estaba muy animado por ella. Al parecer, no éramos los únicos, y eso me hizo sentirme aún mejor.

—Sí tuvo algunos amoríos —respondió finalmente a mi pregunta inicial—, pero nada demasiado serio que yo recuerde. Antes no era así de malhumorada, ¿sabes? Solía ser bastante cariñosa.

—Charlie, ¿en qué momento de la conversación dejamos de hablar de tu mamá?

—Uf... —se quejó y arrugó la nariz—. ¿No tienes a más nadie a quien molestar los domingos tan temprano? ¿O en general?

—Siempre hay a quien molestar, Charlie, pero tú eres mi favorito.

Bostezó y luego soltó un gruñido.

—De verdad necesitas un pasatiempo.

—¿Yo? —cuestioné y me acosté bocarriba a su lado. Ya me estaba acostumbrando a su cama—. ¡Qué va! Ya hago un millón de cosas, ¿crees que ganarme el odio de todos los vecinos en cinco manzanas a la redonda ha sido una tarea fácil?

—Para otro, quizás no, pero tú eres tan molesto por naturaleza que no creo que te haya costado mucho, Rodolfo.




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