—¿Ma-mamá? —pregunté, intentando ocultar mi nerviosismo.
¿Dónde estaban mis habilidades actorales cuando tanto las necesitaba? No ahí, evidentemente.
—Hola, cariño —respondió ella con una serenidad alarmante. No obstante, lo remató con una pequeña sonrisa de cortesía y se dirigió a Charlie—. ¿Cómo estás, Charlie?
—Eh..., bien. Estoy bien, ¿y usted?
—Un poco cansada —dijo y apoyó su portafolios en la mesa—, pero nada que un baño caliente y la cena no resuelvan. ¿Ustedes ya cenaron?
Charlie asintió con la cabeza. Seguía perplejo, y también yo. Esperaba que nos acusara de un momento a otro y que me castigara de por vida o me echara de casa. Aunque quizás exageraba un poco, mamá no es así.
—Yo no —respondí con cautela—, te estaba esperando.
—Bien, no tardaré mucho. ¿Dónde está Nae?
—Arriba —respondí y tragué en seco—, terminando de arreglarse para la celebración de esta noche.
Asintió.
—Llegaste más temprano hoy —añadí en un tono bajo.
—¿Temprano? —Sonrió con los labios cerrados—. No, cariño, llegué a la hora de siempre. Quizás estás confundido con el horario porque Nae aún está en casa.
—Sí, debe ser eso —musité y miré al suelo. Quería que se abriera y me tragara.
Mamá se quitó la chaqueta de su traje azul claro y la dobló sobre su brazo. Luego volvió a tomar el portafolios y caminó hacia la puerta. Pensé que eso sería todo, pero se volteó justo antes de salir.
—Por cierto, ¿te ocurre algo en el rostro, Charlie?
«¿Además de estar tan rojo que parece que explotará?», pensé.
—Eh... —comenzó él.
—Tenía una mancha de maquillaje —solté sin pensar. Ambos me miraron con extrañeza—. Es decir, de cuando Nae lo saludó al llegar... Le estaba ayudando a quitársela.
—Sí, eso me pareció —dijo mamá y todavía no estoy seguro de si su tono estaba sugiriendo algo más—. Pero el agua y el jabón funcionan mejor que frotar así.
—Lo tendré en cuenta —musité, seguramente de una forma muy parecida a la de los sospechosos en medio de un interrogatorio con la policía.
—Bueno, nos vemos en un rato. Fue un gusto verte, Charlie. Le diré a Nae que se apresure.
Al verla subir por las escaleras, sentí que el alma me volvió al cuerpo. Comencé a hiperventilar y se me aflojaron las piernas. Necesité apoyarme en la encimera. Ni siquiera lograba pestañear.
—Lo vio todo —afirmé, aterrado.
—¿Qué? —Charlie negó con la cabeza, aunque él tampoco lucía convencido—. Hubiera dicho algo.
—Lo vio. Lo sé.
—Eso no tiene sentido.
—Conozco a mi madre, nos vio. Solo no estoy seguro de por qué no dijo nada.
Resopló y se agitó el cabello.
—Deja la paranoia —dijo—. Ya basta, no vio nada.
Suspiré profundo y me repetí que todo estaba bien. Mamá hubiera dicho algo de habernos escuchado, ¿no? ¿Qué sentido tenía callárselo? Simplemente no lo sé.
En el resto de la noche, apenas pude pronunciar palabra. Seguía aterrorizado y esperaba que mamá me pidiera respuestas en cualquier instante. Sin embargo, no lo hizo. Ni cuando Charlie y Nae se marcharon ni cuando cenamos juntos.
Mi cabeza estaba buscando una explicación lógica de manera desesperada. Terminé por creer que ciertamente no había escuchado nada.
***
El siguiente amanecer también llegó para torturarme. Hui de Nae todo el día y solo me escurrí como un cachorro asustado cuando comprobé que ella se había marchado de casa. No podía soportar escucharla canturrear de felicidad sabiéndose una violinista consagrada y una novia amada. Porque tenía razón en la primera parte nada más. Y era mi culpa.
Mientras ella estaba fuera esa noche, bajé con la manta y me abrigué junto a mamá en el sofá. Jamás lo hacía, siempre me iba de juerga con Martín o me encerraba a jugar. Incluso esos días se sentían lejanos desde que la culpa no me dejaba ni respirar en paz.
Mamá me observó con extrañeza.
—¿Qué te ocurre, cariño? —preguntó mientras me arropaba entre sus brazos como si aún fuera un bebé.
—Nada —mentí e intenté sonreírle—. Llevamos mucho tiempo sin hacer nada juntos. Pensé que podríamos ver la tele.
—Cariño, creo que la última vez que accediste a ver la tele conmigo tenías diez años.
Rio con una mezcla de ternura y diversión al recordarlo. Y también yo sonreí, porque ella tenía razón.
—Ese día tiré sin querer un jarrón antiguo de la abuela —susurré.
Me acarició el cabello y me atrajo más hacia ella.
—Eso también lo recuerdo —murmuró con su voz reparadora de cuando Nae o yo estamos tristes—. Pero todos rompemos cosas de vez en cuando. Tenemos que aprender a vivir con eso y seguir adelante.