Aunque ya no estés

Lucas

Otis

La casa se siente vacía. Detesto el ruido del silencio. No hay rastros de un pitbull que me rompe las pantuflas ni de una rubia parlanchina que no para de llorar y de gritar mientras mira su serie favorita. En la nevera no hay ni una bebida alcohólica, tampoco hay en la mesada una agrupación de caramelos de yogur. Hace tanto tiempo dejé de sentirme solo que ahora era tan extraño volver a experimentar ese sentimiento. Tenían paz. ¿No era lo que me gustaba? Si, pero desde hace tiempo comencé a odiar el silencio y el ambiente tranquilo. Necesito ver charcos de pis, ver un abrigo beige colgado en el perchero junto a un bolso del mismo color. Se me urge ver a dos tarros llenos de alimentos para un canino de ojos celeste. Preciso atender el mismo llamado que atendí el mismo día que la conocí. Ese que me exigía darle un techo a esa mujer. Exijo que mi vida se vuelva a descontrolar. Ya van tres días donde mi rutina es de mi casa ir al trabajo, y del trabajo a mi casa. Así que ya necesitaba un cambio de aire. Pensé muy bien si estaba listo para este viaje. Habían pasado años desde que evitaba su rostro, y por fin, tengo el coraje de volver a verlo. Toco la puerta dos veces, mientras que esperaba pacientemente me aclaraba la garganta. Los nervios me estaban absorbiendo.

Y entonces lo veo. Lo veo a él y su tatuaje tan peculiar. Lo veo a él y a mí, de niños. Me escanea de arriba abajo sin decir nada, yo hago lo mismo. No sabía que decir. ¿Se supone que debo abrazarlo después de que lo haya estado evitando por tres años? ¿O mejor le pregunto que hizo ayer? Por suerte no hacía frío, porque si no ya estaría congelado. Creo que pasaron diez minutos y seguimos en la misma posición.

- Otis. – habla él finalmente.

- Lucas.

Carraspeamos al mismo tiempo.

- E- Entra – abre la puerta y me deja a la vista su escalera que lleva al segundo piso.

Nada era igual. Ya no hay paredes pintadas de colores, ni cuadros divertidos y mucho menos alguna fotografía, las mismas que decoraban todo este espacio. Hasta el ambiente cambió. Se siente un lugar desconocido, ajeno… Como cuando vas a la casa de un amigo por primera vez y no sabes ni donde está el baño, así se siente esta casa. Lugar de muchas reuniones, fiestas, cenas. Lugar donde creamos momentos felices e inolvidables juntos, los tres. Me invita a sentarme en su sillón y acto seguido, enciende la televisión. Pero a mí no me importa mirar las noticias, vine a charlar con él, para saber cómo está y que ha hecho de su vida, lo típico, supongo. Además de eso, quiero saber si acepta mis disculpas. Sé muy bien que hace unos cuantos meses atrás, no sería capaz de venir aquí, sentarme en su sofá y mirarlo fumar. Cuando vi a Zara bailar, hacer lo que realmente ama sin que le importe los comentarios de los demás, verla luchar por su felicidad, me hizo entender que yo también podía hacer lo mismo: reconstruirme. Eso haré, y no pararé hasta lograrlo.

- Ahora fumas…

- Al parecer.

Tenso. Así estábamos los dos.

- ¿No continuas con la dieta?

Me dedica una mirada con el ceño fruncido mientras exhala el humo.

- ¿Para qué? Si ya no la necesito mas – se encoge de hombros y le da una calada larga a su cigarrillo.

- Nunca está demás cui…

- ¿A que viniste, Otis? – me corta – ¿A saber si sigo con la maldita rutina? ¿Para saber cómo estoy? ¡No! Algo mejor. ¿A pedir falsas disculpas?

Me quedo en silencio. No serían falsas, ya que es lo que realmente quiero. Es mi amigo, y aun lo necesito conmigo.

