Aunque ya no estés

Danza y algodón

Zara

- ¿Me prometes que por nada del mundo vendrás?

- Madre…

- Hija, quiero que me lo prometas – me dice mientras me sujeta con ambas manos la cara.

- Sabes que no puedo hacerlo… Tú y Zaira me necesitan…

- Si, pero no aquí. Si algo malo te sucede, yo no sé qué haría hijita…

- Ma…

- ¡Nada! No regresaras. Harás tu propia vida y te olvidarás de nosotras.

Mis ganas de gritarle que no haría lo que me dijese y de llorar, aumentaban. ¿Cómo las iba a abandonar, aquí, solas, sin comida, sin agua? Era algo inhumano lo que me pedía. Son mi familia, y yo jamás las dejaría atrás.

- ¿Me lo prometes? – agaché la cabeza – ¡Zahara! Te estoy hablando.

- Lo prometo. No volveré.

No puedo dejar de pensar en esos días. Los mas duros de mi vida definitivamente. Pero ahora no debería de por qué estar así, estoy por entrar a mi primera clase de ballet y estoy temblando. No puedo creer que después de tanto, vuelva a sacar mi mejor lado. No quiero que mis nervios me jueguen en contra. Se que estoy hecha para estoy y mas que preparada. Mientras entro a la Academia de Baile de Brooklyn, no puedo dejar de ver su arquitectura preciosa y muy bien hecha. No se mucho de este tipo de arte, pero es lindo para la vista. Además, tiene el toque de moderna y antigua que tanto me gusta. Y por dentro es más atractiva que por fuera. Una bella melodía de piano sonaba por todo el gran lugar. Había unas cuantas bailarinas bailando con coordinación sobre el gran escenario. Bailaban bajo un reflector azul que daban la sensación que sus tutús brillaban. Me acerqué a la mesa donde se encontraban dos personas mirando muy atentamente al baile.

- Hola… – hablé en voz baja. Una señora con un gran moño rojo, se dio vuelta enseguida y me sonrió.

- Hola joven. ¿Vino por las clases?

- Eh… si – no sabía mucho mas que decir ante eso. Solo había una razón por la que alguien venía con un gran bolso a un lugar donde se practique danza.

- Perfecto. Sígueme – me hizo atravesar un largo pasillo hasta los camerinos donde me ordenó que dejara mis cosas –Y dime preciosa, ¿tú nombre es…?

- Zara Hyland. Traje una planilla con toda la información mía.

- Bien, me ahorras trabajo – ríe y deja donde estaba anotado sobre una mesita blanca – ¿Has hecho ballet alguna vez?

- Si, de niña practicaba mucho y parte de mi adolescencia. Además…

- Apróntate que te presento a tus compañeras – me corta y sale como si nada.

Pestañeo dos veces ante lo que acaba de pasar. Por suerte me calló, ya le iba contar hasta lo que cené anoche, que por cierto, no recuerdo. Mientras me arreglaba algunos pelos rebeldes que se salieron del moño, la puerta se abre a velocidad de la luz.

- ¡Dije que el solo sería mío!

- ¡Habrá más solos, Grace! ¡Cálmate!

Entraron dos chicas gritando sobre un solo, y hasta ahora, no se dieron cuenta de mi presencia. Siguieron hablando sobre lo suyo mientras me colocaba mis zapatillas de medias punta y recordaba el amor que le tengo. Por suerte, desde que las dejé de usar, mis pies no crecieron mas y me quedan bastante bien. ¿Cómo me puedo sentir tan bien solo por usar el uniforme? Quizás estaba algo desgastado, pero para mí tenía un gran significado. Fue un regalo muy importante de parte de mi padre. Recuerdo que le costó mucho regalarme algo así, y yo no paré de agradecérselo. Realmente extraño a mi familia y a Abby, mi mejor amiga, la cual no veo desde hace un año y mejor así. Para ella solo sería un riesgo, si haberse juntando conmigo ya era un peligro en ese entonces, ahora mas. Lo único que puedo hacer por ella es extrañarla y recordar los buenos momentos que compartimos juntas. Como por ejemplo la vez que en detención empezamos a rallar las paredes del salón, bueno, quizás no está del todo bien, pero nos estuvimos riendo hasta que nos empezó a doler el estómago. Ahí surgió nuestra amistad, nos dimos cuenta que teníamos muchas cosas en común y la relación creció sola. Ambas tenemos el mismo tatuaje en el mismo lugar, por lo menos, aún está conmigo, aunque no sea de la forma en la que quiero.

- ¿Y tú eres…?

- ¡Vamos niñas, hay que seguir! – estaba por contestarle a la chica que me habló, pero la voz de la mujer del moño rojo me detuvo.

Ellas salieron del camerino y yo las seguí. La señora me vio llegar y me hizo señas para que me le acercara, cautelosamente lo hice. Ella me recibió con una enorme sonrisa y en sus dientes vi algo dorado, quizás era un postizo. La mujer tiene pinta de ser ya bastante grande, pero el estilo no lo pierde y la elegancia tampoco. Ojalá verme así a su edad. Esta se para detrás mío y me agarra por los hombros.

- Como ven, hay una nueva integrante. Ella es Zara y espero que le den una buena bienvenida. No se preocupen por enseñarle algún paso o regla, ya hizo ballet anteriormente.

Luego de un largo entrenamiento y de observar algunas coreografías y practicarlas, llego a la casa donde me quedo. El único ser capaz de saludarme es Chubby, quien mueve la colita de un lado para el otro sin dejar de dar saltitos. Cuelgo mi abrigo y el bolso para poder levantarlo y mimarlo. Ya está mas gordito y me parece bien, ya que come como debería de comer un perro de tres meses. Cuando me contacté con un veterinario para las vacunas que debe de darse, me dijo la edad del perrito y que sería grande, por lo tanto, este espacio en un futuro le sería chico. Eso no me preocupaba porque algún día tendría mi propia casa con un jardín enorme solo para él. Mientras tanto, ahorraba para poder empezar a pagar mis clases de danza y ayudar con los gastos de la casa. El perro vuelve a ladrar cuando se vuelve a abrir la puerta. Apareció Otis con un ojo morado, cortaduras en el labio y el cabello negro mas desordenado que de lo común. ¿Se había metido en alguna pelea? No, no parece ser de esos tipos de personas violentas. Por lo menos no acá. No me ve hasta que se gira hacia el sofá.




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