—¡No, no, no! —dije e intenté salirme.
Me sostuvo con firmeza.
—Ni lo pienses, no te dejaré morir aquí.
—¡Déjame morirme en paz!
Las fuerzas que no tenía me salieron de algún lugar y empecé a forcejear con él. No permitiría que me mojara con esa maldita agua helada.
—¡Seokmin! —me reprendió y siguió luchando por mantenerme dentro de la bañera—. ¡Deja de comportarte como un bebé!
—¡Vete a la mierda, Charlie!
Estaba decidido a salirme de ahí, aunque no tuviera forma siquiera de irme del baño. Entonces, se hartó de mi berrinche.
—¡A la mierda con esto! —dijo, enojado.
Se quitó los zapatos con una mano y los lanzó a un lado. Y se metió a la bañera conmigo. Se subió a horcajadas sobre mí mientras yo seguía luchando por zafarme. Con una mano me aguantó y con la otra abrió el grifo.
Chillé cuando el chorro de agua cayó sobre mí. Estaba tan helada que sentía que me quemaba la piel. No podía torturarme de ese modo.
—¡Su-suéltame! —exigí, temblando.
Aún no me daría por vencido. Necesitaba que ese suplicio terminara. No dejaba de moverme y de patalear, tanto que él también se estaba empapando de la cabeza a los pies.
—¡Deja de moverte, maldita sea!
—¡No!
—¡Quédate quieto de una maldita vez, pedazo de imbécil! —gritó y acercó más su rostro al mío—. ¡Estoy a nada de golpearte!
Su expresión me indicó que hablaba en serio. Estaba enojado y a punto de perder el control. Una vez más, había usado mis virtudes para lograr cosas que parecían imposibles, como sacar a alguien tan calmado como Charlie de sus cabales y hacer que amenazara con golpearme.
Me detuve.
El único movimiento que provenía de mí era el temblor involuntario a causa del frío. Lo miré a los ojos mientras el agua no dejaba de correr sobre mi cabeza y mi cuerpo. Era una bañera pequeña, y él estaba sentado a horcajadas sobre mí. Empapado y enfadado. Su mano izquierda seguía en el grifo, la derecha estaba apoyada sobre mi pecho. Apenas una delgada capa de tela mojada la separaba de uno de mis pezones perforados. Su flequillo verde se le pegaba a frente a causa del previo chapoteo. Sus mejillas pecosas estaban sonrojadas a causa del esfuerzo. Y sus ojos oscuros estaban clavados en mi rostro.
Permanecimos en silencio. Realmente había poco que decir.
Estoy bastante seguro de que él también percibió el cambio radical en la atmósfera que nos envolvía. El malestar físico pasó a un segundo plano en mi mente. Solo podía enfocarme en su cuerpo sobre el mío y en lo cerca que estaban mis labios temblorosos de los suyos.
Mi pecho subía y bajaba con dificultad, al igual que el suyo. Sin poder evitarlo, bajé la mirada hasta las venas marcadas del brazo que me sostenía. Los colores de sus tatuajes brillaban mucho más a causa de la humedad.
Luego miré más allá, al punto en el que nuestros cuerpos más se estaban tocando.
«Mierda», me dije. Necesitaba dejar de temblar. Tenía que hacerlo. La fricción entre ambos tenía que ser nula, o las cosas se tornarían incluso más incómodas. Sin embargo, mi cuerpo no me obedecía.
Abrí un poco los labios y un suspiro ahogado salió de mi garganta.
«Muévete», quise decirle, pero no lo logré. Aunque no tuve que hablar, porque él decidió hacerlo por su cuenta. Prefiero pensar que fui el único que sintió todo ese revuelo de emociones en ese instante.
Cerró el grifo y se separó lentamente de mí. Con mucho cuidado, se sentó con la espalda pegada al lado contrario de la bañera y con las piernas abiertas. Solo de ese modo cabíamos los dos. Bajó la mirada y se aclaró la garganta.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Mejor... —susurré sin mirarlo y encogí las piernas de la manera más sutil que pude.
Estaba a un suspiro de que mi cuerpo hiciera evidente cómo me sentía en realidad. Además de abrumado, eso sí.
—Supongo que funcionó, entonces. —Me tocó un pie de repente. Me sobresalté y me encogí mucho más—. Al menos ya no estás tan caliente.
«Habla por ti, idiota», pensé.
Asentí.
—Cuando salgamos de aquí debes tomarte alguna píldora, de cualquier modo. Creo que las infusiones también funcionan. O quizás debas ir al doctor.
Negué con la cabeza.
—Esto me pasa todo el tiempo. —Mi voz estaba un poco más ronca que de costumbre. Quizás era por la gripe—. No puedo mojarme en los aguaceros.
—Pero lo de tener sentido común no es lo tuyo, ¿eh? —dijo. Una pequeña sonrisa desganada se dibujó en sus labios, pero desapareció con la misma rapidez.
—Aún falta bastante para que Nae llegue.
Suspiré al pensar en lo incómodo que estaría todo ese tiempo hasta que pudiera salir de ahí y cambiarme de ropa. Él también tendría que cambiarse. A pesar de que era mi culpa, no lo sentía en lo absoluto. Nadie lo había obligado a hacerlo.