Aunque tú nunca me elijas

Capítulo 11

«Estoy trabajando. NO VENGAS», decía el mensaje de Charlie. Me tomó unos quince minutos llegar.

La librería estaba igual de tranquila que la vez anterior. Entré y lo primero que vi fue a Amanda, sentada en su pequeño escritorio a la entrada. Se puso visiblemente nerviosa al verme, pero trató de disimular.

Me encargué de darle mi mejor sonrisa y de caminar muy despacio hacia ella para alargar su tortura.

—Hola, Amanda, ¿te acuerdas de mí?

Claro que se acordaba. Siempre he sido una persona bastante difícil de olvidar, sobre todo, porque suelo causar estragos donde quiera que voy. Además, la única diferencia con respecto a la semana anterior era que, en lugar de parecer un herido de guerra, solo tenía una pequeña cicatriz de no más de un centímetro en la frente. Me había quitado la venda justo antes de salir de casa.

La chica se aclaró la garganta y se acomodó los anteojos.

—Eh... Rodolfo, ¿no? Eres el... amigo de Charlie.

—Ese soy yo —respondí y volví a sonreírle con malicia—, su amigo más... «cercano». ¿Está ahí detrás?

Señalé hacia el lugar donde habíamos hecho el desastre con las cajas la vez anterior.

—S-sí, está ahí.

—No me sorprende, él «ama» la parte de atrás. Gracias.

Por un momento, pensé que no entendería mi comentario malicioso. El rubor en su rostro me indicó que sí se llevó la idea. Ya podía sentirme satisfecho, había hecho mi mala acción del día.

Caminé hacia el improvisado almacén y entré sin hacer ruido alguno. Charlie estaba de espaldas acomodando un par de cajas.

—Veo que te subestimé —dijo sin voltearse siquiera—, te esperaba unos diez minutos más tarde.

—Camino rápido, Charlie.

Se giró y me observó con una ceja levantada y con su expresión impasible habitual.

—Solo respóndeme algo, Rodolfo, ¿si te hubiera dicho que vinieras te hubieras quedado en tu casa solo por el placer de llevarme la contraria?

—Ni lo sueñes, Charlie, solo te escribí para saber dónde estabas. ¡Te hubiera ido a buscar hasta el fin del mundo! —exclamé con dramatismo.

Resopló y siguió con su labor.

—¿Necesitas ayuda?

—Mejor no —se apresuró a decir—. Casi termino, mantente lejos de las cajas.

—Si así lo prefieres...

Me encogí de hombros y me recosté a uno de los estantes.

—Por lo visto, ya te acabaste el libro.

—Así es.

—Mierda —musitó—. Sabía que debí darte Las mil y una noches.

Solté una risilla.

—Superó mis expectativas —confesé.

Se giró hacia mí y sonrió con autosuficiencia.

—Por supuesto que lo hizo. Si algo tengo es buen gusto, Rodolfo.

—¿En serio? Tus tatuajes dicen lo contrario —repliqué.

—¿Y tú si lo tienes? Tu cabello naranja dice que ni siquiera tienes sentido común.

—Bien —alcé las manos en señal de rendición—, admito que por esta vez tienes razón y sí es una buena historia. Sinclair me pareció un buen tipo, lástima que nunca haya podido confesarle su amor a Demian.

Terminó con las cajas y caminó hasta mí.

—Ya veo que no entendiste en lo absoluto la historia —dijo, un poco escéptico, y arrugó la nariz—. Sinclair no amaba a Demian, simplemente lo admiraba demasiado. Demian representaba algo así como todo aquello que siempre quiso ser y nunca se atrevió.

—Quizás quien no entendió la historia fuiste tú, Charlie —respondí—. Tal vez solo lo amaba en silencio de alguna forma y jamás se atrevió a aceptar la verdad y confesársela.

Puso los ojos en blanco. No obstante, le dio un par de vueltas a la idea.

—¿Y cuál era el punto de «amarlo en silencio»? —preguntó—. Si ese fuera el caso, se lo hubiera dicho. No creo que eso hubiera cambiado nada entre ellos.

—Quizás pensó que esa no era la mejor opción y tuvo miedo.

—Entonces, Sinclair era un idiota —afirmó—. ¿Qué era lo peor que podía pasar si se lo hubiera dicho?

—Eh... ¿que Demian lo rechazara y que dejara de ser su amigo?

—Hay cosas que pueden ser y otras que no. Punto —dijo con simpleza—. ¿Y? ¿Era tan serio eso? En ese caso, el idiota hubiera sido Demian.

En realidad, concordaba con él en que Sinclair nunca estuvo enamorado de Demian. Solo lo había dicho para contrariarlo. Sin embargo, sus palabras me hicieron reflexionar un poco, y presiento que no tuvo mucho que ver con la historia de Sinclair y Demian. Pero no era momento para pensar en ese asunto.

—Y... —dije para molestarlo—. Si dices que entre ellos solo había admiración, ¿me dejarías besarte, entonces? Ellos se despidieron con un beso, ¿no?

—¿Qué? —preguntó con incredulidad y algo de burla—. ¿Acaso quieres besarme, Rodolfo?




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