«Y no olvides sonreír, Charlie va a pensar que eres un amargado», fue la última advertencia de mi madre mientras se marchaba de la cocina.
Quizás por eso fingí mi mejor sonrisa ante ella, una tan grande que las mejillas me dolían y hacía que mi piercing en el frenillo fuera totalmente visible. Sin embargo, por dentro estaba pensando en cómo rayos iba a sobrevivir a esa tarde. El recibimiento había sido verlo con un ramo de rosas rosadas para mi hermana. ¿Acaso podía todo ponerse peor?
La respuesta es sí. Siempre puede empeorar todo.
Nae es muy rigurosa con su tiempo para ensayar, nada jamás la hace salirse de su rutina, así que no bajaría hasta que no terminara. Mamá, por otro lado, estaba decidida a obligarme a pasar tiempo con Charlie para «integrarlo a la familia y hacerlo sentir como en casa». Estuve a punto de gritarle que para eso tendría que ponerme de mal humor —incluso más— y empezar a berrear improperios como la vieja bruja de su madre.
El punto es que seríamos solo él y yo, y eso me ponía de los nervios.
Charlie se despidió de Nae y luego entró con mucha calma a la cocina. Yo estaba apoyado de espaldas en la encimera con los brazos cruzados sobre el pecho. Me miró de pies a cabeza y reprimió una sonrisa burlona.
—Guau —dijo—, veo que alguien sí se tomó en serio lo de cocinar esta tarde.
Es cierto que llevaba puesto un delantal azul con pastelitos danzarines, pero únicamente lo había hecho porque si hay algo que detesto más que cocinar, eso es ensuciarme mientras lo hago.
Puse los ojos en blanco y le lancé otro de los delantales coloridos de mi hermana.
—Terminemos con esto rápido —dije con rudeza.
—Espera —respondió—, tengo algo para ti.
Me sorprendí al escucharlo.
Buscó en su bolsillo trasero y sacó una margarita naranja, casi del mismo color que mi cabello. Le faltaban un par de pétalos y estaba medio marchita. Supongo que los bolsillos no son el lugar ideal para guardar flores. Me la extendió.
—¿Qué es eso? —pregunté con desconfianza.
—Una flor —respondió con simpleza.
Solté un bufido.
—Me refiero a que por qué me trajiste eso.
—La vi cuando compré las de Nae y no pude evitar acordarme de ti. Esa era la flor más naranja y fea que había, se parece a ti.
Volví a bufar y lo observé con incredulidad.
—¿Sabes qué, Charlie? Puedes oficialmente irte a la mierda.
Soltó una carcajada.
—No creo que a tu mamá le guste saber que me estás tratando mal de nuevo, Rodolfo.
—Pues ya puedes ir corriendo y contárselo si quieres, no pienso retractarme.
Me volteé hacia la encimera y comencé a cortar con resentimiento los nabos. Como si ellos fueran los causantes de mis desgracias.
«Me las pagarán, malditos vegetales», pensé.
Vi de reojo que colocó la margarita en la encimera y que se puso el delantal.
—Veo que el primer paso para hacer el kimchi es cortar los vegetales como si fueran los causantes del calentamiento global o de la Segunda Guerra Mundial.
—O como si fueran tu cabeza —acoté y le di mi mejor sonrisa de psicópata.
—Nah, no me odias tanto, Rodolfo. Hasta hace unos días me acosabas.
—Quizás solo estaba esperando el mejor momento para tenerte en mi casa mientras uso el cuchillo más filoso que tenemos.
—En ese caso dile a mi madre en el funeral que la amo —respondió con simpleza—. Ah, y dile también que lo siento, pero quien le arrancó la planta que tenía a la entrada de nuestra antigua casa no fue la vecina, fui yo. Olía mal y me causaba alergia. Tuve que deshacerme de ella.
—Todo lo que digas puede ser usado en tu contra, Charlie.
Soltó una risilla y comenzó a ayudarme a cortar las hojas de la col con las manos.
—Le temes demasiado a mi madre como para ir a contárselo. Además, todavía está a tiempo de enterarse de que tú fuiste quien manchó nuestra puerta.
—Se lo merecían, ambos.
—Es posible, Rodolfo.
—¡Uf! —chillé, a punto de perder los cabales—. ¡¿Puedes dejar de llamarme Rodolfo, maldita sea?! ¿Acaso eres tan incompetente que no puedes recordar ni el nombre de tu jodido cuñado?
Esa palabra sabía amarga en mis labios para referirme a él. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que lo fuera.
Arrugó la nariz —para variar.
—Tienes un nombre raro, Rodolfo, te estoy haciendo un favor.
Su tranquilidad para tomárselo todo me causaba ansiedad. ¿Nada era capaz de inmutarlo? Opté por continuar con el kimchi y largarme.
—Después de cortarlo le echas un puñado de sal —expliqué de mala gana mientras lo hacía.
—¿Y ya está? —preguntó con desconcierto.
—Por supuesto que no, esa mierda no puede ser más pesada de preparar. Pero por ahora es solo eso, hay que dejarlo reposar una hora.