Como el universo me odia, amanecí con fiebre y gripe al día siguiente. Me sentía fatal y no quería salir de la cama. No obstante, le dije a mamá que no se preocupara y se fuera a trabajar, que no era tan grave. Creo que lo más difícil fue justificar por qué diablos tenía gripe sin haberme mojado en la lluvia. Opté por contar que me quedé dormido con la ventana abierta y que el agua me salpicó..., aunque mi cama queda a casi dos metros de distancia. En fin, mamá debió creerme porque sabe que la buena suerte no es lo mío.
Como si eso no bastara, Nae comenzaría los ensayos diurnos esa mañana y no regresaría hasta el mediodía. Tendría que valerme por mi cuenta porque no tenía valor para suplicarle que se quedara porque me iba a morir enfermo, triste y solo. Sobre todo, solo. Ella me hizo un té y se fue a toda prisa. Tuve que conformarme con eso, porque sabía que ya tenía suficiente con todo el estrés de la presentación.
No había pasado ni siquiera una hora cuando comencé a sentir escalofríos. Sabía que la fiebre me estaba aumentando y debía controlarla. Suspiré profundo y me incorporé en la cama. Todo el cuerpo me dolía.
Abajo había píldoras que me servirían para bajarla, el problema era buscarlas por mi cuenta. Respiré hondo y logré ponerme en pie. Comencé a caminar descalzo hasta llegar a la escalera y bajé muy despacio. Sentí una pequeña alegría infantil al llegar a la cocina y sacar la cesta de primeros auxilios.
«Soy todo un hombre independiente, mamá», pensé con orgullo. No obstante, apenas tomé un vaso para llenarlo de agua, sentí que llamaron a la puerta. ¿Estábamos esperando a alguien? Recordé que Nae me había dicho que llamara al cerrajero por algún motivo, pero no lo había hecho, así que no debía ser él. Quizás se trataba de algún cobrador, mamá se encargaría de eso luego.
Retomé lo de la píldora, pero insistieron una vez más. Resoplé con enojo y la coloqué sobre la encimera. ¿No me dejarían tomarme la jodida medicación para dejar de sentirme enfermo y miserable y poder sentirme solo miserable?
Con otro esfuerzo, llegué a la puerta. Y me arrepentí de inmediato al abrirla.
«Lo que me faltaba», me dije.
—Buenos días —me saludó Charlie con las manos en los bolsillos de sus jeans.
—Tu novia no está en casa —respondí con mal humor.
Intenté cerrar con rapidez, pero me lo impidió atravesando un pie. Se coló dentro. En mi estado, me di por vencido sin siquiera tratar de impedirlo.
—Lo sé —dijo y cerró la puerta—, esta vez no vine por ella.
—No me interesa por qué viniste —respondí y di media vuelta. No pensaba prestarle atención.
—Luces como la mierda.
Bufé.
—Así me pone ver tu cara tan temprano.
Soltó una risilla y comenzó a seguirme arriba.
—Quiero hablar contigo —dijo.
—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Todo está dicho.
Dio una vuelta y me rodeó para impedir que siguiera avanzando hacia mi habitación. Si pensaba que me encerraría al llegar... estaba en lo correcto.
—Te equivocas —dijo con seriedad—. Al menos yo sí tengo algo importante que decirte.
Me sentía tan agotado que estaba a punto de tirarme ahí en el suelo frente al baño. Mis ojos se sentían pesados y todo el cuerpo me ardía.
—Lárgate, Charlie.
—No. No me iré sin hablar contigo.
—¿Acaso no puedes dejarme en paz de una vez? —Mi voz sonó como una súplica.
Bajó la mirada y suspiró.
—Te dejaré en paz después de hoy, Rodolfo. Lo juro. Dame una única oportunidad de hablar.
—¿Sabes qué? Yo ya no te creo.
Quizás era mi malestar general, pero lo que menos me apetecía era compartir el mismo oxígeno que él. Quería que se fuera, su presencia me hacía más daño.
—Por favor.
—No —fue mi última palabra.
Di un paso para alejarme y llegar a mi habitación. Sin embargo, él no me permitió continuar. Me tomó por el brazo y me haló hasta el interior de la habitación más cercana: el baño.
—¿Qué rayos crees que haces? —me quejé.
—Necesito decirte algo y no me iré sin hacerlo —respondió mientras cerraba y ponía el seguro. Se recostó de espaldas a la puerta para impedirme abrirla.
—¡Déjame en paz, Charlie! —le grité con mis últimas fuerzas—. ¡Juro que si no te mueves de esa maldita puerta yo...
La fatiga no me permitió seguir profiriendo mis amenazas. Su rostro se tornó preocupado.
—¿Estás bien? —preguntó, observándome con detenimiento.
—¿Eres ciego, acaso? ¡Por supuesto que no estoy bien! ¡Estoy enfermo por tu culpa!
—¿Qué? —preguntó, confundido—. ¿Por mi culpa? ¿Y qué es lo que tienes?
—Solo muévete, Charlie —imploré.
Lo dudó un instante, pero se quitó de mi camino. Lucía derrotado, y a mí me valía todo una mierda. Lo único que quería era volver a mi cama y morir ahí. Tomé el pomo de la puerta e intenté quitar el seguro.