- En caso de que sea la última, ya sabes donde queda la salida y cierra al marcharte.

- No seas infantil, Lucas.

- ¡¿Infantil?! ¡¿Yo?! Espero que sean unas de tus bromas de mal gusto, porque me harás reír sin ganas.

- No podemos seguir así, y tú bien lo sabes.

- Ya… Pero recuerda quien empezó todo esto – se levanta de su asiento y camina hasta la cocina. Yo lo sigo y observo como saca una lata de cerveza.

- Y estoy arrepentido, en verdad. Quiero normalizar mi vida, mejorarla, cambiarla… No lo sé, pero algo haré.

Él me mira mientras deja la bebida sobre la mesada negra.

- ¿Entonces te estás disculpando? – asiento – ¿Por evitarme tres años o por no decirme lo de Tobby?

Mierda… Lo había olvidado por completo.

- Ya sabes que no podía…

- ¡Excusas! ¡Éramos los tres juntos! ¡Si uno caía, los tres caíamos! ¡¿Y qué pasó?! ¡Cayó el solo! ¡Pero tú lo sabias y no dijiste nada! – mientras suelta las palabras a toda velocidad, me empuja hacia atrás haciendo que choque con una silla.

- No fue mi culpa…

- ¡Si que lo fue! Tú tienes la culpa de todo. – dice entre dientes mientras me acusa con el dedo índice.

- ¡No tengo la culpa de la muerte de nuestro amigo! ¡No puedes culparme de algo que no ocasioné! – lo empujo yo esta vez.

- ¡Pero lo sabías y preferiste callarte! – grita con furia mientras los ojos se le llenan de lágrimas que poco a poco van bajando – Y tú… te callaste…

- Él me lo pidió – susurro y atraigo su atención. Ya estaba mas calmado – Si tú me hubieras pedido lo mismo, yo lo haría, pero no fue así.

Se deja caer en una silla que hay en la cocina y llora con la cabeza escondida entre sus manos. Me siento mal, tanto por Lucas como por Tobías. Ya perdí a un amigo, no puedo con otro, no sería capaz de soportarlo. Levanta su cabeza y se seca las lágrimas con la manga de su campera.

- Es que lo extraño, Otis… Ya nada es lo mismo…

Lentamente me acerco a él y le froto la espalda.

- También lo añoro, pero no podemos hacer mas nada que tenerlo vivo en nuestros recuerdos y seguir con la cabeza levantada.

- Lo he intentado… Muchas veces, pero se me hace imposible. No tengo motivación.

Y ahora lo entiendo todo. Lo que necesitaba era motivación, y eso fue justo lo que me dio Zara. Cuando llegó lo primero que pensé es que haría de mi vida un remolino, y así fue, pero en buen sentido. La paleta de colores dejó de ser rojo, gracias a ella. Vuelvo a centrarme en mi amigo y consolarlo. Estuvimos charlando sobre eso un breve tiempo más, pero luego fue cuando nos pusimos al día. Me comentó que lastimosamente su madre falleció hace dos años y eso me hizo arrepentirme el doble por ser el peor amigo con él, por no haber estado ahí. Yo le comenté un poco sobre el giro de 360 grados que dio mi vida con aquella rubia que, aunque la quiera sacar de mi cabeza, no puedo. Imposible que en esta historia falte mi Chubby. Yo antes de él, tenía un amor odio con los animales, exactamente con los perros por traumas de pequeño. Pero este señor, del cual tengo un cuadro cuando estaba con un moño rojo, me demostró que no es tan malo como solía pensar, solo era conocer a la persona indicada – en este caso perro – para demostrarme lo contrario. Zara y Chubby crearon un punto de vista diferente para mí, desde entonces no los veo igual. La cagué, lo sé, lo del supuesto matrimonio arruinó mis planes, pero estoy muy seguro, que después de que pase la tormenta, el sol saldrá.




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