Contuve la respiración durante el fugaz contacto. Luego me separé abruptamente. Mis ojos no podían estar más abiertos y mi pecho subía y bajaba con dificultad.
—¿Por qué diablos hiciste eso? —demandé, aterrado.
No respondió. Su rostro no mostraba diversión u orgullo por lo que había hecho, pero tampoco mostraba arrepentimiento. La cámara imprimió la última foto. La sacó y me la extendió. Estaba un poco borrosa, pero éramos claramente nosotros dos. Besándonos.
—Quería un recuerdo —se limitó a decir con voz baja y algo pesarosa—. Uno más. El último.
Me estremecí. Mi rostro comenzó a calentarse y formé puños con mis manos.
—No preguntaste si yo también lo quería —solté.
Estaba enojado. Con él, conmigo mismo, con la situación, con el maldito universo. Solo sentía ganas de gritar y de golpear latones de basura ajenos.
—Yo... lo siento —dijo, avergonzado, al ver mi reacción—. Tienes razón. No debí hacerlo.
—Pero siempre haces lo que te viene en gana, ¿no? ¡Te importa una mierda que alguien más salga lastimado!
—Lo siento —repitió—. Si... si quieres puedo romperla. Yo no...
—¡No quería que me besaras! —grité y di un paso al frente. Retrocedió—. Es más, ¿quién puede querer que lo beses? ¡Besas como el culo! No sé qué mierda vio mi hermana en ti.
Se sorprendió al escucharme. Al parecer, lo tomé desprevenido. Abrió la boca para decir algo, pero ni siquiera le permití hablar.
—¿Sabes qué? El chico que casi te golpea en el instituto tuvo suerte de no tener que pasar por la tortura de besarte. —Volví a avanzar, haciéndolo retroceder cada vez más—. ¡Porque es un jodido suplicio! ¡Lo peor que me ha pasado en toda mi maldita vida!
Di un último paso en su dirección. Su espalda chocó contra la pared. Estábamos a centímetros de distancia. Nos mantuvimos en silencio un momento.
—Eres un imbécil, Charlie —escupí. La amargura había reemplazado la ira de mi voz.
Su expresión mostraba que estaba tan afectado como yo. Sus ojos oscuros estaban clavados en los míos. Nuestras respiraciones se daban cruce.
—Te odio tanto —susurré. El dolor que me causaba tenerlo tan cerca era insoportable. Me asfixiaba—. Eres... eres tan...
No pude terminar. En lugar de eso, resoplé frustrado.
Y, sin pensarlo, sostuve su rostro con ambas manos y estampé mi boca contra la suya. Lo besé con una mezcla de ansias, ira, miedo. Como si fuera a desvanecerse en mis labios en cualquier momento. Algo tan intenso y repentino que le tomó un segundo reaccionar y corresponderme. Dejó caer la cámara y la foto, y me envolvió en sus brazos.
La urgencia del beso crecía con cada segundo. Nuestras lenguas jugueteaban. Incluso nuestros dientes chocaron el más de una ocasión. Apenas podíamos respirar, pero yo quería ahogarme ahí en sus labios. Quería morirme en su maldita boca.
Lo lamí. Lo mordí. Nada era suficiente.
Se movió y me lanzó contra la pared sin alejarse ni un centímetro de mí. Más que un beso, era una batalla que ninguno de los dos quería perder. Nada más nos importaba. Mis manos se enredaron en su cabello y lo atraje más. Las suyas me sostenían como si no pensara volver a soltarme.
Nos volteamos una vez más. Yo quería mantener el control. Lo acorralé tanto que podían salir chispas del roce entre nuestros cuerpos. Ninguno de los dos estaba pensando.
Rompimos el beso un segundo para tomar aire. Me faltaba poco para perder el conocimiento por falta de oxígeno. Teníamos los labios muy hinchados. Incluso un hilillo de sangre se escurría por su labio inferior. Pero ni siquiera eso me detuvo. Volví a besarlo. El sabor metálico de la sangre se mezcló con el de su saliva y la mía.
Mis manos comenzaron a recorrerlo. Quería saborearlo y tocarlo de todas las maneras posibles. Lo necesitaba.
Acaricié su pecho por debajo de la camiseta. Gimió cuando apreté uno de sus pezones. Sin embargo, eso pareció animarlo más. Volvió a cambiar nuestras posiciones. Chocamos contra la mesita de noche y tumbamos varias cosas. Ninguno de los dos se detuvo a mirar.
Su camiseta voló por encima de su cabeza. La mía no tardó en salir también. Nuestros pechos desnudos chocaron. Sin embargo, la fricción mayor y más deliciosa estaba mucho más abajo. Sus pantaloncillos deportivos eran tan delgados que podía sentirlo por completo. Era doloroso.
Lo tomé en mis brazos y lo volví a pegar a la pared con tanta fiereza que se quejó en mis labios. Sus manos eran más tímidas que las mías. Yo siempre he sido un maldito degenerado. Llevé la mano hasta su abdomen y la metí sin previo aviso en sus pantaloncillos. Jadeó y se separó un momento. Todo su rostro y su cuello se enrojecieron al sentir su piel desnuda contra la palma de mi mano, pero yo iba en serio. Estaba harto de juegos.
No obstante, se recuperó con rapidez y llevó su boca a mi pecho.
Sus dientes sonaron contra el metal en mis pezones. Gemí al sentir su lengua caliente. Lo agarré por el cabello con la mano libre y lo hice levantarse. Se sentía demasiado bien, pero quería ser yo quien le diera placer. Lo besé con ferocidad sin dejar de tocarlo, y luego me dirigí a su cuello. Succioné tan fuerte que lo dejaría marcado. Exactamente eso quería. Quería amarlo y lastimarlo a la vez. Quería que sintiera lo mucho que dolía desearlo tanto y no poder tenerlo nunca. No de verdad. No cuando la magia de ese momento se rompiera.