El resto de la noche fue de celebración —al menos para los que tenían algo que celebrar—. Nae estaba que no cabía en sí de tanta alegría. Casi todos sus compañeros la felicitaron por su brillante desempeño, e incluso hicimos una video llamada con papá para que pudiera celebrar con nosotros. Sin embargo, mientras más la miraba, más ganas sentía de colgarme llorando a su cintura y pedirle disculpas hasta el cansancio. Ella se merecía un hermano mejor. No a mí.
Charlie no parecía estar mucho más feliz que yo, pero ambos hicimos todo para no arruinarle su gran día. Eso sí, agradecí al cielo, a mi abuela, a la naturaleza, al karma y a todo lo que pudiera existir, cuando llegamos a casa y pude escurrirme hasta mi habitación y hacer lo que durante tantas horas había deseado: dormir y revolcarme en mi miseria.
Al día siguiente era la celebración de los músicos y el personal del teatro. Y, sí, eso implicó que Charlie estuviera en casa. Él fue a recoger a Nae sin intenciones de encontrarse conmigo, pero su plan se vio frustrado porque, entre una llamada telefónica de felicitación y otra, Nae —que siempre era en extremo puntual— aún ni había tomado un baño.
—Juro que no tardaré —se disculpó ella mientras salía a toda prisa de la cocina—. ¡Lo siento!
—Tómate tu tiempo... —susurré con ironía y me recosté de espaldas a la encimera.
Charlie estaba a un par de metros de mí con ambas manos en los bolsillos de sus jeans. Lucía tan o más incómodo que yo. Ni siquiera nos habíamos mirado de frente o cruzado una palabra desde que llegó.
—Tal parece que seguimos posponiendo el último encuentro entre ambos —dije finalmente y me decidí a mirarlo.
Suspiró y se acercó hasta colocarse a mi lado también de espaldas a la encimera.
—Lo siento. No he tenido el valor suficiente para hablar con ella.
—No lo hagas hoy —pedí casi sin pensarlo—. Está demasiado feliz.
Vi de reojo que asintió con la cabeza.
—No creo poder hacerlo, de cualquier modo. Esta noche apenas tendremos tiempo para estar juntos. —Soltó un bufido y agregó con cierta tristeza—: Nae es demasiado genial, está hecha para destacar. Mi lugar es a su sombra.
—Bienvenido al club —añadí con sarcasmo.
—Mañana volveremos a salir y... entonces lo haré.
—Trata de ser sutil, por favor.
Me revolvía el estómago el simple hecho de intentar ponerme en los zapatos de Charlie. O en los de Nae. Quería que de esa noche nos transportáramos hasta tres meses después, a algún punto en el que ya todo hubiera terminado y Charlie no fuera más que un recuerdo en nuestras vidas. Porque ambos podíamos olvidarlo, ¿no?
¿De verdad podía fingir que nunca lo había conocido y tratar de superarlo todo? No es como si me quedaran muchas opciones.
—¿Existe una manera sutil de romperle el corazón a alguien? —preguntó con amargura.
—No. Supongo que es mejor no ilusionarlos desde el principio.
Mi voz rozaba un tono filoso. Quería odiarlo, pero no lo conseguía. Solo podía odiarme a mí mismo cada vez más.
—Y supongo que es incluso mejor ser capaces de adivinar el futuro —se defendió con la nariz arrugada—. ¿Me dices cómo iba a saber que tendrías un accidente frente a mi casa esa noche?
—¿Sigues culpándome?
Me acerqué para enfrentarlo.
—Yo no estoy culpando a nadie. Ya basta. —Resopló y se desordenó el cabello—. Esta es la última vez que nos vemos. ¿Realmente vamos a discutir?
Negué con la cabeza y volví a la posición anterior.
—Bien... —dijo—, tengo algo que mostrarte.
—¿En serio? —Mi curiosidad se disparó—. ¿Qué?
Caminó un par de pasos y se situó frente a mí. Me alarmé al ver que comenzó a subir su camiseta por el borde inferior izquierdo y luego bajó un poco la faja de sus jeans hasta mostrarme la piel desnuda de su pelvis.
Solté una risa nerviosa al ver de qué se trataba.
—Dios, no —dije con incredulidad—. ¿En serio lo hiciste?
Mis ojos no podían estar más abiertos ni tampoco podían separarse de su pelvis. Porque lo había hecho: Charlie se había tatuado el logo de las palomitas de maíz.
—Pe-pero... ¿estás demente, acaso? ¡Era una broma, Charlie! ¡Ahora tendrás que cargar con esa mierda el resto de tu vida!
Por algún motivo, estaba incluso enojado. ¿Cómo podía tomarse en serio cada estupidez que salía de mi jodida boca?
Soltó una risotada al escucharme.
—¿En serio los tatuajes son permanentes? —se burló—. ¿Por qué nadie me lo dijo antes? Tengo más de sesenta.
Bufé y me restregué los ojos. Quizás de ese modo podría verlo mejor y comprendería que no era más que una calcomanía temporal. El problema es que no lo era, la piel roja e inflamada lo confirmaba.
—¿Por qué hiciste algo así? —pregunté finalmente en un tono serio. Sentía que eso era también mi culpa.
—Pensé mucho en lo que hablamos aquel día en la bañera.