Además de los ojos achinados con el párpado superior imperceptible, y de la nariz pequeña y redondita cortesía de nuestra madre, Nae y yo no nos parecemos en lo absoluto. No puedo culpar al guardia de seguridad que custodiaba la única entrada disponible del teatro —la del personal—, por retenerme unos diez minutos y hacerme mostrarle hasta mi identificación para convencerlo de que era hermano de la violinista «chinita».
En realidad, hubiera sido mucho más sencillo ir temprano y entrar con Nae, pero no tenía deseos de contarle quién era Charlie y de dónde lo conocía. Por eso, esperé a que faltara alrededor de media hora para terminar el ensayo y poder verlo cuando fuera a recoger la escenografía. Me arriesgué a que no me dejaran pasar, pero finalmente lo logré. Pensé con ingenuidad que la suerte estaba de mi parte.
Apenas entré, me sentí diminuto.
El teatro es enorme y su techo es de la misma altura que unos tres pisos. Es muy antiguo, pero lo mantienen tan bien conservado que poner un pie dentro se siente como entrar a una máquina del tiempo que te escupe un par de siglos atrás.
Esa era la primera vez que entraba. Caminé despacio para no hacer ningún ruido, aunque la música proveniente de la orquesta se escuchaba en todo el lugar. Podía ponerme a gritar y creo que no hubiera marcado la diferencia. Entré al área de los espectadores. Por primera vez, pude darme el lujo de escoger dónde me iba a sentar. Como estaba oscuro, no me adentré demasiado. Desde cualquier lugar se veía bien el escenario.
Había unos cien músicos tocando. Nae estaba en el lado izquierdo junto a los demás violinistas. Sonreí al comprobar que su belleza y su juventud la hacían resaltar entre la multitud.
Ya la había visto tocar muchas veces, en casa y en todo tipo de eventos. No obstante, su entrega y su pasión en el escenario siempre me resultaban hipnotizantes. Cuando tomaba el violín dejaba de ser la chica tímida e insegura y se convertía en una mujer capaz de poner el mundo a sus pies. Lo hacía a la perfección y estaba consciente de ello. El pecho se me hinchaba de orgullo al pensarlo. Yo nunca sería exitoso, pero tenerla como hermana lo compensaba.
Los minutos pasaron con rapidez y muy pronto concluyeron el ensayo y comenzaron a recoger. Un par de personas se acercó a ella y vi que le sonreían y la alababan. Había brillado, como de costumbre. Desde mi lugar la vi perderse tras los telones y decidí esperar unos minutos sin moverme de allí para no encontrarla. Esperaría a que se fuera a casa para ir a ver a Charlie.
Cuando ya me pareció suficiente, me deslicé entre los asientos y subí las escalerillas para entrar tras bastidores.
«Dios», me dije al ver que esa parte era incluso mayor que el escenario.
Casi todos se habían ido y no había ni rastro de Charlie. Tenía que estar ahí, él lo había dicho. Vi que un hombre comenzó a recoger atriles y me le acerqué para indagar.
—Buenas noches —dije y él me miró con atención.
—Buenas noches.
—Eh... busco a Charlie, uno de los utileros. No conozco su apellido.
Soltó una carcajada.
—No necesitas su apellido para referirte a él, hijo. No creo que por aquí haya pasado alguna vez otro empleado lleno de tatuajes y con el cabello de colorines.
«Buen punto», pensé.
—Charlie es inconfundible. Acabo de verlo entrar allí. —Señaló hacia uno de los camerinos de los músicos.
—Gracias —respondí con una enorme sonrisa.
Estaba tan entusiasmado que casi corrí a su encuentro. Apenas llegué a la puerta, escuché su inconfundible risa y sentí un cosquilleo en el estómago. Se quedaría de piedra cuando me viera ahí. O al menos eso pensaba yo.
Entonces, una segunda risa me hizo detenerme súbitamente.
Era apenas un murmullo, pero yo podría reconocerla en cualquier lugar: la había estado escuchando desde que nací. Mi sonrisa fue remplazada por una expresión de desconcierto. ¿Charlie estaba hablando con Nae? ¿Entonces sí se conocían?
Empujé la puerta muy despacio y sin hacer ruido. Eran las dos únicas personas dentro de la habitación, así que los vi de inmediato.
Y sentí que mi alma cayó hasta mis pies.
Charlie estaba sosteniendo a Nae por la cintura, y sus rostros estaban tan cerca que casi se rozaban. Ambos sonreían. Nunca en mi vida me sentí tan patético como en ese instante, cuando empecé a atar todos los cabos que estuvieron frente a mis ojos todo el tiempo.
Sus labios se unieron en un tierno beso y todas mis fantasías se hicieron trizas en cuestión de segundos. Sentí una punzada en el pecho y un enorme peso en el estómago. ¿Así se sentía la decepción?
Charlie, el chico que me robaba el sueño cada noche, tenía novia. Y esa novia no era otra que Nae. Mi hermana.
Intenté salir de mi estado de congelación. Debía largarme de ahí antes de que me vieran. Di un par de pasos hacia atrás sin poder despegar mis ojos de la escena ante mí, y quizás por eso no pude evitar que todo se fuera a la mierda. Tropecé con uno de los atriles y cayó al suelo. El ruido nos sobresaltó a los tres.
Ellos se separaron con rapidez y ambos posaron la vista en mí. Los ojos de Nae se abrieron hasta el límite.