Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Horizonte de los dos mundos

••••••••••• Capítulo 3 ••••••••••••

El nombre seguía ardiendo dentro de él.

Lumi lo sentía vibrar en lo más profundo de su pecho, no como una palabra, sino como una frecuencia viva, un pulso que atravesaba su cuerpo y lo conectaba con todo lo que lo rodeaba. Cada latido parecía alterar la realidad: hojas que brillaban al caer como diminutos faroles, sombras que se disolvían antes de tocar el suelo, ráfagas de viento que arrastraban voces antiguas, susurros de un mundo que empezaba a escuchar.

El planeta mismo había despertado. Y sin que Lumi lo supiera, aquella vibración también había llamado a algo más, algo antiguo y consciente, que ahora respondía a cada reverberación de su corazón.

Durante días caminó sin rumbo, guiado únicamente por la melodía interior del nombre. Cada vez que lo pronunciaba en silencio, el aire a su alrededor se espesaba y se teñía de un dorado efímero, envolviéndolo en un abrazo de luz antes de desvanecerse, dejando un rastro de energía que parecía marcar el camino. Cada paso lo acercaba a un destino invisible, a un encuentro tejido con hilos de vibración y memoria, un lazo que ni el tiempo ni el espacio podían romper, resonando en el mundo entero con la fuerza de un latido compartido.

Hasta que una noche, bajo un cielo sin estrellas, decidió pronunciarlo en voz alta.

—Auric.

El nombre se expandió como un eco líquido que ondulaba en el aire y reverberaba dentro de su pecho. El suelo vibró bajo sus pies, y las luces de la ciudad titilaron, como si el mundo entero contuviera la respiración. Desde el horizonte, un resplandor desconocido comenzó a elevarse, lento y majestuoso, respirando con un pulso propio, como si tuviera voluntad, como si estuviera vivo.

Lumi retrocedió un paso. Esa luz no era cálida. Era antigua, errante, un fragmento de Ithil que había cruzado las fronteras de su mundo para reclamar atención. Su brillo se ondulaba y cambiaba, dibujando formas imposibles en el aire, y cada movimiento parecía responder a la vibración del nombre que acababa de pronunciar.

Entonces, un susurro surgió detrás de él, profundo y resonante, cargado de fuerza:

—No todos los hilos recuerdan para sanar. Algunos despiertan para reclamar lo que se les negó.

El aire se tensó como un arco invisible. Cada sombra se agitó, cada pulso de luz vibró al unísono con aquel mensaje. Lumi sintió que algo antiguo y poderoso se había despertado, algo que no buscaba consuelo sino justicia. Y en ese instante supo que su llamada había desencadenado algo que trascendía su mundo, algo que ahora reclamaba respuesta.

Lumi se giró, pero no vio a nadie. Solo el aire vibrando a su alrededor, ondulándose y retorciéndose como si intentara adoptar forma y fallara, dejando tras de sí un rastro de luz torcida y susurros que rozaban sus oídos como dedos invisibles. Cada brizna de viento parecía palpitar, recorrer su piel, recorrer su espalda, despertando memorias que él ni siquiera sabía que poseía.

Entonces comprendió: no era Auric lo que había llamado. Era la memoria residual del Hilo, los fragmentos rotos del tejido que alguna vez unió almas incapaces de perdonarse. Ecos de vínculos suspendidos entre mundos, flotando entre luz y sombra, conscientes, palpitantes, rozando los límites de la realidad con un hambre silenciosa de ser completos de nuevo.

Fragmentos de recuerdos olvidados. Sombras emocionales que latían con un ritmo propio, moviéndose en el aire como niebla dorada y oscura, cruzándose y desenredándose, y Lumi sintió un estremecimiento profundo: el mundo mismo parecía contener la respiración, atento a cada vibración que su nombre provocaba. Cada hoja suspendida, cada ráfaga de viento, cada rayo de luz reflejaba ese despertar.

Mientras tanto, en el Núcleo de Ithil, Auric abrió los ojos. La luz del plano onduló a su alrededor, respondiendo a la misma energía que Lumi había desatado. Por un instante, ambos mundos parecieron sostenerse en un equilibrio frágil y perfecto. Los hilos rotos comenzaron a vibrar, palpitantes y conscientes, anunciando que la reconexión de destinos, recuerdos y almas estaba a punto de comenzar. Y en esa tensión entre luz y sombra, entre mundos y recuerdos, la certeza surgió: nada volvería a ser igual.

Su cuerpo era luz, brillante y pura, pero su conciencia estaba encadenada al pulso central del Hilo. Cada latido del núcleo resonaba en su pecho, vibrando a través de los planos, trayendo consigo el eco del nombre que Lumi había pronunciado. La conexión estaba activa otra vez, y con ella, la tensión de lo que se desbordaba.

Pero el precio era evidente: las grietas del Núcleo se ensanchaban con cada pulso, y de ellas surgían las sombras del olvido. Memorias nunca sanadas del tejido universal escapaban como humo oscuro, serpenteando entre los filamentos de luz: restos de amor convertido en rencor, de apego transformado en vacío, fragmentos de emociones humanas reprimidas que buscaban reclamar su espacio en la realidad. Cada sombra parecía palpitar con resentimiento, extendiéndose con hambre silenciosa, tocando los bordes del Hilo y empujando a Auric hacia el límite de su fuerza.

—Lumi… —murmuró, su voz atravesando la luz como un hilo tembloroso pero urgente—. No lo digas más. No sin el Hilo restaurado.

Su luz se intensificó, pulsando con fuerza, como si intentara contener el flujo de fragmentos que se arremolinaban a su alrededor. El Núcleo temblaba, sus grietas respiraban, y las sombras se agitaban, buscando fisuras. Cada partícula de luz que Auric proyectaba vibraba en sintonía con la conexión que los unía, una fuerza débil pero insistente, que sostenía el lazo con Lumi mientras el pasado reclamaba su derecho a existir. En ese instante, comprendió que la lucha no era solo por él ni por ella, sino por el equilibrio mismo entre memoria, emoción y destino.

El Núcleo respondió con un estremecimiento grave, profundo y resonante, que atravesó los planos como un tambor gigante. Cada vez que Lumi pronunciaba el nombre, los filamentos del Hilo se tensaban con un crujido invisible, como si la propia realidad se doblara bajo el peso de la energía liberada. La frontera entre mundos comenzó a desgarrarse en pequeñas ondas, y un zumbido antiguo llenó el aire, recorriendo cada hoja, cada raíz y cada piedra del parque.




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