Señorita Pecados
Veo cómo todos evitan mirarme a los ojos. Intentan no pensar; otros se ríen de mí, creyendo que no lo sé. Como si no pudiera sentir cada uno de sus pensamientos y pecados con tan solo estar a menos de dos metros de ellos.
No son más que unos ilusos hipócritas—pienso.
Ya dentro de la corte de Aurevia, me preparo para el Juicio del Eco. Se preguntarán: ¿Qué es Aurevia? ¿Qué es el Juicio del Eco? Déjenme explicarles mientras empiezan a soltar estupideces.
Aurevia es un reino que, por ahora, sirve al Gran Rey Supremo de Auveria, Joseph. Es un reino mágico, escondido de los humanos por una frontera encantada y un bosque maldito. Aunque las criaturas no tengan magia —excepto algunas brujas, claro— cuentan con la inmortalidad... a menos que alguien les arranque el corazón, la cabeza, o las envenene con Siria Roja. Aquí se vive catalogado por todos los pecados que has cometido, y serás juzgado en el Juicio del Eco, el único juicio que existe en Aurevia.
Este reino tiene otros reyes, pero todos le rinden cuentas al Gran Rey Supremo. Los aurevios son criaturas hermosas: pieles de distintos colores, cabellos y ojos variados —algunos incluso con varios ojos— pero eso no les quita lo hermoso. La criatura más hermosa para mí es la princesa Mark Aurevia. Es una lástima que no sea la heredera al trono... Bueno, ¿por dónde iba?
Tal vez se pregunten: ¿Qué soy yo? Yo solo era una simple humana. Hasta los dos años, junto a mi mellizo Exevier, fuimos conejillos de indias de nuestros padres adoptivos, Hank y Clara Vize Aurelios. Por quince años nos mantuvieron en secreto en su casa. Son de los pocos que tuvieron el privilegio de salir a conocer el mundo humano. El bosque solo deja pasar a quienes van por algo noble... bueno, eso dicen.
Nos inyectaron sangre de diferentes animales, químicos y pociones mágicas. Eso nos llevó a desarrollar habilidades especiales. Nos entrenaron en defensa personal, combate y lealtad. Hicieron que mi hermano y yo nos juráramos fidelidad —una de las pocas cosas buenas que hicieron. Y creo que con eso es suficiente por ahora.
—¿Cómo se declara, señorita Pecados? —me pregunta el nuevo juez, que también evita mirarme a los ojos.
Sus pensamientos: Si no la miro, no sabrá nada.
Sus pecados: Engaño a mi esposa cada vez que puedo con su hermana Kar, y no me arrepiento. Me encanta correeme en su interior.
—Vaya, señor juez... Pensaba que no se podía juzgar a alguien sin antes saber su nombre. Bueno, también pensaba que el adulterio es pecado, y mucho más si no se arrepiente... y si es con la hermana de su esposa. ¿Kar? Así se llama, ¿verdad? Pero creo que no me equivoqué —digo con ironía mientras el juez palidece. Me recuesto en la silla y subo los pies a la mesa.
—No sé de qué está hablando, señorita Pecados.
Sus pensamientos: Mi esposa está aquí. Tengo que acabar con esto ya.
—¿Con que su esposa está aquí? ¿Quién de todas ustedes está con semejante infiel? —pregunto, levantándome ya con las esposas sueltas, mirando hacia atrás.
—Por favor, señorita, tome asiento —me pide uno de los guardias de seguridad de la corte. Saben de lo que soy capaz en combate. Una mujer se levanta.
—Soy yo... Yo soy su esposa —declara.
Sus pensamientos: No puede ser cierto. Yo nunca sería capaz de hacerle algo así. Por favor, Dios mío, que se esté equivocando.
Sus pecados: Me casé con mi esposo cuando ya no era virgen. Mis padres lo ocultaron y yo les seguí la corriente.
—Yo nunca me equivoco, señora. Lo siento mucho por usted... Bueno, no es cierto. No siento pena ni remordimiento por usted. Pero lo que sí le aconsejaría es buscar otra hermana y divorciarse.
La mujer rompe en llanto. Siento cómo el juez empieza a sentir ira y odio hacia mí.
—Con todo respeto, señor juez... Sentir odio e ira también es pecado.
Veo cómo se levanta. Siento que se acerca. Lo veo en cámara lenta: intenta darme una bofetada, pero su mano es detenida por la de mi mellizo.
—¿Sabe, juez? Odio muchas cosas, pero lo que más odio es que se crean con el derecho de ponerle una mano encima a mi hermana —le dice mi mellizo, apretándole la mano—. Sobra decir que si vuelve a siquiera levantarle la mano, la perderá. Y no es una amenaza... es una advertencia.
Y si antes que me lo pregunten: ¿De dónde salió? Pues una de sus habilidades especiales es teletransportarse de un lugar a otro. Claro que también debe saber exactamente dónde quiere estar.
—Holi, hermanito. ¿Puedes creer que el juez que me iba a juzgar por mis pecados es un infiel? Qué hipócrita, ¿no crees? —le digo con ironía y sarcasmo. Él solo me mira serio.
—Nos vamos.
El guardia de seguridad que estaba a mi lado intenta tomarlo, pero esta vez soy yo quien lo detiene con un golpe en la cara. Toda la corte se llena de gritos. Más guardias empiezan a entrar, dispuestos a pelear conmigo y con mi hermano. Mi hermano me mira. Le hago bucheros para divertirnos un rato. Como buen hermano menor, me entiende y asiente.
Un guardia se me viene encima con una vara eléctrica. Le doy una patada en la mano, lo que la hace soltarla. Siento que alguien por detrás está por tirarme un golpe. Me agacho, tomo la vara eléctrica y me divierto un rato. Veo cómo mi hermanito está rodeado. Si fuera una hermana normal que lo subestimara, lo ayudaría. Pero confío en él. Empieza a dar golpes.
Hey, hermanito, piensa rápido.
Me mira y ataja la vara eléctrica. Él la necesita más que yo. Y si antes de que me lo pregunten podemos hablar en nuestras mentes muchas veces como ahora es de mucha ayuda pero en otras es insoportable.
Te daría las gracias, pero no estaríamos aquí si no fuera por tu culpa. Termina con ellos y nos vamos. El Rey Supremo ya debe estar de camino.