Aunque tú nunca me elijas

Capítulo 29

—¿Se puede saber por qué carajos llegaste tan tarde? —exigió Martín apenas abrió la puerta de su casa—. ¡Por tu culpa nos perderemos lo mejor! ¡Quizás ya ni quede alcohol!

Suspiré profundo y lo miré con cara de mierda.

—Deja de quejarte y vámonos de una jodida vez, ¿quieres? —respondí de mal humor. Lo último que me apetecía era tener que dar explicaciones, solo quería emborracharme lo más posible para intentar olvidar.

Inclinó su rostro para verme más de cerca. Me sentí algo incómodo ante su escrutinio. Desvié la mirada y apreté los labios. Aún los tenía bastante inflamados y supongo que seguía colorado. Abrió mucho los ojos, como si la comprensión lo hubiera golpeado de repente.

—¡Estabas cogiendo! —exclamó.

—¿Qué?

—¡Maldito seas, mira tu jodida cara! —dijo con diversión—. ¡Yo como un idiota esperando por ti y tú montándotela por ahí con algún otro cachondo como tú!

—¿Quieres cerrar la boca de una maldita vez? —respondí, exasperado.

Soltó una carcajada y se recostó en el marco de la puerta.

—Me parece que a alguien no se lo cogieron muy bien esta noche... —canturreó.

Me harté.

—¡Vete a la mierda, Martín Pancracio!

Su rostro se encogió del desagrado y del horror al escucharme. Yo soy una de las menos de cinco personas que conocemos su nombre completo, y creo que los demás son sus padres y la persona que lo inscribió al nacer. ¿Qué estaban pensando al llamarlo así? Ni idea, pero ese es su «Talón de Aquiles».

—¿Qué he hecho yo para merecer esto? —se quejó con dramatismo. Sin embargo, yo ya había comenzado a caminar en dirección a la parada de autobuses. Cerró con prisa y se apresuró a alcanzarme—. Ya veo que el karma te está pateando el culo, ¿eh? ¿Qué hiciste esta vez para ganártelo, idiota?

Lo miré de reojo a modo de advertencia.

—Oh —exclamó con ironía e hizo gestos exagerados con las manos—. Siento que mis impetuosas palabras hayan osado lastimar a tan sensible criatura como usted.

Lo empujé por un hombro y su carcajada hizo eco en el área. Incluso yo me vi obligado a reprimir una sonrisa. Pero mi expresión volvió a enseriarse de inmediato. No había forma de borrar de mi cabeza todo lo que había ocurrido en casa de Charlie.

Necesitaba alcohol. Mucho.

***

Pasé toda la noche sentando con amargura en una esquina, bebiéndome todo lo que Martín me consiguió. Empecé por un par de vasos y terminé tomando directamente de una botella. Lo que más me ha gustado siempre de Martín es que no hace preguntas. Sabía que me sentía fatal y ni siquiera tocó ese tema, sino que intentó animarme con sus pésimos chistes y me buscó todo un arsenal que me permitiera olvidar.

Desde la adolescencia jamás había vuelto a tener problemas para llegar a casa, pero en esa ocasión él tuvo que llevarme casi a cuestas y me dejó acostado en mi cama sin quitarme las botas siquiera. Una vez más, mi egoísmo y mi imprudencia estaban causando estragos en mi vida.

 No estoy seguro de cuántas horas seguidas estuve en ese estado, solo sé que logré despertar cuando sentí que me zarandeaban por los hombros.

—Seokmin —me llamó Nae. Se escuchaba preocupada—. ¡Seokmin! Venga, Seokmin, has dormido casi todo el día, necesitas levantarte y comer algo.

Me volteé bocarriba y balbuceé alguna mierda ininteligible. Aún no conseguía abrir los ojos.

—Oh, por Dios —volvió a decir, exasperada—. Hueles horrible, ¿qué carajos fue lo que hiciste anoche, eh?

No era para menos, tenía la ropa llena de vómito ajeno y propio. Sin embargo, sentía como si me estuvieran dando martillazos en la cabeza y como si un enorme elefante invisible estuviera sentado sobre mí. El olor nauseabundo no era incentivo suficiente para intentar levantarme.

—Tienes que levantarte y tomar un baño.

Gruñí a modo de respuesta. ¿Acaso no pensaba dejarme en paz?

—¡Estoy cansada de todo este drama! —dijo mientras comenzaba a quitarme la camiseta por encima de la cabeza. Su voz se escuchaba como un zumbido en mi cabeza—. Mamá está en una junta y vendrá más temprano hoy. ¿Sabes cómo se pondrá si te ve en este estado? Siempre tengo que cubrirte por tu irresponsabilidad. Tienes casi veinte años, ¿cuándo piensas madurar?

Con mucho trabajo, logró desprenderme de la camiseta. Luego me quitó las botas y me lanzó unos pantaloncillos deportivos a la cara.

—Déjame en paz, Nae —dije con voz ronca y somnolienta.

—¡Al menos ayúdame a quitarte esa ropa asquerosa!

Resoplé con molestia, pero me levanté un poco para que me dejara de una vez por todas. Ni siquiera abrí los ojos. Casi en modo automático, me quité los jeans y me puse los pantaloncillos. Luego volví a voltearme para seguir durmiendo.

—No te acomodes tanto, apenas suelte esto en la lavadora vendré por ti para que tomes un baño y para cambiar esas sábanas. ¡Pareces un cerdo! —Hizo una pausa antes de añadir—: Tienes un millón de cosas en los bolsillos, quizás también apesten. Las pondré todas aquí en la...




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