••••••••••• Capítulo 2 ••••••••••••
El amanecer llegó envuelto en una calma engañosa, como si el mundo contuviera la respiración antes de revelar un secreto. Lumi permanecía junto a la ventana, absorta, observando cómo los primeros rayos de sol atravesaban la ciudad con una densidad casi tangible, como si cada partícula de luz cargara un mensaje cifrado, apenas descifrable. El aire tenía un pulso propio, sutil pero insistente, y en ese latido delicado se escondía una melodía que parecía llamarla, insistente y silenciosa, esperando ser escuchada por quien tuviera ojos y oídos para percibirla.
Desde aquella visión, el sueño se le había vuelto un extraño territorio prohibido. Cada vez que cerraba los ojos, el rostro del chico de la luz —ese ser que su mente no lograba ubicar, pero que su alma reconocía sin sombra de duda— emergía entre las sombras de su memoria. Era un rostro familiar e imposible, suave y urgente al mismo tiempo, como si hablara sin palabras, reclamando su atención. Lumi no sabía si aquello era un sueño, un recuerdo olvidado o el eco de algo infinitamente más grande, de un misterio que trascendía su comprensión.
Lo único que sentía con certeza era la necesidad imperiosa de hallarlo. Cada fibra de su ser parecía tensarse hacia esa búsqueda, un hilo invisible que la guiaba, insistente, hacia un destino que todavía se le escapaba entre los dedos. Y mientras la ciudad despertaba lentamente, bañada en tonos dorados y rosados, Lumi comprendió que no podía esperar más: debía salir, seguir ese llamado silencioso que parecía provenir de un lugar donde la luz misma guardaba secretos que solo ella podía descifrar.
Caminó hacia el parque, pero esta vez no era el mismo camino de siempre. Cada paso parecía despertar un eco silencioso bajo sus pies, como si la tierra misma reconociera su presencia. El banco seguía en su sitio, el árbol permanecía inmóvil, y el arpa descansaba allí, brillante bajo la luz matinal. Pero algo había cambiado: el aire ya no era un simple aire. Tenía peso, color y textura; parecía vibrar con un pulso que Lumi podía sentir en la piel, un latido que coincidía con su propio corazón.
Al acercarse al arpa, notó que las cuerdas emitían un resplandor sutil, como hilos de luz atrapados entre el día y la noche. Cuando posó los dedos sobre una de ellas, el sonido que emergió no fue solo una nota: fue un susurro de mundo, un idioma antiguo que vibraba en su pecho antes de llegar a sus oídos. Era un murmullo que hablaba sin palabras, un puente invisible entre ella y algo que existía más allá de lo visible.
Lumi cerró los ojos y se permitió sentirlo. La tierra tembló bajo sus pies, no de forma violenta, sino con la cadencia de un latido gigantesco, como si el corazón del mundo entero respondiera a su toque. La luz alrededor del arpa comenzó a danzar, envolviéndola en un halo cálido y sutil, y por un instante tuvo la certeza de que el tiempo mismo se había detenido.
El parque dejó de ser solo un lugar; era un templo de resonancia. Cada hoja, cada rayo de sol, cada partícula de polvo parecía participar de un diálogo secreto con ella. Lumi comprendió, sin necesidad de palabras, que había despertado algo antiguo y poderoso, algo que la esperaba desde antes de que pudiera recordar. Y en ese instante, supo que su búsqueda apenas comenzaba, y que el mundo estaba dispuesto a revelarle sus secretos, uno a uno, al ritmo de su corazón y del arpa que vibraba bajo sus dedos.
Mientras tanto, en el plano de Ithil, Auric avanzaba entre filamentos dorados que se entrelazaban en el vacío, hilos de luz suspendidos en un océano de silencio y misterio. Cada paso suyo parecía despertar ondas suaves que recorrían la nada, haciendo que los filamentos temblasen como cuerdas de un instrumento invisible. Desde su encuentro con Lumi en la visión compartida, el resplandor del lugar había cambiado: ya no era la blancura inmóvil del sueño eterno, sino un amanecer perpetuo, detenido justo antes de que el primer rayo tocara la tierra, un instante lleno de promesas que parecían susurrar su nombre.
Un impulso profundo lo atravesaba, nacido no de la mente, sino del alma. El Hilo vibraba a su alrededor, respondiendo a cada pensamiento, a cada emoción, como un organismo consciente. Cada vez que murmuraba “Lumi”, los filamentos dorados se curvaban, brillaban, se acercaban y se retiraban, dibujando un lenguaje que solo él podía comprender, un código de luz y vacío tejido por la esencia misma de Ithil.
Auric detuvo su caminar y cerró los ojos. Respiró profundamente y dejó que el latido del plano penetrara en su pecho, alineándose con el suyo.
—Si tú puedes verme… —susurró— entonces yo también puedo encontrarte.
Y entonces, Ithil respondió. El vacío se onduló suavemente, como si toda su existencia se hubiera inclinado hacia él, y los filamentos dorados comenzaron a danzar a su alrededor, entrelazándose en un patrón que parecía reconocer su vínculo con Lumi. Cada haz de luz parecía pulsar al ritmo de un corazón compartido, y Auric sintió que la distancia que los separaba se deshacía, no en metros, sino en certeza pura: sus almas ya estaban tocándose en un lugar donde tiempo y espacio eran meros espectadores. El plano mismo parecía susurrarle: “Ve. Ella te espera. Y te ha esperado siempre”.
Avanzó hacia el origen de la luz más intensa, sintiendo cómo cada paso reverberaba a través de su propio ser, haciendo que el vacío a su alrededor latiera como un corazón gigante. Entre los pliegues del resplandor, descubrió algo inesperado: una grieta. Pequeña, temblorosa, como una herida abierta en el tejido del tiempo, un hilo que vibraba con vida propia. De ella emanaba un sonido familiar, un acorde dulce y persistente, idéntico al arpa que resonaba en los recuerdos de Lumi, como si el mundo entero recordara esa melodía.
Auric extendió la mano, y al rozar el borde de la grieta, su piel —hecha de pura vibración— chispeó con energía. La luz lo rechazó primero, intensa y cegadora, pero luego cedió, suavizándose y abrazándolo con un reconocimiento silencioso. La grieta tembló y se abrió un poco más, revelando algo que desbordaba sus sentidos: verde brillante, aire fresco, tierra húmeda; un parque vivo, respirando, latiendo, danzando con la luz de la mañana. Cada hoja, cada brizna de hierba parecía pulsar al ritmo del acorde que escapaba de la grieta, uniendo los dos mundos con un hilo de música y energía.
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Editado: 27.10.2025