Aurevia: El Reino Del Pecado.

Cpítulo(3)

Princesa Mark Aurevia
Minutos antes…

Sé que ya llegamos a nuestro castillo cuando el carruaje se detiene. Es irónico tener que salir de nuestro castillo para después volver… bueno, no lo es, según mis padres y hermano.

—Ya llegamos, supremos —nos avisa un sirviente mientras abre la puerta, ayudándome a salir para que después salga mi hermano. Me tocó compartir el carruaje con él; mis padres venían en uno adelante de nosotros.

—Mark —me llama, y miro a Erik Aurevia, mi hermano. Está vestido con un traje azul rey, resaltando su piel celeste. Mi hermano es una criatura un poco más alta que yo, con tres ojos amarillos ubicados en forma de triángulo, una pequeña nariz, cabello corto color rosa —casi igual que el mío, solo que el de él es más pálido—, labios finos y rosados, donde le sobresale un pequeño colmillo izquierdo. Tiene escamas alrededor de su muñeca derecha, doradas, iguales que las mías. Son herencia de nuestra madre.

—Compórtate —me dice. Levanto una ceja y él suspira—. No hagas escándalos, numeritos… no, nada de lo que sueles hacer. Por una vez, por favor.

—Oh, mis disculpas, su majestad, por no saber comportarme, por no estar a la altura. Ni siquiera recordaba que me dirigieras la palabra.

Y es cierto. Lleva semanas sin hablarme. Se cree muy importante por ser el próximo sucesor a la corona.

No es más que el hijo de mami y papi —pienso.

¿Envidia? —me grita mi subconsciente.

Mejor cállate.

—No me vengas con tus sarcasmos, Mark. Sabes que te lo digo en serio. La última vez que salimos con nuestro padre, sabes lo que pasó…

—Sí, la señorita Pecados me dijo que era la criatura más hermosa que había visto. Sí, lo recuerdo como si fuera ayer.

En ese momento me sentí poderosa. Todos estaban mirándome. Toda su atención era para mí y no para mi hermano. Sé que si pasa algo parecido hoy, a mi padre le va a dar algo. Esa semana, toda su atención —y la de mi madre— estuvo en mí y no en Erik, como de costumbre. Se sintió bien. Se sintió como si fuera importante.

No es como si no lo fuera. Soy la princesa de Aurevia… pero las únicas atenciones que quería, no las tenía.

—Claro, hasta parece que te gustó.

No te imaginas cuánto —pienso.

—Vamos, ya se nos hace tarde. Entraremos en tres filas: primero su madre y yo, luego Erik, y de última, Mark —nos dice Joseph Aurevia, el Rey Supremo de Aurevia… y mi padre.

Está vestido con su traje de rey, dejando ver sus medallas —no sé de qué. Mi padre es una criatura de color beige, con tres ojos al igual que mi hermano, pero negros. Cabello negro, igual, con el mismo corte de mi hermano. Tiene orejas grandes y puntiagudas, y es más alto que mi hermano. Con labios gruesos y pálidos, le sobresalen dos colmillos semilargos de cada lado que le llegan un dedo más abajo de la barbilla.

—Mark, no quiero que llames la atención. Lo que pasó la última vez fue suficiente.

—Sí, querida, estuvimos en la boca de toda Aurevia por días —lo secunda Elizabeth de Aurevia, la Reina Suprema… mi madre, en ocasiones.

Es una sirena. Su piel está cubierta de escamas doradas —o al menos la piel que yo le he visto. Son del mismo color que las mías y las de mi hermano. Tiene una buena figura… bueno, es una sirena—somos—. ¿Qué sirena no la tiene? Tiene dos ojos color azul oscuro. Me parezco mucho a ella en la cara. Ambas tenemos la misma nariz y forma del rostro, solo que el de ella está cubierto de escamas. Tiene los labios gruesos color rojo. Ah, y casi se me olvida: sus uñas son color celeste. Está vestida con un vestido blanco de cuello de tortuga y corte de princesa.

—No fue mi culpa —me defiendo.

Como siempre, tengo que ser yo el problema —pienso.

—Claro que lo fue, Mark —replica Erik.

Puedes desaparecer de una vez por todas —pienso.

—No lo fue. Yo no le pedí a la señorita Pecados que me llevara. Así que no se lo pedí —casi grité internamente para que me mirara. Y ella lo hizo. Mucho mejor. Aunque no quería que lo hiciera ella, sino…

—Bueno, ya que todo fue dicho, deberíamos entrar, querido —le dice mi madre a mi padre. Luego nos mira a mi hermano y a mí—. Actúen como siempre lo hacen delante del reino. Son los hermanos perfectos.

Claro. Somos tan perfectos que no lo quiero cerca de él —pienso.

Mi padre le ofrece el brazo a mi madre. Ella lo toma sin pensarlo. Empiezan a caminar. Mi hermano los sigue. Y después, como siempre, yo soy la última.

Cuando entro al salón, mis padres ya empezaron a saludar a todos. Mi hermano está unos pasos delante de mí. Aún no está saludando a nadie, solo está sonriendo. Y eso es lo que empieza a hacer: sonreír. Después empiezo a saludar a criaturas enmascaradas. Los únicos que no llevamos máscara somos nosotros, porque somos puros y a la persona que se va presenta—que tampoco se quién va a hacer el nuevo general supremo.

Media hora después de saludar a todos, estoy sentada junto a mis padres en el fondo, donde están nuestros tronos y las pequeñas sillas —o minitronos, como prefieren llamarlos los otros reyes del reino.

Tengo que ir al baño —pienso de repente.

Me acerco a mi madre y le digo al oído que voy al baño, porque si no me van a mandar a buscar con uno de los guardias. Ella solo asiente y dice que me apresure.

Ya en el baño, sin saber por qué vine, me veo en el espejo y empiezo a lavar mis manos.

—Fue más fácil de lo que pensé —me dice una voz a mis espaldas. Femenina. Conocida.

Levanto la mirada al espejo y me encuentro con la señorita Pecados.

—¿Perdona? —le digo, sin entender a qué se refiere.

¿Qué está haciendo la señorita Pecados aquí? ¿Y de qué está hablando? —pienso.

—Hablo de que fue muy fácil… es entrar a su mente. Y eso que estoy en el baño bastante alejada de ti—dice, terminando de salir del cubículo.




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