Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Eco oscuro

••••••••••• Capítulo 5 ••••••••••••

El silencio del valle era engañoso.
No era un silencio vacío, sino uno que respiraba bajo la superficie, como si el aire contuviera un secreto suspendido en su transparencia.
Bajo aquella calma translúcida, algo latía con un ritmo ajeno al pulso del corazón primordial: un eco distante, casi orgánico, que parecía palpitar desde las entrañas mismas de la tierra.

Lumi y Auric avanzaban sin rumbo preciso, guiados únicamente por las vibraciones del hilo que los unía al misterio.
Cada paso producía un leve destello sonoro, una nota pura que se deshacía en el aire como cristal al romperse.
Pero entre aquellas notas comenzó a infiltrarse otra presencia.
Un sonido bajo, casi imperceptible, como el gemido de una cuerda que se tensa hasta el límite antes de quebrarse.

Auric se detuvo, el brillo de sus ojos reflejando la inquietud del horizonte.
—¿Lo escuchas? —preguntó, con la voz apenas un soplo.

Lumi asintió.
No estaba seguro de si el sonido provenía del aire o de su propio interior.
Era un murmullo grave, una frecuencia primitiva que vibraba más allá del oído, rozando la memoria del alma.
Una lengua anterior al tiempo, anterior incluso a la luz.

De pronto, el paisaje cambió.
El cielo se fracturó con un sonido seco, como un vidrio quebrándose desde dentro.
Las grietas se extendieron en un patrón luminoso, revelando detrás de ellas una oscuridad que no era ausencia de luz, sino una forma distinta de el: densa, viva, pulsante.

Del suelo comenzaron a desprenderse sombras líquidas.
Ascendían lentamente, como humo atrapado en un sueño, adoptando figuras que rozaban lo humano, pero sin llegar a completarse.
Sus bordes fluctuaban entre la materia y la nada, como si dudaran de su propio ser.

Entonces, la voz habló.
No provenía de un punto concreto, sino de todas partes a la vez —del aire, del suelo, del interior mismo del pecho.

—Tanto amor... tanta armonía... y aun así, el miedo sigue siendo el primer reflejo del alma.

El sonido era hipnótico, antiguo, cargado de una familiaridad imposible.
Auric avanzó un paso, el arpa vibrando en su espalda con destellos dorados que parecían responder al llamado.

—¿Quién habla? —preguntó, con la voz firme pero el pulso contenido.

Un silencio se expandió, profundo y expectante, antes de que la respuesta llegara, suave como un pensamiento.

—No quién —susurró la voz—. Lo que falta.

De entre las sombras, una figura comenzó a tomar forma.
No emergió de manera violenta, sino con la lentitud de un recuerdo que regresa sin haber sido llamado.
Su cuerpo parecía tejido con fragmentos de luz extinguida, como brasas que alguna vez ardieron en el centro del cosmos y ahora vagaban sin calor.
Sus ojos eran espejos sin reflejo: vacíos que devolvían al que los miraba una sensación incómoda de reconocerse demasiado.

Su presencia no generaba frío ni calor.
Solo una vibración silenciosa, un pulso antiguo que hacía temblar la frontera entre el ser y la nada.

—Soy el Eco Oscuro —dijo.
La voz era baja, serena, sin un ápice de amenaza, y aun así cargada con un peso que doblaba el aire.
—Fui el noveno. Aquel que fue silenciado cuando el universo decidió olvidar su miedo.

Lumi sintió un estremecimiento recorrerle la espina.
—Pero... los ecos eran ocho —susurró, con la voz temblorosa, buscando en la memoria la armonía de aquella cifra sagrada.

El ser inclinó ligeramente la cabeza.
—Eran nueve.
Cuando el corazón primordial despertó, no solo dio origen a la vida, sino al pulso de las emociones.
Amor, dolor, fe, deseo, duda, compasión, pérdida y unidad… —la voz se quebró, no en tristeza, sino en verdad—
Pero antes de todas ellas, antes incluso del primer amanecer del alma, nació algo más.

Una emoción anterior a la luz.
La conciencia del vacío.

Auric entrecerró los ojos.
—El miedo —dijo, casi como una revelación.

—No exactamente —respondió el Eco Oscuro—.
Soy la raíz de aquello que el miedo protege.
Soy la memoria de la nada, la añoranza del silencio que existía antes de la primera vibración.
Soy la voz que susurra a cada chispa: “recuerda que fuiste sombra antes de ser luz.”

El aire se volvió denso, vibrante.
Ondas invisibles recorrieron el valle, deformando el contorno de la realidad.
El arpa de Auric comenzó a resonar por sí sola, como si reconociera una melodía perdida en su interior.
Una nota baja, profunda, melancólica.
No era una llamada a la guerra, sino un saludo.
Un eco que reconocía a otro.

Auric sostuvo el arpa entre sus manos, y sus ojos se suavizaron.
—Tu sonido… —murmuró con asombro— no busca destruir.

El Eco Oscuro inclinó la cabeza, y por un instante, la sombra pareció sonreír.

El Eco Oscuro se aproximó lentamente, y con cada paso, el aire parecía plegarse sobre sí mismo.
—Porque no puedo destruir lo que amo —dijo con una calma que dolía—.
El universo me rechazó, pero jamás dejé de amarlo.
Yo fui el descanso entre los latidos del corazón,
el refugio donde toda luz volvía para recordar quién era.
Sin mí, el ciclo no se cierra; sin mi silencio, la eternidad se desangra.

Lumi lo observó con una mezcla de compasión y recelo.
Había verdad en sus palabras, pero también una sombra imposible de descifrar.

—Entonces… ¿por qué los ecos te sellaron? —preguntó, apenas en un susurro.

El silencio que siguió no fue ausencia de sonido, sino un espacio que lo contenía todo.
Y en ese espacio, el Eco habló:

—Porque cuando los seres despertaron a la conciencia, temieron mi abrazo.
Llamaron muerte a mi descanso, y olvido a mi quietud.
Decidieron que solo el brillo merecía existir…
y borraron mi nombre del tejido,
como si negar la sombra bastara para apagar su verdad.




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