Exevier.
Estoy sentado en uno de los muebles de la sala. Espero a mi insoportable hermana. Tengo una hora esperándola. No sé qué tanto se arregla: sucia, limpia, con maquillaje, sin maquillaje, mal vestida o bien vestida... Sé muy bien que hace horas le dije lo contrario, pero solo porque no quiero inflar más su ego. Es demasiado grande.
Y ella tiene razón. Su belleza—nuestra belleza—es exótica. Casi nadie de aquí es como nosotros. Aunque seamos unos conejillos de indias de Hank y Clara, nuestros rasgos humanos se mantuvieron intactos... bueno, no, mejoraron. Mi hermana y yo somos de piel clara, cabello negro azabache, con pecas en nuestras narices y ojos grises, aunque los de ella son más oscuros. Su nariz es perfilada y sus labios finos, pero al mismo tiempo carnosos. Tiene el cabello cortado en capas: la más larga llega a la mitad de su espalda, y la más corta, porque usa pollina, afina su rostro. Lo lleva completamente lacio.
Es una belleza caprichosa, sarcástica, retorcida y una vil pecadora. Bueno, lo caprichosa es gracias a Hank... y a mí. Le doy todo lo que quiere. No siempre la trato bien, pero me gusta que sea feliz, aunque siempre niegue el hecho de que siento ese tipo de sentimientos. Sé que sí lo hace.
Me asusté un poco cuando le dijo lo hermosa que era a la princesa frente al padre de esta, el rey supremo. Mi melliza es una caprichosa que quiere todo eso que le niegan y que nadie tiene. Pensé que le gustaba la princesa por eso, pero no es así. Sé cuándo miente, aunque no pueda leer sus pensamientos. Lo sé. La conozco. Como sé que hay algo que me oculta desde hace tiempo. No sé qué es, pero sí sé que bloqueó ese recuerdo.
Como cuando mató a Hank y Clara en mi presencia, aunque yo no se lo pedí. Pero en el fondo se lo agradezco. No quiero recordar eso. No es porque me sienta culpable ni nada, pero no sé las razones exactas de por qué merecían la muerte. Mi hermana nunca me lo dijo, a pesar de que se lo pregunté muchas veces... hasta que supe que no me lo diría y me rendí.
A diferencia de mi melliza, yo nunca he matado a alguien. Nunca me he visto en esa necesidad. Ella sí. Le gusta hacerlo, pero nunca lo hace sin justificación. Todos los que ha matado se lo han merecido. Y no la culpo por nada de lo que ha hecho. Todo es culpa de los Vize. Si ellos nos hubieran dejado en el mundo humano, creo que mi melliza no estaría tan desquiciada. Ellos nos volvieron sus conejillos de indias sin pensar en nosotros. Experimentaron con nosotros.
Aún recuerdo los días en que Hank me inyectaba sangre de pulpo, sangre de camaleón y químicos. Sentía que me quemaba todo el cuerpo. Les supliqué los primeros años que por favor pararan, pero nunca lo hicieron. También cuando nos sometían a mí y a Exaviar al entrenamiento físico durante horas, después de inyectarnos sus porquerías. Nos hacían practicar todas las posibles habilidades que tal vez podríamos desarrollar. Nos torturaban tanto física como mentalmente para que nos delatáramos entre sí. Las primeras veces lo hicimos. Joder, éramos unos putos escuincles y recibíamos los peores castigos. Luego venían con sus estúpidas sonrisas falsas diciendo que solo nos preparaban para lo que estábamos destinados a hacer. Y una mierda. Estaban locos. Ni siquiera el rey sabía de nuestra existencia... hasta que Exaviar los mató y salimos a la luz.
Nos costó mucho escondernos y protegernos las espaldas. Ya llevamos tres años haciéndolo, y se nos da de maravilla.
—¿Ya nos vamos? —me pregunta mi melliza, dándose una vuelta para enseñarme su vestimenta, sacándome de mis pensamientos.
Se ve bien hoy. Se dignó a ponerse un vestido—casi nunca se pone uno—. Red dress brillante, arriba corte corazón con mangas caídas, pegado a todo su cuerpo, resaltando su figura. Se ve que tiene varias capas en la parte de abajo, lo que le da más volumen. La espalda descubierta, llena de pequeñas pecas. Se puso un collar de oro que es corto, pero queda largo en su espalda. Tiene una pequeña siria roja de zafiro en la parte delantera, mientras que en la espalda está llena de pequeñas y filosas navajitas. Se puso unos tacones largos del mismo color del vestido. Lleva el pelo suelto hacia atrás para lucir más su escote de corazón, y su máscara dorada en la mano.
Y antes de que se pregunten ¿por qué una máscara? En Auveria, en todos los nombramientos importantes—menos en las coronaciones de los reyes supremos—se lleva máscara, para que todo el mundo pueda ir sin ser reconocido ni juzgado por sus pecados... por unas horas, al menos. Una gran ventaja para nosotros esta noche.
—No te he escuchado —me dice seria, y yo ruedo los ojos.
—Te ves bien, Exa —la molesto.
—Si no quieres esperar una hora más, es mejor que te retractes —me amenaza, caprichosa.
—Te ves hermosa, hermanita —le digo con sarcasmo.
—Voy a ignorar tu sarcasmo porque sé que en el fondo sabes que me veo hermosa —dice segura. Y tiene razón. Se ve hermosa.
—Vámonos.
—Tú tampoco te ves mal, hermanito —dice, tomando mi mano—. Al baño de mujeres. Si volvemos al de hombres…
No ha terminado de hablar cuando estamos en uno de los cubículos de los baños de hombres.
—…Consejo de la semana: no te duermas antes que yo ni comas mi comida —me da un golpe en el hombro y añade antes de salir del cubículo—. Ya estás advertido.
Espero unos minutos y me pongo mi máscara negra, a juego con mi traje. Salgo del cubículo y ya no está mi hermana en el baño. Debe estar con humor de bruja. Siempre le hago lo mismo. Va a ser una noche larga.
¿Dónde estás, Exa?
En el salón, camuflándome. Tú
también deberías hacer lo mismo.
Me arreglo el traje y salgo del baño para ir al salón, a camuflarme como lo está haciendo Exa.